La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

Hartos de los listillos

Si “aquel fue el comienzo de una hermosa amistad” está por verse

Casablanca LOZ

Dice don Buenaventura que ha llegado un momento de su vida en el que no acierta a saber si es de derechas o de izquierdas. Porque viendo como los de izquierdas defienden con fe ciega a sus líderes, hagan lo que hagan, como si de dioses del Olimpo se tratara, indudablemente él no puede ser de izquierdas, y menos aún desfilar bajo la imagen de Lenin. Tampoco se ve en la Edad Media, combatiendo a endriagos y dragones, que es donde aún nos encontraríamos de haber prevalecido la derecha, en ese afán incontenible por frenar los avances de la humanidad.

“Así que estoy apañado” decía entre dientes, mientras se acordaba de la democracia que los griegos implementaron hace la friolera de dos mil setecientos años. Ya entonces se dieron cuenta que era aquel el mejor sistema para llegar a entenderse. De hecho, Pericles y sus muchachos fueron protagonistas de la época de mayor esplendor del pueblo griego.

Cierto que, hasta finales del siglo XVIII, o sea dos mil cuatrocientos años después, los estados vivieron al margen de la democracia. Hasta que los EEUU y Francia, cayeron en la cuenta de que ya era hora de implantarla como sistema político.

“Pero ahora resulta que unos cuantos chavales, recién salidos de la universidad, nos quieren explicar lo que es la democracia: como si se tratara de algo que han descubierto ellos”. Estos chavales que nos dirigen, además de no contar con experiencia, pretenden sentar cátedra sobre lo que debemos o no debemos hacer, por el mero hecho de que lo han leído en alguna parte. Sin haber vívido ni un sólo año de dictadura saben quiénes eran los buenos, los malos, y los más malos. Sin haber vivido la incertidumbre de la transición democrática, saben, mejor que nadie, lo que pasaba en España cada día. También pretenden difuminar aquella lacra que ponía bombas, contra alguien concreto o contra cualquiera que pasara por allí.

“La historia no es más que determinadas leyendas que alguien se ha encargado de convertir en verdades”, decía don Buenaventura. Pero eso no quita para saber que se está escribiendo cada minuto, y que no es lo mismo vivir las escenas en su momento, que hacerlo muchos años después. De ahí que la experiencia de cada uno cuente a la hora de sacar conclusiones.

“La historia no es más que determinadas leyendas que alguien se ha encargado de convertir en verdades”, decía don Buenaventura

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En esas estaba don Buenaventura cuando se acordó de la película “Casablanca”, aquella que fue rodada antes de que los americanos decidieran declararle la guerra a alemanes y japoneses, cuando éstos pretendían dar por saco al resto del mundo. De ahí el éxito de aquel filme, catalogado como mítico, por recoger momentos de gran conmoción mundial en los que se encontraba en juego la democracia. Pero esa película, indudablemente propagandística, no se le encargó al primer becario que pasaba por allí, sino a un realizador con más de setenta filmes en su haber, como era el caso de Michael Curtiz. Un director que llegó a decirle, en su momento, a Errol Flynn, aquello de que “Ese beso no derretiría ni a la mantequilla”. Y es que aquel húngaro era el numero uno de la Warner, y sabía lo que hacía.

Ya metidos en el mundo del cine, también recordó que la película que contó con el mayor presupuesto de la historia fue “Cleopatra”. Tampoco se le encargó a un muñidor, sino a Joseph Mankiewicz, que contaba en su haber con “Julio Cesar”, “Eva al desnudo” “La condesa descalza”, y “De repente el ultimo verano” de Tennessee Williams. Por eso no importó que la superproducción de “Cleopatra” fuera concebida en situación de emergencia, rodada en estado de histeria y terminada con pánico ciego, como reconoció el propio Mankiewicz. Porque quien tiraba de las riendas era alguien con sólidos conocimientos y dilatada experiencia. De ahí que no pudieran con él ni la enfermedad de Liz Taylor, ni las desavenencias con el productor Walter Wanger. Tampoco el folleteo que se trajeron entre bambalinas la estrella Liz Taylor y el prometedor Richard Burton, aunque a pocos metros estuvieran hospedados sus respectivos cónyuges.

Por eso, Don Buenaventura, cuando oyó decir a unos cuantos becarios de la política aquello del “Régimen del 75”, refiriéndose a la transición democrática, le llevaron los demonios, y prefirió pensar en el cine, donde se cuentan historias más reales que las de la vida misma. Resonaron en sus oídos los acordes de “La Marsellesa”, cantada, en el bar de Rick, por gente que huía del nazismo, en oposición a los oficiales alemanes que levantaban el brazo para ver si llovía. Si “aquel fue el comienzo de una hermosa amistad” está por verse.

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