Soy una madrileña de familia zamorana por parte paterna, en concreto del barrio de San Lázaro, y desde que tengo uso de razón he venido año tras año a disfrutar y vivir la Semana Santa de esta preciosa ciudad de Zamora.
Comencé a salir en la procesión de Nuestra Madre a los 4 años. Mi padre como muchos zamoranos salió a estudiar y trabajó fuera, pero Zamora nunca salió de él, y durante sus 82 años no perdió ocasión de inculcarme el amor por esta tierra y por su Semana Santa. Me enseño cada rincón desde donde el paso se veía más bonito, o donde cargarlo era más difícil, o la perspectiva más espectacular rebosando su devoción por cada una de nuestras imágenes.
Yo, médico urólogo de profesión, y no he fallado ni un año a la cita. Pero llego 2020, y mi trabajo de especialista pasó a ser en planta COVID, viendo cómo diariamente la muerte pasaba a mi lado en mayores, jóvenes, con la impotencia de no saber el remedio para curarlos, viendo su desesperación y la de sus familiares ante la soledad y el sufrimiento. Estos recuerdos se quedarán para siempre en mi memoria.
Mi trabajo de especialista pasó a ser en planta COVID, viendo cómo diariamente la muerte pasaba a mi lado en mayores, jóvenes, con la impotencia de no saber el remedio para curarlos, viendo su desesperación y la de sus familias
Pero llegó ese Viernes Santo, sin procesiones en toda España, porque el virus imponía su cruel dictadura. Pero a las 5 de la mañana mi hijo y yo, nos dispusimos a ver en video la levantada del cinco copas pidiendo solo una cosa: SALUD para que terminase la pesadilla
En octubre de 2020 contraje el COVID como tantos sanitarios, y lo contagié a toda mi familia precisando de ingreso hospitalario sufriendo desde entonces mil y una complicaciones y secuelas, pero las tres veces que he tenido que pasar por quirófano a consecuencia de todo ello, me he dormido con la imagen de mi padre vestido con la túnica de Jesus Nazareno, pidiendo a nuestra Virgen de la Soledad fuerzas y ánimos para poder salir adelante.
Este año gracias a Dios, podré ver pasar al Cristo de San frontis, al de las Injurias, al Yacente y acompañar a Nuestra Madre y a la Soledad en sus desfiles.
Porque la Semana Santa para los zamoranos es una vivencia religiosa y una tradición, es el olor a magdalenas recién hechas de mi tía Pilar, el sabor de almendras garrapiñadas, y las deseadas reuniones familiares, y que mientras nuestros hijos y nietos la sigan celebrando, no desaparecerá.
María del Mar Martínez Benito