La Opinión de Zamora

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Bárbara Palmero

Séneca y la generación de cristal

La salud mental es un privilegio que sólo unos pocos pueden permitirse

La única vez en mi vida que me quedó pendiente para septiembre una asignatura, fueron las Matemáticas II en tercero de BUP. Mi madre me compró un libro verde gordísimo que todavía me hiela la sangre en las venas cada vez que le quito el polvo, de ahí que limpie lo menos posible, así que me pasé aquel verano resolviendo derivadas e integrales. Pero lo más inquietante es que en sueños, mientras dormía, me pasaba las noches despejando la X.

Mi conocimiento actual sobre matemáticas, se reduce a que Grigori Perelman ha sido el único sabio capaz de resolver la Conjetura de Poincaré. No sé qué en qué consiste la famosa conjetura, y por supuesto que no tengo ni idea de cómo carallo la ha resuelto, pero sirva este dato para contrarrestar el anterior acerca de mi escasa afición por la limpieza.

Unos años más tarde, me saqué el carnet de conducir. Lo aprobé a la primera, cierto. Como también es verdad que me pasaba las noches conduciendo en sueños. Mientras dormía, no dejaba de pisar embrague y cambiar de marcha.

Hace veintidós años que tengo una granja de ovejas. Y desde entonces, cada nueva jornada que salgo a pastorear el campo, me paso la noche anterior soñando que mi rebaño invade los sembrados de los vecinos y me toca sacarlo a gritos y con la ayuda de los perros.

Pasan los años, y casi todos los capítulos tristes del libro de la vida se han ido desarrollado en las personas de mi entorno, y me incluyo: enfermedad, infidelidad, despido laboral, aborto, acoso sexual, divorcio, emigración, discapacidad física, problemas económicos, imposibilidad para concebir, el banco que se queda con la vivienda, muerte de los padres…

Y me he encontrado con el desolador descubrimiento, de que a pesar de que jugamos con las mismas cartas de la baraja, las consecuencias de la partida nunca son las mismas para cada uno de los participantes. En este momento, mi mejor amiga del colegio está diagnosticada de un trastorno de la personalidad, y cuatro de mis amigas del instituto están en tratamiento por depresión.

Cada día en España, uno de los países del mundo con mayor consumo de tranquilizantes y ansiolíticos, se suicidan diez personas

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Estoy hablando de mis amigas, mis compañeras del alma, compañeras, mis iguales. Por lo que cuando me refiero a ellas, es como si lo hiciera sobre mí misma. Y la duda que me surge es: ¿por qué ellas sí, y yo que pastoreo en sueños, no limpio ni aunque me paguen, hablo con las gallinas y debería tener todas las papeletas para la rifa no? Ni la filosofía ni los psiquiatras tienen la respuesta.

Los pueblos del Magreb francófono tienen un dicho: C`est le mal. Traducido, es el mal. Pero se encargan de dotarlo de un sentido práctico, el mal ya está hecho. Muy estoico, a lo Séneca. Ese filósofo cordobés que nos legó aquello de que “la adversidad es un entrenamiento del que extraer una lección positiva”.

El mal está presente, y lamentarse no va a cambiar nada. Seamos prácticos, vamos a centrarnos en buscar la solución. En España existe un serio problema de salud mental. Somos uno de los países con un mayor consumo de antidepresivos y ansiolíticos. Y encima, sufrimos una carencia severa de psicólogos y psiquiatras.

Cada día se suicidan en nuestro país diez personas. A lo que hay que sumar, que el suicidio es la principal causa de muerte no natural en jóvenes. Esto en una población envejecida, y con una de las tasas de natalidad más baja, si no la más baja, de Europa. C`est le mal, el mal está ahí. De nada sirve acusar a la juventud de que no sabe cómo afrontar el fracaso, vamos a buscar un remedio.

El problema de la Salud mental está ahí. Es hora de gestionarlo y encontrar una solución eficaz, que no se limite, como hasta ahora, a recetar benzodiazepinas como si fueran la tapa de aceitunas que te ponen con la cerveza

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Cuando yo era pequeña, en Sevilla estaba el manicomio de Miraflores, y era habitual que los niños hiciéramos bromas de locos, o sobre que nos iban a encerrar allí. Luego llegó Felipe González, y con la excusa de que había que devolver la dignidad a los enfermos mentales y ayudar a integrarlos en la sociedad, lo cerró.

Felipe González, alias el Privatizador I, cerró los sanatorios mentales públicos y dejó al pueblo español psicológicamente desamparado. No todo el mundo puede pagarse una estancia en la Clínica López Ibor después de recibir el alta en el ala de psiquiatría de un hospital público. Y el resto de Privatizadores que le han sucedido, no se han molestado en desfacer el entuerto.

C’est le mal, el problema existe. De qué sirve pontificar con que somos una generación de cristal y que nos quebramos a la mínima; que no aguantamos nada o que no hemos leído las Meditaciones de Marco Aurelio; Y que nuestros abuelos superaron una guerra, el hambre, la miseria, la desnacionalizacion de empresas e infraestructuras estatales, que eran de todos y ahora están en manos de cuatro viejos ricos, y no lloriqueaban tanto.

Parole, parole, parole… El problema de la Salud mental está ahí. Es hora de gestionarlo y encontrar una solución eficaz, que no se limite, como hasta ahora, a recetar benzodiazepinas como si fueran la tapa de aceitunas que te ponen con la cerveza.

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