La Opinión de Zamora

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Carta de una zamorana por el Día de la Madre

La caricia interminable del amor

Una madre con su bebé recién nacido.

Hace bastantes años, siendo yo niña, cayó en mis manos una revista encabezada por un precioso poema que comenzaba diciendo: “Si tienes una madre todavía da gracias al Señor, que te ama tanto, pues no todo mortal cantar podría dicha tan grande ni placer tan santo”.

Yo, miraba a mi madre sonriendo y pensaba que era lo más natural el tenerla; pero, por si acaso, desde que leí aquello, siempre le daba gracias a Dios, porque me las conservaba, ya que tuve la gran suerte, mejor dicho, tuvimos, de que su hermana viviera siempre con nosotras, nuestra gran querida tía Encarna, que fue como otra madre.

Pasó el tiempo, y poco a poco fueron envejeciendo y, yo, sumando años.

Miraba a mi madre sonriendo y pensaba que era lo más natural el tenerla; pero, por si acaso, desde que leí aquello, siempre le daba gracias a Dios, porque me la conservaba

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Un día, que fui a Benavente, a verlas, como solía con frecuencia hacer, vi como ya trastabardeaban los pasos y la cabeza de mi madre y que mi tía arrastraba sus zapatos deformados al ir a la iglesia de San Juan a rezar el Vía Crucis y que repetía siempre la misma estación. Entonces, pensé:

“Esto ya va queriendo decir que es el principio del fin”. Sus achaques se fueron haciendo más patentes.

Pocos años después, las sillas de la cocina, donde ellas hacían la vida, se encontraban vacías.

Pero, yo, continúo dando gracias a Dios porque sé que las sigo teniendo, y no me faltan; pues el amor de una madre es eterno, y que las sigo queriendo porque las siento muy cerca de mí.

Y, yo me pregunto:¿Qué es la madre?

Y porque lo soy me respondo:

“La caricia interminable de una vida de amor llena, que la savia de su rama, que fecunda esta en el alma, a cualquier brote la entrega.

Es la fuente de agua limpia, que manando gota a gota de la corriente a la orilla, fluye mansa y no se agota.

Es la mano dulce y suave que al llegar la primavera, toma a otra mano, certera, y le enseña a persignarse,

Es la alondra mañanera que canta al amanecer y reza un “Ave-María” cuando al hijo ve crecer.

Es el suspiro del alma cuando un hijo se le va quedándosele en la entraña plegarias de soledad.

Es la flor que en el invierno solitaria gime al viento su melódica canción:

“Soy capaz de dar la vida si algún tallo la precisa, solamente por amor”

Feliz día de la madre a todas las que se sientan madres

Marifé Pascual Infestas

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