La Opinión de Zamora

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Baltasar Rodero

Síndrome del impostor

Cuando uno se convence de que es un fraude y cualquiera es mejor que él

Mochilas en el suelo contra el fracaso escolar MANUEL BRUQUE

Una joven de 15 años, y un adulto de 27, que ha culminado su formación universitaria, van a coincidir en “el tiempo” en consulta, buscando cómo aliviar su sufrimiento.

La joven de 15 años ha nacido en una familia acomodada, cuyas relaciones son estables, es muy buena estudiante, responsable, sensible, ejemplar en su comportamiento, muy buena compañera y amiga, alerta siempre para ayudar a compañeros y amigos, cultiva el deporte, y disfruta además de una clase de pintura.

Sobresale en todo, es prudente, inteligente, y optimista, con habilidades para estar y compartir, no se priva del disfrute del ocio, sale con sus amigas, mantiene buenas relaciones con toda su familia.

No obstante, sus padres vienen preocupados porque se excede en el estudio, es muy rigurosa y exigente, su organización es inflexible, y su cumplimiento exagerado. Tiene que cumplir los horarios que ella misma se impone, ello se refleja en la calidad de las notas, las más altas de clase, por esto los padres no entienden, cómo estudiando tanto, tantas horas y de forma organizada, y obteniendo los resultados que obtiene, cada examen sea para ella un drama.

Se pone muy nerviosa, sufre nauseas y vómitos, dolores abdominales, pierde el sueño y el apetito, etc., llora, se entristece, se recluye en pensamientos negativos, repitiendo siempre el mismo discurso, “que es el examen más difícil, que es el más complejo, que es el que peor lleva, y que va a suspender con seguridad”.

De esta vivencia como visión, nace un sentimiento de frustración, y de fracaso, llegando a pensar que son una estafa gigantesca, que en nada se pueden comparar a los otros, siempre brillantes y exitosos

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En cada examen, comentan los padres, asistimos a la representación del mismo drama, que va agudizándose cada día, haciéndose su comportamiento más rígido y exigente en el estudio, y mejorando con ello las notas, aunque piensa que son cuestión de suerte, que no las merece, porque no son reflejo de la realidad. “Cualquier compañero me supera”.

Incluso cuando habla de ellos, lo hace desde una percepción exitosa, son casi todos ellos, modelos de estudio y de notas, no observa en ellos ningún tipo de fracaso, ningún tipo de carencia, sus logros por otra parte la deslumbran.

Sin embargo, de ella observa carencias, limitaciones, se siente como un fraude, su realidad está muy lejos de la que perciben los demás, soy, comenta, una mentira, una estafa clamorosa. Se trata pues de las características del Síndrome del Impostor.

Esta situación, viene subrayada por la sobreexposición social en la que vivimos, con la totalidad pérdida de intimidad, y como consecuencia, con las inevitables comparaciones con los otros, en los que solo observamos sus éxitos, con la consiguiente pérdida de seguridad emocional. Naciendo así una sensación de fraude social, y como consecuencia baja autoestima, y con ella una ostensible limitación conductual, por la que nos sentimos paralizados por el miedo, disminuyendo nuestro rendimiento diario, y nuestra fantasía proyectiva, amén de que navegamos sobre cierta congelación y rigidez de sentimientos.

El adulto al que hacíamos alusión, se trata del primero de tres hermanos, hijo de profesores universitarios, cuyo currículum es ejemplar. Se formó en un colegio con altas calificaciones, pasando a la Escuela Superior de Ingenieros, donde realizó estudios de Ingeniero de Telecomunicaciones. Con el apoyo de sus padres, encontró empleo de forma casi inmediata, a nivel de ejecutivo medio, situación que defendió óptimamente, aunque siempre con reparos, puesto que siempre criticó su falta de experiencia.

Después de tres años ejerciendo en el mismo puesto de trabajo, la empresa abre una sucursal en otra ciudad, poniéndole al frente de la misma, valoraban su cualificación, experiencia, y de forma especial por su integración profesional y colaboración con la dirección, dándose aquí los primeros forcejeos con sus padres, en los que la presencia de la queja es permanente.

Acude entonces a consulta, muy nervioso, defiende que le falta formación, cualificación específica, experiencia, incluso habilidades para organizar el trabajo, dado que está en un gabinete en el que ejercen 15 personas con título superior. Se siente por ello mal, no se concentra, está tenso y expectante y frustrado, ha perdido la ilusión por la vida, se siente desubicado, ha desconectado con todas sus relaciones de amistades, ha perdido el sueño, y observa un negro futuro.

Es un reflejo de la personalidad de la joven, una persona con brillante formación, que se ha incorporado a una empresa, en la que la dirección está totalmente satisfecha, que ha sabido desarrollar su trabajo de forma exitosa, tiene una concepción muy distinta de esa realidad.

“Se siente un fracasado, siente que todo es mentira, que es una farsa, que es el apoyo de sus padres, los responsables de sus méritos, que le faltan cualidades y experiencia para desarrollar su puesto de trabajo”.

Sufre el Síndrome del Impostor, por el que, no solamente no reconoce ninguno de sus méritos, ni su nivel de cualificación profesional, sino que está convencido de que es un fraude, de tal forma que cualquiera de los trabajadores de su grupo, podrían ejercer mejor su papel.

La vida podríamos representarla como una báscula. En un platillo se sitúa la farsa, la impostura, la mentira, la venta engañosa, sumándose además una fácil exposición de todo ello, a través de las redes sociales, en las que el montaje se hace más evidente.

En el otro platillo, se sitúan las personas normales, discretas, adecuadas, respetuosas con los otros, y que observan la espectacularidad, el brillo y la exposición de los otros. De esta vivencia como visión, nace un sentimiento de frustración, y de fracaso, llegando a pensar que son una estafa gigantesca, que en nada se pueden comparar a los otros, siempre brillantes y exitosos. Provocando, al final, sintomatología diversa, como cuadros de ansiedad, de depresión o de somatizaciones itinerantes.

(*) Médico psiquiatra

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