La Opinión de Zamora

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Luis M. Esteban

Feliz Resurrección

Hay que coger el timón del barco mientras estemos este mundo, sea valle de lágrimas o no, y ponerlo rumbo al horizonte deseado

Encuentro de Resurrección de Zamora. José Luis Fernández

Vaya por delante mi feliz Pascua para los creyentes, para aquellos que con sentimiento celebran uno de los momentos esenciales del cristianismo, la victoria de Jesús sobre la muerte y con ello la promesa de la vida eterna, esa en la que, lejos de la inmundicia terrenal, serán colmados de todos los bienes del Padre y por siempre. Así que felicidades para aquellos que tengan fe. También para aquellos que, como Juan Ramón Jiménez, necesitaban que Dios existiese y, por tanto, la resurrección de la carne y la inmortalidad. Pero también feliz resurrección para aquellos que anden escasitos de fe, o no tengan ninguna, o, sencillamente, como un servidor, solo les interese la inmortalidad, como a Unamuno, si es así, tal cual y como estoy en este momento, que el alma se me hace excesivamente etérea, inmaterial, inaccesible y, en mi caso, pues nada interesante, porque si no he de reconocer en su aspecto, como tan bien escribió Dámaso Alonso, a mis antecedentes en el más allá, y por el alma sin más mal asunto, entonces no me interesa lo más mínimo.

Y también feliz resurrección para todos aquellos que sencillamente vivan estos días a partir del recuerdo de los episodios de la Pasión como el primero de año, pero más en serio, como un momento para renacer en el sentido no de devolver la vida a un muerto, que esto es lo que queda para los creyentes, sino simplemente como un volver a la vida, porque es la vida lo que hay que celebrar, que para la muerte, pues que vaya esperando, que tampoco hay prisa.

Me entusiasma poco la fe judeocristiana, porque me parece triste, sufridora y exaltadora del dolor y la tragedia, como si solo desde el sufrimiento se pudiese alcanzar la esencia de ser persona y, por supuesto, la vida eterna

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Hablaba el otro día con una querida amiga sobre temas que no vienen a cuento, pero sí que viene más que al hilo de esto que escribo la manera en la que ella hablaba, cómo su cara apuntillaba cada una de sus palabras y cómo sus ojos, brillantes, acompañaban cada una de sus afirmaciones. Porque lo importante no era el qué decía, sino el cómo lo decía, con qué fe, ignoro y reconozco que me importa menos que nada si era religiosa o no, y cómo hablaba de su vuelta a la vida, de su propósito de resucitar sobre sí misma, que es bastante más complejo que resucitar de la muerte. Porque resucitar a la vida desde la vida es, ni más ni menos, que coger el timón del barco mientras estemos este mundo, sea valle de lágrimas o no, y ponerlo rumbo al horizonte deseado. Y que vengan tormentas, que la mano seguirá firme en el timón venga el viento de barlovento o sotavento.

Y yo me limité a escuchar, porque había fe en sus palabras y en su sentimiento y, desde mi silencio, que no es fácil que yo me calle ante una buena conversación, iba pensando que, más allá de cuestiones religiosas, bien venidas sean estas festividades si sirven para que pensemos en la necesidad y la importancia de nosotros mismos y para nosotros, más allá de lo que debamos a quienes de una u otra forma dependan de nosotros, pero que si no somos nosotros entonces de nada serviremos para los demás.

Reconozco que me entusiasma poco la fe judeocristiana, porque me parece triste, sufridora y exaltadora del dolor y la tragedia, como si solo desde el sufrimiento se pudiese alcanzar la esencia de ser persona y, por supuesto, la vida eterna. Sin embargo, he de agradecer a esa misma tradición el que nos traiga momentos como la resurrección, o la natividad, como llamadas a mirarnos hacia dentro e impulsarnos a salir de la cotidianeidad para buscarnos y encontrar dentro de nosotros, porque no hay otro sitio, las razones para seguir adelante más allá de para sobrevivir para vivir, que no es lo mismo. Como le agradezco la magia de los Reyes Magos.

Así que feliz resurrección en lo que tiene de vuelta a la vida, a la esencia de ser uno mismo y para uno mismo para, si es que es preciso, darse a los demás con precaución, y por encima de todo feliz resurrección para quienes estén dispuestos a ser dueños de su tiempo y de la gestión del mismo, de sus prioridades y hasta de sus miserias, pero dueños incluso de cuándo y cómo se atan los zapatos. Y, a más, ser dueños para que ni les pase ni nos pase como al protagonista de Beltenebros, la novela de Antonio Muñoz Molina, y no caigamos en la cuenta, siempre en mal momento y, por supuesto, sin posible recuperación, como todo lo que el tiempo arrasa con su paso irrecuperable, de que “habían pasado muchos años desde la última vez que fui verdaderamente traspasado por la violencia pura del deseo, por esa ciega necesidad de perderme y morir o estar vivo durante una fugaz eternidad en los brazos de alguien”.

A fin de cuentas, ya que se resucita que no sea para, como en el ciclo de la tradición cristiana, volver a morir lacerados por las mismas miserias ya sabidas.

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