El presunto asesino en serie Jorge Ignacio P.J., acusado de tres asesinatos consumados y juzgado estos días en València por la muerte de la joven Marta Calvo, ha negado en el juicio que él la matara, que "lo único que quería era pasar un buen rato". Por muy deducible que parezca, nunca sabemos si este tipo argumentaciones apuntan al momento anterior a la comisión del crimen -este caso en concreto tiene implicaciones sexuales- o al durante; si el rato bueno que quería pasar el presunto autor se corresponde a antes de matarlas o mientras las asesinaba. Algunos casos escapan al ámbito forense para adentrarse de pleno en la psiquiatría, que desde sus inicios como ciencia trata de averiguar qué oscuras razones invitan a un ser humano a matar por placer o a formularse la terrible pregunta de qué se siente al matar. Por desgracia, muchos tratan de responderse a sí mismos llevándolo a la práctica.

Los seres humanos mantenemos una extraña relación con la muerte. Desde que comenzamos a tener uso de razón sabemos que nuestro destino final es desaparecer. Cenizas a las cenizas. De ningún modo deseamos que ese día llegue, pero lo sabemos. La mayoría tratamos de prolongar ese momento lo máximo posible, pero una minoría se siente en la necesidad de saber -antes de que le llegue la hora de forma natural o sin que medie imprevisto que lo anticipe- qué se siente estando tan cerca de algo que sabemos que tarde o temprano ocurrirá. Tratar de averiguar qué se siente al matar o qué se experimenta al ver morir a alguien conforma, sin duda, la parte abyecta e infame de ese pensamiento.

El presunto asesino de Marta Calvo ya conoce esa respuesta y, a tenor de su historial, intuimos que no solo no hay arrepentimiento, sino que forzosamente se oculta un placer perverso por arrebatar la vida a mujeres, aunque no la suya propia, como cualquier lector -y no digamos las víctimas y su entorno- habría preferido.

Desde pequeños vivimos para alejar lo máximo posible el momento fatal de la muerte, aunque ello no implica que no hagamos intentos por aproximarnos a la idea de cómo debe de ser lo de quitarnos de en medio. Lo vemos en el youtuber que arriesga su vida escalando el exterior de un edificio de 80 alturas, en el instagramer famoso por subirse a lo alto de las antenas de comunicación de un rascacielos para tomarse una fotografía o en el turista imprudente que pretende acertar en el centro de la piscina lanzándose desde la octava planta de su apartamento playero. En todos esos casos ronda la muerte de cerca y el inquietante enigma del ‘qué se siente’. En planos absolutamente contrapuestos, desde la maldad que anida en Jorge Ignacio P.J. a la imprudencia del tiktoker que trata de caminar por la cornisa de un rascacielos se aparece la misma contradicción, la de experimentar con la vida ajena o la propia donde solo debería gobernar el tiempo o los imponderables.

Si tienen oportunidad lean La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia, escritor y periodista italiano cuyo libro acaba de alcanzar su tercera edición en España. En él se narra un suceso que conmocionó a Italia en 2016, el asesinato de un joven prostituto de origen humilde a manos de dos hombres de 28 y 29 años pertenecientes a la burguesía romana. Le mataron a martillazos y tras asestarle 107 puñaladas al cuarto día de consumo continuado de cocaína y vodka, lo que les llevó a una vorágine de delirio y desconexión con la realidad que derivó en una carnicería, detrás de la cual consiguieron arrancar a los dos autores la razón primera de su fechoría: querían saber qué se sentía al matar a alguien.

En 2021, y mucho más cerca de casa, en la ciudad orensana de O Carballiño, un niño de 13 años arrojó por la ventana a una niña de 14. «Quería saber qué se siente al matar», dio por toda explicación, muy similar a la declarada a la policía por Manuel Delgado Villegas, ‘el Arropiero’, el mayor asesino en serie de España, autor confeso de 43 crímenes en las décadas de los 60 y 70 y poseedor del cromosoma XYY, también llamado de Lombroso o de la criminalidad.

Pásense por El Retiro si viven o viajan a Madrid y vayan a ver la exposición ‘Mexicráneos’, 22 piezas de autores nacidos en un país donde se practica un llamativo culto a la muerte, de la que los artistas se posicionan cuanto más lejos, mejor. Patrocinada por un par de funerarias, incluye un hermoso corolario que nunca deberíamos olvidar: "La vida merece un homenaje".

@jorgefauro