La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

Yo, de momento, no me la quito

Será un alivio psicológico llegar a autoconvencernos de que la pandemia ha pasado, al menos en parte

MEDIDAS COVID BARES

Pasada la Semana Santa ya no será obligatorio el uso de la mascarilla en espacios interiores, excepto lugares muy concretos, como centros de salud, transportes públicos, o residencias de mayores. Tal noticia ha sido un respiro para los ciudadanos. No conozco a nadie que se encuentre a gusto con ese adminículo que impide poder disfrutar de una respiración normal. Por si fuera poco, las molestias se ven acentuadas cuando se usan gafas, porque no hay día que no se enreden las gomas de la mascarilla con las patillas.

Sin duda, será un alivio poder verle la cara a la gente. Al menos a familiares y amigos, cuyos rasgos casi hemos llegado a olvidar, especialmente los menos destacados por la madre naturaleza. Pero, principalmente, será un alivio psicológico llegar a autoconvencernos de que la pandemia ha pasado, al menos en parte, y que ya no se muestra tan agresiva como lo ha sido hasta ahora.

Los únicos que no estarán de acuerdo con esta medida serán los especuladores y comisionistas que, aprovechándose de la falta de mascarillas y otros artículos sanitarios en las distintas autonomías, se forraron hasta las trancas, en los peores momentos de la pandemia. Gente sin escrúpulos, como lo puede ser un hijo del Duque de Feria (Aquel miembro de la nobleza que fue condenado, en su día, a 18 años de cárcel, por rapto, corrupción de menores y tráfico de drogas). Acusado de estafa y blanqueo por un presunto tráfico de mascarillas con el resultado de varios millones de euros esquilmados por ese concepto, el actual Marqués de Villalba no ha tardado en transformarlos en un yate. Y es que “Para qué tener un solo “Rolex”, cuando puedes tener diez” como dice el artículo de Elvira Lindo, a propósito de tal despropósito.

Pues bien, si le cerramos el paso al endiablado virus, sea con la mascarilla o con un lanzallamas, habremos ganado bastante. Como puede verse, es un razonamiento muy simple, y a la vez muy complicado, como lo pudiera ser la conjugación del verbo amar

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Pues eso, que, salvo casos aislados, todo el mundo va a “prorrumpir en vítores” como decían las engoladas voces de RNE, cuando daban las noticias (Lo de las noticias es un decir) en el “parte” de las 14,30 horas o de las 22 horas. Y es que el verbo prorrumpir, que para algunos puede sonar tan bien, no ha vuelto a usarse desde el franquismo. Desde que lo de “prorrumpir” iba asociado al “pueblo enfervorizado”, cada vez que aparecía en público “su invicto caudillo”.

A lo que íbamos. Que el hecho de que no sea obligado ponerse las dichosas mascarillas no significa que esté desautorizado su uso. Así que, cada cual hará lo que le parezca oportuno. Por mi parte, tardaré en quitármela, porque, que se sepa, nadie de fiar ha dado por ganada la batalla al maldito COVID. Y el que más y el que menos, ha visto como caía algún familiar o amigo en esa lucha desigual contra lo desconocido.

Alguien podrá preguntarse en que me baso para continuar martirizándome con el ligero bozal que me pongo todos los días al salir de casa. La respuesta, como no podía ser de otra manera, no es precisa, ni tampoco convincente, pero es que, ante lo desconocido lo que suele prevalecer es la fe, o la falta de ella, y para mí que estamos en uno de esos casos.

Mi reflexión es la siguiente: para evitar que nos engañen los falsos revisores del gas, el agua o la electricidad, entreteniéndonos mientras nos desvalijan la vivienda, lo que hay que hacer es no abrirles la puerta de nuestras casas. Pues bien, si le cerramos el paso al endiablado virus, sea con la mascarilla o con un lanzallamas, habremos ganado bastante. Como puede verse, es un razonamiento muy simple, y a la vez muy complicado, como lo pudiera ser la conjugación del verbo amar.

En cualquier caso, será muy agradable disfrutar de lo que queda de primavera comprobando que la belleza aún existe. También salir en busca de “la gran belleza,” como hacía el periodista Jep Gambardella en aquella estupenda película de Paolo Sorrentino. También comprobar que aquellos que, bajo las máscaras, parecían jóvenes, son realmente jóvenes. Y que ya no dudaremos en decirle adiós, o algún cumplido, a gente con la que nos cruzábamos por la calle, puesto que no nos asaltará la duda de si será o no será aquel que suponíamos que era. También lo será disfrutar del cantarín arroyo de Valorio, antes que el verano llegue a secarlo. Y de los bellos paseos que bordean el Duero, desde Olivares hasta el recinto ferial, pasando por Los Tres Arboles.

Prudencia es, además de un nombre de mujer, una de las cuatro virtudes cardinales definidas por Platón (A las que, más tarde, la Iglesia Católica, añadió sus tres teologales). Y si lo dijo Platón sus razones tendría. Yo, por si las moscas, suelo hacerle caso. Por si fuera poco, la prudencia también es la madre de la ciencia, como no se cansó de repetir Séneca, el gran filósofo cordobés.

Así que estoy resignado a continuar jurando entre dientes cada vez que la goma de la mascarilla se me vuelva a salir de la oreja, o a que se me empañen las gafas. Todo sea por hacer gala de cierta prudencia.

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