La Opinión de Zamora

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Bárbara Palmero

La censura de los necios

Las Olimpiadas de 1936 se celebraron en el Berlín nazi donde se fraguó el Holocausto de seis millones de judíos

Una imagen del campo de concentración de Auschwitz. EFE

Adoro el ballet clásico. Reconozco que soy una andaluza con menos arte que un azadón, que no sabe ni bailar sevillanas. Pero aún así, o precisamente por esta misma razón, adoro el ballet clásico. En Sevilla es imposible conseguir entradas. No salen a la venta, porque todos los años se completa el aforo del Teatro Maestranza sólo con los carnets de socios que, para mi desgracia, se renuevan cada año. Por no hablar de una lista de espera casi infinita.

La censura de los necios

Es lo que tiene esta estúpida moda de pretender hacinar a millones de humanos en la misma ciudad, que enseguida se agota en las clínicas veterinarias la crema esa tan buena para tratar la tendinitis en los caballos de carreras, que resulta infalible contra el dolor de espalda. Y que nunca hay entradas para Giselle.

Así que, gracias a la despoblación, y a la impagable labor de los concejales de cultura de los ayuntamientos de Zamora, Benavente y León, por fin he podido asistir a la representación de El Lago de Los Cisnes, dos veces y media, porque la primera vez las incultas de mis ovejas sólo me dejaron llegar a la mitad, La Bella Durmiente y El Cascanueces.

Adoro el ballet clásico, repito. Por eso siento devoción por Sergei Polunin, a pesar de que nunca le he visto actuar en directo. Y como mi tele no es la buena, la de pago, y de pirata tan sólo tengo la bandera, tampoco he podido ver Dancer, el documental sobre su genial figura.

Idolatro a Polunin, de quien dicen los que entienden mucho más que yo, que es el digno sucesor de Nureyev. Admiro ad infinitum a Polunin aunque los media le hayan adjudicado ser l´enfant terrible del ballet, y hasta de la civilización occidental. Dado que, siendo de origen ucraniano, se ha nacionalizado ruso y luce tatuada en el torso la cara de Putin.

“El Real Madrid publicita Emirates Fly Better, pese a que Emiratos y los saudíes siguen masacrando Yemen: 300.000 niños asesinados en siete años”

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El guapo genio guardia silencio sobre la guerra de Ucrania, por ahora. Igual que una de las divas del ballet, Svetlana Zakharova, también rusa y ucraniana de origen. Pero el asunto no es si hablan o dejan de hacerlo. La cuestión es ¿qué demonios tiene que ver el ballet con la guerra?

Nada. Igual que el BDS, Boicot, Desinversiones y Sanciones contra Israel. Cabe entonces preguntarse, por qué se boicotea y sanciona a Rusia y no a Israel. Por qué a Rusia sí y a los Estados Unidos no. A Rusia sí y a los jeques ultra ricos no, ¿por qué?

De hecho, el Real Madrid sigue publicitando en sus camisetas Emirates Fly Better. Y la coalición formada por Arabia Saudí más los Emiratos Árabes Unidos lleva masacrando a la población civil de Yemen desde hace más de siete años. El balance actual ronda los cuatrocientos mil civiles asesinados, de los cuales casi trescientos mil eran niños.

Más aún, ¿la próxima vez que Israel bombardee Gaza se va a vetar a Maccabi de la Euroliga de Baloncesto, y se va a prohibir a Tel Aviv participar en Eurovisión? Y la próxima vez que a Estados Unidos se le retuerzan los cuernos y decida invadir, por ejemplo, La Alpujarra granaína, ¿va la UE a vetar a Netflix, HBO y Amazon Prime y a someterlos a apagón informativo?

El profesor Noam Chomsky es uno de los intelectuales más reputados, y pese a ser judío, se muestra muy crítico con las políticas de Israel en Palestina. Al tiempo que es uno de los más firmes opositores a cualquier política de boicot y sanciones contra el estado hebreo. Contra cualquier otro estado agresor.

Putin es Putin, y Leon Tolstoi es el autor de Guerra y Paz. Al argumento de autoridad me remito, entre la sabiduría del profesor Chomsky y las necedades de nuestros políticos, me quedo con Anna Pavlova, el cisne de entre los cisnes. Como dice La Biblia, el que tenga entendimiento, que entienda.

Esta censura sin argumento alguno, excepto el de la rusofobia por la pura rusofobia, supone la elevación de lo demencial a la categoría de Bella Arte. Un Farenheit 451 generalizado. Cómo Putin ha invadido Ucrania, el mundo entero debe prestarse a censurar a Tchaikovski, El Lago de los Cisnes, y hasta al ballet del Bolshoi de Moscú y al del Mariinsky de San Petersburgo.

Nada nuevo bajo el sol, por otra parte. Esta censura rusófoba no es más que la misma quema de libros de siempre. La vieja quema de libros: la biblioteca de Alejandría, la Inquisición, los nazis y el Bibliocausto en la Acción contra el Espíritu antialemán, la ETA contra la librería Lagun de San Sebastian, la biblioteca de Sarajevo… El totalitarismo tiene múltiples caras, los censuradores del conocimiento también.

Quién sabe, si de seguir con esta censura irracional, esta conjura de los necios, esta confabulación de los imbéciles (la traducción al catalán del título de la obra maestra de John Kennedy Toole es insuperable), lleguemos a acabar modificando hasta los diálogos de Amanece que No es Poco de José Luis Cuerda, y el hilarante, “Buenas noches, que quería hablarle yo de Dostoievski” acabe convertido en “Buenas noches, que quería hablarle yo de Sálvame, Membrillo”.

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