La Opinión de Zamora

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José Andrés Casquero

Fraternidad jubilosa

El barrio más poblado de Zamora celebra a su patrona, la Virgen del Yermo

Imagen de la Virgen del Yermo Cedida

Hoy es fiesta en San Lázaro, aunque sus vecinos trabajen. Celebra el barrio más poblado de Zamora a su patrona la Virgen del Yermo. Esta pequeña imagen es la única seña de identidad que tiene, y se lo debe en parte a que saliese de las manos de un personaje procedente del humus popular como fue Ramón Álvarez, al que le encargaron reformarla, aunque la dejó como nueva, allá por 1877, gracias a las limosnas de devotos y en particular de Baltasara Alonso. Nuestro imaginero la ideó con rasgos delicados: carita de niña, apenas risueña, aunque afable, y talló el niño peinadito con raya al medio, con una franca sonrisa y arrebolados mofletes, como queriéndonos recordar la alegría que proclama este tercer día de Pascua de Pentecostés. En medio de un mundo secularizado y tantas veces secularizador pareciera que esta humilde fiesta fuese una nota discordante, propia de otros tiempos, pero su mensaje no ha cambiado: celebrar, y ya se sabe todo lo que se celebra se hace, permítanme que eche mano de un latiguillo antiguo, “para mayor gloria de Dios y provecho de nuestras almas”, y añadirá yo de nuestro ser mortal. Como día importante de este barrio, también humilde, no es extraño que todo aquí esté presidido por la sencillez; la sencillez de una fiesta que se celebra desde siglos con una solemnidad austera, ajena a la impostura, que no busca otra cosa que ser fraternidad jubilosa. Aunque para muchos será la procesión lo más importante, hoy es la fiesta por antonomasia de la parroquia, y por eso tiene en la eucaristía lo medular de día tan grande, pese a la pequeñez de quienes lo celebramos. Y obviamente la imagen de la Virgen tiene mucho que ver, pues viene a ser el cemento que une a feligreses y devotos. Y como todos, este hermoso día tiene sus afanes, y así ya antes de la misa se palpa en el ambiente la inquietud y el nerviosismo característicos de los días señalados. La Virgen luce en las andas su mejor vestido y alhajas, que no son muchas: corona, rostrillo, cuarto lunar de plata, rosario, y el pectoral y anillo del primer obispo víctima de la Guerra Civil, don Eustaquio Nieto Martín, hijo del barrio, que le escribió su novena y predicó más de una vez su fiesta.

La procesión, sin más guía que la que marca la cruz parroquial, se adentra por el intricado laberinto de calles del barrio, para que la Virgen vea y la vean todos sus vecinos

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El perfume de las flores, no muchas, que llena el templo, el trajín de los niños de primera comunión que se apretujan en el presbiterio y no paran, los cofrades y feligreses, que por momentos olvidan donde están y suben el tono de sus murmullos… son el preámbulo de la celebración que preside el clero parroquial y discurre sin alharacas, con una medida solemnidad, en medio de una atmósfera cargada, tan solo rota por los acordes del armonio y las apocadas voces del coro de mujeres que festejan la pureza virginal de María. Cuando finaliza la misa y se abren las puertas de la iglesia, entra el aire fresco de la calle, mezclado con los aromas de la juncia y el tomillo que alfombran el suelo, la confusión se acrecienta; hay prisas por salir, pero el tapón de los que precipitadamente quieren salir, y el que forma el propio cortejo, lo impiden. En medio del estruendo de los cohetes y el repiqueteo de las campanas, que anuncian la festividad, aparece la imagen, mecida a los sones del himno nacional, que en medio de la algarabía ejecuta la flauta y tamboril, síntesis cabal de la tradición festiva de esta tierra. La procesión, sin más guía que la que marca la cruz parroquial, se adentra por el intricado laberinto de calles del barrio, para que la Virgen vea y la vean todos sus vecinos. Saludos, paradas para el cambio de los cargadores, comentarios, amena conversación…, todo transcurre con franca naturalidad más que con santurrona beatería. Ya cerca de la iglesia la lluvia de pétalos, que lanzan los niños y niñas de primera comunión, que no dudan en recogerlos del suelo cuando se les acaban, preludia la parada que inicia un rito tan singular como antiguo: la subasta de las andas, una tradición propia del mundo rural - cuya fisonomía aún está presente en el barrio - utilizada como recurso para allegar perras, de las que no anda muy sobrada esta cofradía. Y aunque hace ya años que no hay dos grupos que pujen por ellas, hoy se recurre a sumar cuantas más personas mejor y así al menos intentar que valgan más que el año anterior. Cuando la economía de los que participan en la subasta no da para más concluye el rito, y como si hubiese prisa entra la imagen a trompicones en la parroquia, a hombros de mujeres y hombres, que hoy no hay distingos, cuando ya declina el día, despidiéndola con la salve popular, y deseando a todos salud y bien para el próximo año. Después continúa la fiesta con el refresco de vino y pastas que generosamente reparten los mayordomos a todo quisque. Mañana será día de escuela y la fiesta no se puede alargar más, si acaso tendrá un último acto en la cena de algunas casas, donde a los postres no faltará el arroz con leche. Un año más la Virgen ha hecho el sencillo milagro de reunir a unos y otros con el propósito de pasar unas horas felices, y recordarnos que seguir el evangelio de su Hijo nos hace también mejores. ¡Dios de salve llena de gracia!

(*) Historiador

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