La Opinión de Zamora

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Ángel Alonso Prieto

Mientras los niños juegan

5 juegos divertidos para entretener a los niños en el coche

Sabemos que cuidar de los pequeños es tarea no fácil y tampoco tranquila porque la energía que les desborda nos supera muchas veces y, mientras ellos disfrutan enredando, a los mayores nos toca guardia y centinela. Sin embargo, a veces, por contraste -en lugares abiertos y sin riesgo a la vista, como puede ser pradera, playa o donde campe a sus anchas la peña infantil entretenida- me permito contemplarles pasar el tiempo sin medirlo, disfrutando del momento sin pensarlo; lo que viene a ser felicidad sin programa escrito..

Mientras los niños así juegan, mi mente rebaja la alerta y por ende la preocupación.

Sabemos que cuidar de los pequeños es tarea no fácil y tampoco tranquila

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Miro a mis nietos que en la playa construyen presas, excavan pozos, levantan castillos, hacen pequeños túneles bajo la arena, o trazan autopistas con el pie para que la subida de la marea las estrene y borre al mismo tiempo… Es de admirar el empeño que ponen y la ilusión añadida a proyectos tan efímeros como entretenidos, tan frágiles como potentes para quedarse después en los adarves de la memoria, donde de adultos nos parapetamos con esos recuerdos para resistir frente a las acometidas beligerantes de la realidad. Sin el contrapeso de ese tiempo regalado difícilmente podríamos sobrellevar tantas preocupaciones sobradas de tensión en la edad adulta. La infancia es la panera de las ilusiones, el silo de los días llenos de tiempo quieto pero esquivo. O así debería ser. Después andamos corriendo tras esa liebre llamada felicidad y comprobamos que nos gana en rapidez aumentando la distancia entre ella y nosotros hasta que desaparece de la vista. Ser niño es olvidarse de la caza del futuro porque con el presente vivido con pequeñas alegrías tiene sentido el coto protegido de su espacio, la veda de preocupaciones anticipadas. La infancia es ese tiempo sin conciencia del mismo, la única edad “dichosa” que si no es estorbada ni ofendida merece el adjetivo entrecomillado que luego solo aparecerá entre paréntesis y a ratos.

Estamos en la Semana Santa y no puedo por menos de recordar las palabras del Señor a las mujeres que lloraban su deplorable estado con la cruz a cuestas: “No lloréis por mi, llorad por vosotras y vuestros hijos” . La segunda lectura o interpretación de estas palabras es que los niños no deberían tener motivos para llorar o verse desgraciados, humillados, ofendidos. Somos los adultos quienes debemos llorar por ellos, esto es, salvarles de todo Calvario y sobre todo no creárselo porque les ampara la inocencia.

Miro a mis nietos que en la playa construyen presas, excavan pozos, levantan castillos, hacen pequeños túneles bajo la arena, o trazan autopistas con el pie para que la subida de la marea las estrene y borre al mismo tiempo…

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Y “llorad por vosotras”, las que traéis la vida y la vida os crucifica, viene a decir el Señor, a las mujeres que le compadecen desconsoladas. Ellas estarán hasta el final y los niños desde el principio de su predicación cuando los nombra expresamente para señalar el pecado más horrendo que merece castigo inmediato: “ ¡ Ay, quien escandalice a uno de estos mis pequeños…!”. Ellos, como sabemos por el relato evangélico, siguen al lado del Señor en la entrada en Jerusalén sobre la borriquilla cantando con sus madres y aplaudiendo.

“Es mediodía y salen las palmas ajadas. De la última cuelga un lazo de luto; es de una niña delgadita, y tan pálida, que su carne parece de corazón de palmera, y en sus ojos duerme un pesar de mujer y una desesperanza divina entre el júbilo y el sol del Domingo de Ramos.” ( Gabriel Miró)

En mi infancia, el domingo de Ramos, se alfombraba la iglesia con tomillo, romero y plantas olorosas del campo; los ramos de laurel que agitábamos los niños aventaban el perfume de ese día tan especial cuyo aroma festivo aún perdura en mi recuerdo.

La playa y los niños me han llevado de las playas de Galicia a las riberas del mar de Galilea, Genesaret, donde Jesús impartió buena parte de su doctrina y donde seguro que jugaban los niños entre el gentío que le escuchaba y le seguía. Veo al Señor pararse a mirarlos enredando entre las barcas, saltando por la arena de la playa, ayudando a su padres con los aperos de pesca; quedándose silencioso y complacido él mientras los niños juegan.

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