La Opinión de Zamora

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Jonathan Pérez

Librillo de memoria

Jonathan Pérez

Palabras viejas

Con ellas rescatamos lo mejor de ese mundo peor

Cuando me acuerdo, cojo papel y boli. Hablamos del clima, de si las gallinas están ponedoras o no, de la enfermedad. Me pregunta que si iré pronto al pueblo. Le digo que sí, que no tardaré mucho en volver. Los primeros cinco minutos son una conversación cíclica, un movimiento con pocas variaciones, como un ritual. La anécdota o la evocación del recuerdo llegan después. Usa palabras como coscarón, ferruje o resisterio. Palabras que llevan dentro el olor dulzón de un pastel, el chirrido oxidado de una puerta, la luz de un sol que araña. Adiós, adiós, muah, un beso. Cuelga y las apunto en un documento de Word: Glosario de abuela.

Palabras viejas

Así como hay nietos que, muertos ya los abuelos, van a las casas de adobe y uralita para llevarse una un dedal o una figura de cerámica, aprovecho que abuela sigue viva y recolecto sus palabras. Hace siete años que me fui del pueblo y ahora, en Madrid, no hay día que no emplee una palabra de allí después de indicar “como dice mi abuela…” No sé muy bien por qué lo hago. ¿A modo de pretexto, para que el urbanita no se asuste y crea que soy un paleto de pueblo? ¿Para dejar claro que me gusta el terruño del que vengo? No sé. Quizá hablar de abuela y usar las expresiones del campo sean formas de acortar la distancia. De invocar al nido y evitar el mareo entre viajes, mudanzas y futuros posibles.

Cuando mi abuela me cuenta cómo iban a ligar en burra a Valdeperdices, cómo fue el día de su boda (vestido negro; muerta de miedo y de amor) o cómo un curandero de Andavías le quitó una verruga del pulgar con papillas verbales y rezos a dios sabe qué, envuelve las historias con un léxico que las acompaña. Con palabras viejas que huelen a sobrado y a ácaros, a bolitas de alcanfor que conservan un traje regional de hace cuarenta años. Ella no entiende, o no quiere entender, la lengua del burócrata. Cuando voy, me pide que lea las cartas de Iberdrola o del INEM y le resuma lo que dicen en román paladino. Qué curioso. Hubo un tiempo en que quise ser burócrata de alto nivel, hacer malabares con tecnicismos, apretarme la corbata antes de hablar como los poderosos. Hubo un tiempo en la ciudad en que eché desodorante verbal a lo que yo veía como tufo pueblerino. Ahora, veo ineptitud en el burócrata que, en su vida privada, narra con atropellos, no tiene más experiencias que las que compra, para hablar de sus sentimientos usa vocablos que ni fú ni fá (llama “nuestro proyecto” a una relación sentimental). La lengua del burócrata es una lengua higiénica, una habitación de Ikea que no dice nada de quien la habita.

Me gustan las palabras viejas, pero no romantizo el mundo viejo. Abuela se crio en un pueblo donde las mujeres obedecían, encorvaban el espinazo cuando el marido levantaba la voz

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Me gustan las palabras viejas, pero no romantizo el mundo viejo. Abuela se crio en un pueblo donde las mujeres obedecían, encorvaban el espinazo cuando el marido levantaba la voz. Su primo creció en calles manchadas de homofobias; fue educado por analfabetos emocionales. El rico explotaba al pobre autóctono (hoy explota al migrante precarizado). Mi abuela y la gente de su quinta, aun así, no son personas huérfanas de experiencia, carentes de relato. A diferencia del burócrata, narran con brío, ordenan el pasado con dichos y hechos que les nacen con espontaneidad. Cuentan, escucho y es como estar a la abrigada.

Me gustan las palabras viejas porque con ellas accedemos a un mundo que ya no es. Rescatamos lo mejor de ese mundo peor. Las he visto recogidas en diccionarios especiales y no me gustaría que acabaran siendo piezas de museo. En la última llamada, abuela me habló de un altercado que hubo en el pueblo, y donde yo habría dicho “vaya movida”, ella dijo “menudo altar sin santos”.

Cuando me llega una expresión vieja mi conocimiento de la realidad se ensancha: me asomo a un tiempo pasado que revive, que vuelve a ser: una foto en blanco y negro donde los fotografiados interactúan como en los periódicos animados de Harry Potter.

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