Aunque acababan de vivir un infierno de llamas y desolación, vinieron a la ciudad de Zamora y trajeron el aire fresco de la sierra hasta la Plaza de la Marina el día 21 de junio, cuando empezaba el verano y el operativo de incendios forestales de la Junta aún no estaba al completo hasta el mes de julio como todos los años, de acuerdo con el protocolo.
Si la montaña de la burocracia no va a Mahoma, los “mahomas” que aún viven en la Sierra de la Culebra vinieron a las puertas de la montaña de los protocolos, las excusas, los recortes económicos y las lentas subvenciones, para dejar oír su voz indignada y dolida, pero alta y firme pese a la falta de megafonía.
No hacía falta altavoz para oír lo que querían decirnos: unos troncos calcinados representaban lo que quedaba de su monte quemado, de su tierra abrasada, de su paisaje ennegrecido, de su agua contaminada, del mantel de su casa lleno de cenizas. De su forma de vida destruida por el rayo que no cesa –como el del poeta de pueblo y del pueblo Miguel Hernández- que tal vez fue fortuito, pero que desencadenó el fuego que no pudo atajarse a tiempo por falta de medios.
Si la montaña de la burocracia no va a Mahoma, los “mahomas” que aún viven en la Sierra de la Culebra vinieron a las puertas de la montaña de los protocolos, las excusas, los recortes económicos y las lentas subvenciones
Que los incendios “no son fijos discontinuos”, fue lo primero que nos dijeron. Como no deben ser fijos discontinuos los trabajadores que cuidan el monte para prevenirlos y apagarlos. Esos bomberos forestales que deben estar todo el año apagando el fuego, y no jugándose la vida y la salud cuando las llamas y el humo arrecian; y esos trabajadores forestales que tienen que desbrozar el monte porque hace años que van disminuyendo los habitantes de la zona, y con ellos descendiendo los terrenos cultivados y la ganadería extensiva que mantenía el fuego un poco más a raya.
“Menos pinos” –continuaban diciendo. Que el monte de Zamora debe estar poblado de especies autóctonas como los robles y castaños, y no de especies madereras como el pino que arde con más facilidad, y que desde hace muchos años se están plantando por las políticas forestales erróneas de los gobiernos, con el objetivo exclusivamente económico de su rentabilidad. Una rentabilidad que no se ha visto ni en la Culebra ni en toda la provincia. Y que nos ha llevado al terrible record de ser el mayor incendio de España ¡Malditas políticas forestales!
Las que les llevaron a continuar gritando: “Más bomberos y menos consejeros.” Era una crítica a los defectos de coordinación que habían visto y sufrido a las puertas de su casa, de su huerta, de su explotación ganadera. Se quejaban amargamente de la tardanza en actuar, de la lentitud en la declaración de un nivel superior del incendio cuando estaban llegando de prisa el humo y las llamas a su pueblo. De tener que esperar a que hubiera más medios de extinción cuando sí que llegaron las mismas llamas a las vías del AVE o a la autovía, amenazando las carísimas infraestructuras de comunicación.
De la misma manera que criticaban: “Han salvado El Casal y se ha quemado la Culebra”.Testigos del fuego decían que los pocos efectivos desplegados en estas fechas se habían dedicado más a salvar la finca de El Casal -que fue en su origen propiedad de los Marqueses de Tábara y ahora es Reserva de Caza para los mismos señoritos- que a proteger a los pueblos.
Eso sí, desalojaron a los escasos vecinos para llevarlos a pabellones cercanos con lo puesto, sin poder recoger sus enseres y sus casas. La desolación en el alma y el desconcierto en la mirada de los más mayores eran testigos de su angustia. “¡Milana bonita!” como Azarías en “Los Santos Inocentes” de Miguel Delibes -parecían decir. Algunos más jóvenes se negaron a irse del pueblo para defenderlo del fuego.
“No al olvido”, decían poéticamente para traducirlo en demanda de declaración de zona catástrófica y en necesidad de agilizar ayudas para que la Culebra no se pierda.
Para poder seguir viviendo allí, aunque la política de tierra quemada haya teñido de gris ceniza el bosque, los animales que han muerto o han huido, los árboles y todo ese ecosistema único de la Sierra de la Culebra. Y reserva de la biosfera de la que todos formamos parte. Por ello toda Zamora estaba el día 21 de junio apoyando a los vecinos que traían el viento del pueblo a la plaza de la Marina.
Vientos del pueblo que “me esparcen el corazón y me aventan la garganta” –como cantó el poeta y cabrero- fue lo que se oyó en Zamora.
Nuestra gente traía en su corazón la sierra verde, como la conocieron. Y por ello todo lo sembraron de verde esperanza: el gris burocrático del edificio de la Junta, el gris urbanita de la plaza, el gris tormentoso del cielo de la tarde, el gris devastador de las cenizas del incendio, y el negro del futuro de nuestra provincia.
La Sierra de la Culebra y los pueblos de los Valles bajaron a Zamora para demostrar que están vivos, y que resisten pese a que las políticas forestales unas veces y las políticas económicas y sociales siempre, les hayan teñido el horizonte del color gris de las políticas oficiales. Porque el corazón del bosque, como el suyo, es verde.
Al final de la concentración, un niño subido en hombros gritaba: “Mañueco, ponte el chaleco”. Y la gente estallaba en carcajadas: “Tu risa me hace libre, me pone alas”.
Gracias por seguir luchando por vuestro futuro. Que es el nuestro.
(Cuando acabo este escrito, ya habéis conseguido que venga a veros el presidente del Gobierno de España ¡Objetivo conseguido, espero!).