La Opinión de Zamora

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Ángel Alonso Prieto

Maratón de museos

Entrar al Prado produce sensación de ingravidez

Obras expuestas en los Museos de Madrid

El tren de alta velocidad nos lleva a Madrid. Salimos de madrugada desde Coruña para estar cuando abren los museos. El de Sorolla nos recibe con el cielo más cubierto que el que dejamos en la costa gallega, pero la pintura luminosa del genio valenciano nos depara gozo parecido a una mañana radiante. Es lo que tiene el arte con mayúsculas: vence la letra pequeña de las contrariedades en momentos de nublado plomizo. En el jardín de la entrada, gente menuda de colegios alborota con su sonora presencia los pájaros de la arboleda que también usan de recreo ante la casa del pintor.

Madrid siempre tendrá una alacena de sol en este rincón urbano del artista a pesar del tráfico rodado con exceso de volumen nada artístico.

La casa del pintor fue en vida de Sorolla solar privado y lugar de encuentro de gente con posibles que posaba para el pintor; hoy es ámbito abierto al gran público por voluntad de la familia. Y en familia vamos a agradecer el gesto. A mayores de su obra colgada en paredes de las estancias, una exposición temporal: “La edad dichosa. La infancia en la pintura de Sorolla”, etapa de la vida que tan bien supo retratar, incluyendo niños con necesidades especiales.

La realidad virtual, que ahora fascina, sería un “trampantojo” a la máxima potencia. Pero en el Museo Thyssen lo que contemplamos son telas y tablas, pintadas muchas de ellas antes de la revolución visual que trajo la fotografía

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Un niño también es el motivo y razón de las pinturas que nos llevan al Museo del Prado a contemplar los frescos rescatados de la iglesia de Santiago de los españoles en Roma; una ofrenda o exvoto artístico de la familia Juan Enríquez de Herrera, en agradecimiento por la curación de su hijo. Dibujo, color y relato plástico-piadoso que se nos ofrece con más detalle y cercanía que cuando refulgían en los techos de la capilla de origen. El motivo central es la Asunción de la Virgen, del cual vemos un detalle significativo en el cartel de la exposición con las caras arrobadas de los apóstoles ante el sepulcro de María vacío.

Entrar al Prado produce sensación de ingravidez; las obras de arte levantan el ánimo y te llevan al mundo del placer contemplativo por excelencia. Pero hay más deleites estéticos cerca como en el Museo Thyssen donde tenemos entrada para la exposición temporal de título “Trampantojo”: cuadros de un hiperrealismo sorprendente donde las figuras y objetos parecen salirse del cuadro; técnica antigua que las artes plásticas de todos los tiempos han plasmado de diferente forma y con distinto soporte, como en el caso de los frescos que imitan cielos, bóvedas o cúpulas en techumbres de templos y palacios. La realidad virtual, que ahora fascina, sería un “trampantojo” a la máxima potencia. Pero en el Museo Thyssen lo que contemplamos son telas y tablas, pintadas muchas de ellas antes de la revolución visual que trajo la fotografía y luego el cine, con lo cual el pincel hace de varita mágica y el pintor de ilusionista. No se me ocurre mejor comparación para resumir una exposición tan atractiva y recomendable.

El Museo Reina Sofía nos queda cerca para completar el triángulo de visitas. Aquí entramos al reclamo de varias exposiciones de reciente instalación: “Las colografías” de la artista cubana Belkis Ayón, con expresionismo caribeño y afrocubano de originalísima inspiración; y otra: “Los diálogos de arte gráfico político Alemania-México 1900-1968”. Con el tema bélico candente en la invasión de Ucrania no es extraño que nos llame especialmente la atención el emocionante linograbado titulado “Madre contra la guerra”, de la artista mejicana Andrea Gómez. Acabamos la visita no sin antes contemplar por enésima vez “El Guernica“ de Picasso, una obra de arte que por desgracia se pone de actualidad incesantemente.

Salimos del Museo y al cielo plomizo apunta la escultura totémica de Alberto Sánchez que lleva por título: “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”. Obra realizada para el pabellón español de París en 1937, al igual que “El Guernica”.

Con la llegada de los Borbones a España, tras la guerra de sucesión, vino un nuevo “aire artístico” en las artes plásticas que se manifestó también en la cerámica o la moda

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Con las estrellas ocultas en el cielo que amaga lluvia descansamos en un hotel próximo a la estación de Atocha.

Al día siguiente continuamos el periplo de pinacotecas que desde el paseo del Prado se prolonga en Recoletos, y lindero a dicho paseo se encuentra la Fundación Mapfre que reúne una selección de cuadros con el sugerente tema: “El gusto francés”. Con la llegada de los Borbones a España, tras la guerra de sucesión, vino un nuevo “aire artístico” en las artes plásticas que se manifestó también en la cerámica, la moda, las manufacturas etc., pero a su vez España se puso de moda para los artistas franceses al tiempo de otro estilo artístico: el Romanticismo, repitiéndose el atractivo en la corriente impresionista desde que Manet queda deslumbrado por Velázquez y le siguen imitadores. Vemos cuadros de corte y costumbristas, alguno de tema religioso como el sobrecogedor “Cristo muerto llorado por dos ángeles”, que conecta con imágenes de ese cariz de la Semana Santa de Zamora, ahora repartidas por el metro madrileño, incluyendo la de penitentes de Villarrín de Campos, mi pueblo. En suma, una exposición de muy agradable recorrido, y necesaria para entender las influencias mutuas de dos países con historia y monarquía entrelazadas.

Terminamos la mañana del domingo en la Biblioteca Nacional donde se expone una muestra de Kâulac, nombre artístico de Antonio Cánovas del Castillo, figura señera de la fotografía en España, en cuyo estudio se retrataba la monarquía y la alta sociedad madrileña, aunque el fotógrafo también realizó instantáneas costumbristas que hoy son joyas etnográficas, como la fotografía de la niña junto al carro que tantas evocaciones nos trae de la infancia rural zamorana.

El tren nos lleva de regreso cargados de imágenes inolvidables. Un fin de semana intenso, de museo en museo. Y como se suele decir: cansados pero contentos.

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