La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

Julio Fernández Peláez

No horizontes

Durante ese brevísimo lapso, antes de que el tren aminorara su marcha para finalmente detenerse, fui capaz de mirar al horizonte como horizonte

Tomé un tren que en pocos minutos atravesó la provincia de Zamora casi como un rayo. Solo se detuvo en un lugar llamado estación, con semejanzas con cualquier terminal a las afueras de Madrid. Una vez que el tren escapó de los muros de cemento continuó su rápido segar el paisaje, dejando a la vista, eso sí, las subestaciones de energía que alimentaban al propio tren. Fugazmente aparecían retazos de campos arbolados que como un fantasma se asomaban tras las paredes de los bancales por los que discurría la línea férrea. La visión no coincidía con la de ningún lugar de los que yo recordaba, es más: no creía que lo que veía pudiera nombrarse como lugar, pues no había manera de contemplarlo en su amplitud. El espacio tiempo estaba de alguna forma comprimido y lo que en otras ocasiones en mis viajes en tren había podido apreciar como una extensa llanura colmatada por las encinas era ahora un borrón fugaz en alguna parte del cerebro, una especie de aniquilación sobrevenida del terreno.

Minutos antes de llegar a la ciudad de Zamora, cuando los campos de Castilla aparecieron con su profundidad para aclarar la lejanía, puse el móvil a grabar y entonces caí en la cuenta de que a través de la pantalla de este singular aparato podía ver el paisaje tal y como era, en su debida extensión. Durante ese brevísimo lapso, antes de que el tren aminorara su marcha para finalmente detenerse, fui capaz de mirar al horizonte como horizonte, es decir: estar a la distancia suficiente para poder observar con detenimiento la línea que separa la tierra del cielo.

Desde aquel viaje he comprendido la función mediadora de los móviles. Sin ellos ya no vamos a poder observar nada de lo que ocurre a nuestro alrededor, tampoco el paisaje. Frente a un móvil, nuestra imaginación se sitúa en el lugar justo para comprender lo que vemos, podemos fijarlo en la mente sin dificultad porque nuestro cerebro esta capacitado para asimilar la reproducción, aunque el original se nos escape.

El tren de alta velocidad que atraviesa la provincia de Zamora ha mejorado, sin duda, el número de horas que perdíamos en determinados trayectos, situando la capital más cerca de Santiago de Compostela y de Madrid que de El Perdigón, por poner un ejemplo, y esto es de agradecer si de lo que se trata es de llegar cuanto antes adonde dice el billete que vamos; pero a cambio, los efectos sobre la mirada pueden ser catastróficos. Y si la mirada se transforma, es posible que también lo haga lo que miramos.

Sobre la provincia de Zamora hay planes sombríos de aniquilación de los horizontes. Uno de los más graves es la alteración de la línea que separa el cielo con las montañas de la Cabrera mediante la instalación de una serie de aerogeneradores de 200 metros de altura en distintos puntos de la cuerda. Para comprender lo que significa esta amenaza hay que asimilar primero lo que son 200 metros en vertical en un sistema montañoso que apenas se eleva 500 metros sobre la meseta en su punto más elevado, y para ello hay que tomar distancias, viajar hasta la sierra de la Culebra, al otro lado de la provincia en esa parte del “cañón de la pistola” y mirar hacia la Cabrera colocando imaginariamente sobre la sierra los molinos de viento. ¿Seremos capaces de soportar esta imagen cuando se haga realidad?

La probable pérdida de horizontes no solo concierne al futuro de la Cabrera, es también una amenaza real en todas y cada una de las comarcas, y si no lo evitamos va a modificar el paisaje de tal modo que también el resto de horizontes vitales quedarán comprometidos con la pérdida de biodiversidad y el aumento de la despoblación. ¿Pero cómo hemos llegado a esta situación?

La respuesta es sencilla: no lo hemos visto ni lo veremos. El tren de alta velocidad solo es una manifestación más del estilo de vida que hemos adquirido donde lo único que importa es la cápsula en la que nos encontramos. En ese viaje irreal entre puntos, somos incapaces de ver horizontes si no es a través del plasma de una pantalla. Sí, es verdad, lo importante sería poder llegar a tiempo a un hospital si sufrimos un percance, y en esa situación seguro que no se nos ocurre tomar un tren rápido. Lo importante sería que la salud, la educación o la cultura llegaran a todos los rincones por igual, pero estamos vendiendo esos rincones para alimentar de energía las grandes ciudades.

Los trenes de alta velocidad que hemos asumido como indispensables, son caballos de Troya que invisibilizan todo lo que hay entre un punto de partida y otro de llegada, no solo emborronan los horizontes, permiten que se instalen nohorizontes con la aquiescencia de una opinión pública hipnotizada por el no viaje, la no necesidad de contemplación, la no parada en un lugar totalmente extraño llamado “Sanabria alta velocidad”.

Pasajeros, suban al tren y enciendan sus móviles, no verán el paisaje pero podrán grabarlo y reproducirlo como recuerdo, podrán verlo en directo o en diferido con la separación apropiada y sin tener que asomarse a una montaña para mirar cómo se pierden las montañas en la lejanía, podrán mirar sin sentir pena por la irreparable pérdida de horizontes.

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