La Opinión de Zamora

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Carmen Ferreras

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Coup de force

La Iglesia no puede permitirse por más tiempo perder su prestigio

archivo papa francisco GRUPO RENAULT

Algo importante está sucediendo en el Vaticano. Francisco, que no es Benedicto XVI, ha llegado para revolucionar la Iglesia y lo está haciendo a conciencia. No sé si responde a un plan relacionado con el tiempo que nos toca vivir o está ejecutando los deseos del mismo Dios nuestro Señor. El ‘coup de force’ de Francisco, entendiendo por tal un golpe de efecto aunque también de fuerza, la que le da ser el gran jefe, está descolocando a propios y extraños. Como al Sumo Pontífice se le supone la infalibilidad, quiero pensar que está en el buen camino, que no hay errores, ni equívocos de ningún tipo.

De entrada, el papa Francisco jubila de una tacada a todos los cardenales con más de 75 años que tengan alguna responsabilidad en la Curia romana. Con ello pretende dar un golpe de timón en la renovación de la Santa Sede y, de esa forma, no demorar la aplicación de la constitución “Predicar el Evangelio”, que reforma de arriba abajo la curia romana. Soplan vientos de reforma en el Vaticano. Cabe esperar que Dios le ilumine porque entre los cesados se encuentran nombres de reconocida valía dentro y fuera de Roma. Tampoco se puede borrar de un plumazo la experiencia que atesoran los que alcanzan la edad límite e incluso la superan.

Son muchos los católicos que entienden que de poco sirve tanta reforma, si dentro se aplica la Constitución a rajatabla y fuera se deja hacer por tibieza o por miedo

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Yo no entendería una Iglesia que se deshace de sus mayores. No se les puede dar un reloj en señal de agradecimiento a los servicios prestados durante tantos años, aunque entiendo perfectamente que hay que hacer hueco a los jóvenes. A veces, la palabra joven rima con ambición y ese es el miedo de muchos católicos. También el mío por muy sinodal que quiera ser. Y eso que soy de las que opina que, todo buen cristiano debe ser sinodal. Servidora se está ejercitando cada día en la sinodalidad, ese término nuevo que expresa la identidad de la Iglesia como Pueblo de Dios en camino. Y lo hago procurando caminar con mis hermanos, aunque confieso abiertamente que con según qué hermanos me resulta dificilísimo. No es fácil ser sinodal. Ahí está la gracia de la sinodalidad, en la dificultad que pueda entrañar.

Cualquier cardenal que esté al frente de un dicasterio o demás organismos permanentes de la Curia Romana y de la Ciudad del Vaticano, ha de presentar su renuncia cuando rebasan los 75 años. Es verdad que, en la práctica, como sucede también con los pastores diocesanos, en no pocos casos se suele aceptar esta baja definitiva en la barrera de los 80, algo que igualmente recoge la nueva reforma legal, que también limita los mandatos a dos períodos de cinco años. Me parece la fórmula ideal de no crear servidumbres y mucho menos servilismos.

Son muchos los católicos que entienden que de poco sirve tanta reforma, si dentro se aplica la Constitución a rajatabla y fuera se deja hacer por tibieza o por miedo. Lo que la Iglesia no puede permitirse por más tiempo es seguir perdiendo parte de su prestigio y poder, permaneciendo desconectada del mundo contemporáneo.

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