La Opinión de Zamora

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Ángel Alonso Prieto

Punto de cruz

Las horas, la vida, son hilos que a diario nos visten

Parece ser que vuelve tímidamente la costura, esa costumbre, oficio y arte que en el ámbito doméstico lo tenía -por si fueran pocas sus labores- la mujer. Hoy, por suerte, está cambiando algo la cosa (?) y no se nos debería caer el dedal a hombres y mujeres cuya inutilidad, y comodidad añadida, se suele definir con el despectivo de ‘no saber coser un botón’, porque más de un pantalón habrá ido a la basura por la simple falta de eso: un botón al que su dueño/a no repone por desidia: excusa para comprar otro y gastar más dinero y tiempo de lo que supone darle un compañero al ojal.

Punto de cruz

El arte de la aguja reservado a las mujeres tampoco es histórico ni cierto, porque antes de la industrialización la demanda de trajes y vestimenta era atendida por los gremios de tejedores y bordadores. Dos reliquias urbanas bastan para refrendar lo que digo: dos calles con ese nombre en Madrid y Salamanca.

Es tan vieja la artesanía del hilo que hasta en la Biblia encontramos datos de esa tarea y, ciñéndonos al Nuevo Testamento, vemos que los soldados romanos encargados de la Crucifixión sortean la túnica de Cristo porque era una buena prenda, sin costura, tejida de una sola pieza; y nosotros conociendo el desprendimiento, pobreza, y la generosidad del Señor, podemos pensar que fue un buen regalo de alguien agradecido.

San Pablo, de culo inquieto y visita inesperada, no paraba de viajar ni tejer con sus propias manos para no hacer tan gravosa su estancia allí donde le daban hospitalidad. Y así hacía Santa Teresa que le daba con igual garbo a la rueca que a la pluma, como bien documentado tenemos en sus cartas, escritos, y en los de sus primeras hijas de religión. Mi madre le rezaba y la imitaba en lo de la rueca, no tanto en la escritura que hacía con estilo pero con faltas de ortografía, a falta de días de escuela por ser la hija mayor que socorría a mi abuela prematuramente impedida. Verónica bien hubiera querido estar en el aula para terminar de aprender las lecciones y hacer labores de costura que se enseñaba a las niñas de entonces, pero era el sobresalto del aviso que su madre había sufrido una caída una vez más, y los días consiguientes que faltaría a clase, lo que interrumpió el aprendizaje mínimo con el lápiz y la aguja. Mi tía Isabel, su hermana, tuvo más suerte por ser más pequeña y asistir a clase cogiendo el hilo con más tiempo y habilidad; pues de ella alcanzo a recordar un cuaderno cuadriculado donde con lápices de color había copiado modelos, para bordar a punto de cruz, tales como pájaros, caballitos, flores, grecas, etc.

Es bueno bordar y coser. Al cabo, las horas, la vida, son hilos que a diario nos visten

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Para mí, un niño de siete años con la cartilla escolar de letras simples y trazos negros sin rastro de color, fue un deslumbramiento, algo así como descubrir que las páginas en blanco de un cuaderno podían albergar color y vida, eso que en los primeros años de nuestra escuela primaria brillaba por su ausencia. De aquel cuaderno de muestras de mi tía -después hábil modista- deduzco nació mi gusto por la pintura, la fascinación por el arte y la representación gráfica; así puedo explicarme la temprana afición al dibujo.

El punto de cruz son píxeles de hilo sobre la tela, puntadas de color con traza geométrica que ocupan, con cuadros bien contados, el espacio, produciendo imágenes un tanto rígidas a veces, pero siempre proporcionadas, en su sitio y posición. Quizá esa armonía y sencillez de la forma, aquel color azulado dominante de la trama sobre la que está el punto cruzado y colorido fue lo que impactó a aquel niño carente de cuentos y alegría en la escuela de la escasez, la rutina y la rigidez con más tintes oscuros que otra cosa.

El embeleso con algo tan escueto como patrones de bordado, que eran cosa de niñas y mujeres, me estaba preparando a comprender mucho más tarde el arte abstracto de Mondrian que empezó pixelando un árbol y acabó prescindiendo de curvas y colores excepto los primarios. Un cuadro del citado pintor es la simplificación máxima de la forma y el color, como si mirásemos con lupa un detalle del punto de cruz y pintásemos nada más los cuadros observados. El arte abstracto, de no fácil comprensión a veces, puede tener conexión con lo más sencillo y profundo de la vida, y en mi caso con la infancia tan precaria de recursos como rica de fantasía y curiosidad.

Es bueno bordar y coser. Al cabo, las horas, la vida, son hilos que a diario nos visten.

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