La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

José Carlos Guerra

Pudiera ser así, pero no es así

Lo fácil es prohibir, censurar. Lo dificil es entender la práctica de la prostitución

No se me solivianten los puritanos ni me abaniquen ni alaben los extremistas.

Escribía un tal, Agustín de Hipona, al que, no se le puede tachar de putero: “Apartad a las prostitutas de la vida humana y llenaréis el mundo de lujuria.”

No seré yo quien me oponga a este pensamiento del santo porque estoy absolutamente de acuerdo con él.

Me comenta mi querido amigo Antonio Casado que derogar la prostitución sería como querer derogar la ley de la gravedad. Me duele, pero más rabia y rubor me da, leer en primera página: “erradicar la prostitución de las calles de Zamora”, como si esta ciudad a la que tanto quiero fuese una barriada de Sodoma y Gomorra.

Hace dos años comencé a escribir un libro: PANAMBI (mariposa en guaraní), que intentaba fuese simplemente una novela sobre la prostitución, las mafias y la trata de mujeres, (antes, trata de blancas)- (aclaración para que no se me ofenda nadie). Son historias reales, de mujeres reales que fueron depositando en mi su confianza y relatándome sus tragedias, casi todas iguales y que podrían resumirse en una y única y despiadada historia.

Es un libro desgarrador, sin concesiones a la mentira y despiadado. Es la verdad que se intenta liquidar cada vez que los políticos enarbolan las banderas en sus marchas y sus congregaciones callejeras con tal de que se les oiga.

Lo fácil es prohibir, censurar. Lo dificil es entender.

Huimos de la reflexión por miedo a enfrenarnos a lo que pudiera ser un discurso moralizante. Repito: ¿Regular, tolerar o prohibir?

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La palabrería de la ministra de “igual da”, ¿ha conseguido disminuir los crímenes, la violencia, los malos tratos? Todo lo contrario. ¿Prohibir?

No. Legislar. Pero legislar no es hacer abuso sino uso justo de la vara para medir y no para castigar.

“Avergonzarnos de nuestra inmoralidad – escribe Nietzsche – un peldaño en la escalera a cuyo final nos avergonzamos también de nuestra moralidad”.

Huimos de la reflexión por miedo a enfrenarnos a lo que pudiera ser un discurso moralizante. Repito: ¿Regular, tolerar o prohibir?

Prostitutas en un local. Mario Guzmán

Estamos asistiendo al espectáculo de esta persecución, este nuevo intento por querer acabar con el mito; “oficio más antiguo del mundo” y que nos lleva a todo lo contrario, a disgregar a estas mujeres arrastrándolas a tener que ejercer su oficio, a vivir en un submundo desprovistas de toda garantía, indefensas y expuestas al mercadeo que manejan los peores macarras.

La figura del chulo, tal y como se le ha conocido siempre, ya no es el personaje de navaja fácil, ha ido desapareciendo en beneficio de las mafias y de los todo-poderosos proxenetas.

Y ellas, tampoco son ya las jóvenes que llegan engañadas desde la Ciudad del Este, en Paraguay, Colombia o Brasil. Llegan empujadas por la necesidad de alimentar a los hijos, familias, que han dejado en sus países de origen. Es la necesidad prematura de alimentarse. Y lo hacen voluntariamente.

De cómo llegan, de la forma en que han de liquidar sus viajes y la imposibilidad de saldarlos, es una cuestión particular por muy engañosa que nos parezca.

Si alguien es incapaz de comprender esta tragedia caeremos en el pecado de no querer entender lo que, a algunos, a los que le cuesta llamar oficio, alineándose con una política prohibicionista y represiva que nunca será eficaz.

Hay una interrogación a la que nadie quiere dar respuesta: qué hacer con tanta mujer que ejerce su oficio. ¿Quién se atreve a legislar, proteger y dotarlas de unas condiciones de las que disfruta la sociedad del bienestar?

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Entrar en las causas del por qué existe la prostitución todos las conocemos.

Pero hay una interrogación a la que nadie quiere dar respuesta: qué hacer con tanta mujer que ejerce su oficio. ¿Quién se atreve a dictar medidas reglamentarias, censar y legislar, proteger y dotarlas de unas condiciones de las que disfruta la sociedad del bienestar?

Nadie, porque el proxenetismo es una beneficiosa fuente de ingresos, aunque ello suponga una violación de cualquier derecho universal.

Y volviendo a Zamora, no creo en el censo que airea. Ni hay clubs a lo largo de la Raya con Portugal, ni existen tantos, en la ciudad, solo uno en toda la provincia.

Si alguien se acercara a la escultura de Herminio Ramos a media noche, por eso de las brujas, y le preguntara a cuantas mujeres ha visto haciendo la calle, se echaría a reir o nos contaría un charrasquillo. Nos hablaría del “barrio de la lana”, “la muralla” o el “barrio de putas”, nombres con los que se conocía al barrio chino. Barrio ya desaparecido y que junto al de Salamanca fueron famosos en toda España. Y seguro que escaparía de su bronce para echar mano de sus nostalgias para contagiar las nuestras y perdernos, sentados en cualquier terraza, recordando los años en los estas mujeres paseaban por la calle de Santa Clara sin que nadie se escandalizara o censurara su presencia.

Me río, como se reiría Herminio al citar sus nombres.

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