La Opinión de Zamora

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Ana Elizalde Sanabria

Ana Elizalde Sanabria

La culebra envenenada

Zamora habita en la frontera olvidada por su propio país

INCENDIO SIERRA DE LA CULEBRA. CALZADA DE TERA Emilio Fraile

Por fin se ubica en el mapa La Sierra de la Culebra, “espacio natural protegido, de maravilloso paraje, ecosistema conservador de joyas faunísticas, tierras fronterizas y tierras de Lobos, donde aún perviven tradiciones ancestrales, arquitecturas inmutables y valles de ríos incontaminados”. Si no la conociera, estaría convencida que se trata de una hipérbole exagerada de algún periodista que trata de contraponer lo que era la Sierra, con la foto actual.

Y en efecto, ya son más las fotos en escala de grises ceniza que llegan al grupo de whatsapp. Recuerdan las antiguas fotografías en blanco y negro que tenemos de nuestros abuelos en aquellos mismos lares, que lucen las paredes del salón de la casa del pueblo.

Las campanas de la iglesia repican a velocidad cuando alertan de incendio, y así me imagino que cantaron a lo largo y ancho en todos los pueblos de la zona, retumbando entre las calles de robustas casas de piedra y pizarra.

Probablemente este verano, nos toque volver a repicar las campanas a concejo, y reorganizarnos para recuperar, restaurar, reconstruir la Sierra, porque además de ser hogar para una inmensidad de fauna y flora, es también, honestamente, refugio nuestro

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Tengo grabado en la cabeza el redoble de campanas que canta mi abuela recordando aquella vez cuando era joven, en la que a una de las vecinas del barrio de abajo le empezó a arder el corral tras echar las cenizas y brasas, aún calientes de la lumbre, en el pajar del corral antes de irse a dormir. La pobre mujer se debió de despertar al oír relinchar a sus vacas, gallinas y burra. Pero ya era demasiado tarde, el fuego se había adueñado del corral y parte de la casa cuando el vecindario que acudió con cubos de agua consiguió apagar las llamas. Sin casa, ganado ni sustento con el que tirar para adelante se quedó la pobre de un día para otro. Al día siguiente llamaron a concejo, un repique algo más calmado, al que acuden todos los vecinos en reunión para determinar las labores comunales y repartirse el trabajo. En apenas un mes, la mujer que lloraba desconsolada la pérdida de su hogar, tenía la casa reconstruida y un par de animales que las familias del pueblo le regalaron para que pudiera salir adelante.

En las fotos de Twitter de estos días, se podían ver remangados también los hijos y nietos de aquella generación que ayudó a nuestra amiga a seguir adelante, pero esta vez enfrentándose a un fuego bastante más gigante y arrasador.

Y esta vez no era una casa que arreglar en dos días la que ardía, sino una sierra entera que es hogar de infinidad de seres vivos que vemos huir desorientados en videos, y que no sabemos si nos los volveremos a encontrar en los atardeceres de nuestras tierras.

Esta vez, lo que ha ardido, es el escenario en el que ocurren todas las viejas historias que escuchamos a nuestros mayores, las de los aullidos de los lobos, y todas aquellas figuras que protagonizan cuentos que viven en nuestro imaginario colectivo, y que nos hacen sentir que pertenecemos a ese mismo lugar. Esta vez, arde La Culebra, arde nuestra casa.

“Airico de la sierra, airico traidor, por la mañana frío, por la tarde calor.”

El último balance habla de 30.800h.a. afectadas, el mayor incendio registrado en la historia de España. Se habla de “daños irreparables”, de zona catastrófica, pero ya la han omitido en los titulares de los principales periódicos del país el mayor incendio de su historia. Zamora, que muchos ni siquiera la ubican en el mapa, habita en la frontera olvidada por su propio país.

Ya son muchas las personas que se han colectivizado en varias plataformas para reclamar medidas, ayudas y compromiso con la Culebra. Pero la flauta suena lo justo como para considerarlo música aún. Y sin dejar de clamar, probablemente este verano, nos toque volver a repicar las campanas a concejo, y reorganizarnos para recuperar, restaurar, reconstruir la Sierra, porque además de ser hogar para una inmensidad de fauna y flora, es también, honestamente, refugio nuestro.

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