La Opinión de Zamora

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José Manuel del Barrio

Siete días y un deseo

José Manuel del Barrio

El ejemplo de Jeremías

La valentía es bajarse de un tren en marcha que no conduce a ninguna parte decente

Un joven en un surtidor de gasóleo

Tras varios meses de ausencia, Jeremías regresó de su viaje por tierras lejanas. Cuando puso de nuevo los pies en su tierra natal, no entendía nada. Todo estaba patas arriba. En el este de Europa se mataban sin piedad y, mientras tanto, en otras partes del mundo se frotaban las manos para ver qué tajada podían obtener con las bombas, las balas o los misiles. Las carreteras de España estaban inundadas de camiones, tractores, taxis, etc., con personas enervadas, cabreadas y de muy mala leche porque, según decían, no se puede salir de casa a trabajar para perder dinero. Que si el gasóleo se había puesto por las nubes, que si el precio del gas estaba impactando de una manera salvaje en el recibo de la luz, que si las materias primas para alimentar al ganado se habían encarecido de una forma nunca vista mientras que el valor de los productos agrícolas y ganaderos estaba muy por debajo de los costes de producción, que si el resto de los sectores económicos estaban sufriendo también el impacto de todo lo descrito, etcétera.

Las carreteras de España estaban inundadas de camiones, tractores, taxis, etc., con personas enervadas, cabreadas y de muy mala leche

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Cuando Jeremías había decidido irse, nada de lo citado existía. Prácticamente todo era un mar calmado, a pesar de que habíamos vivido y sufrido las consecuencias de una maldita pandemia que había puesto patas arriba nuestro sistema de atención sanitaria, el cuidado de las personas mayores y las costuras de un Estado de Bienestar mucho más débil de lo que algunos imaginábamos. ¿Que por qué razones Jeremías decidió poner pies en polvorosa? Porque necesitaba respirar, tomarse un tiempo para descansar, emprender otras iniciativas de carácter humanitario, lejos del ruido, del ajetreo y de las dinámicas de una sociedad que, en vez de producir sensaciones agradables, lo único que hace es devolvernos mucha tristeza. Y Jeremías no estaba dispuesto a seguir viviendo en estas condiciones. Tras el pequeño paréntesis en su vida, regresó de nuevo y se encontró con el panorama relatado más arriba. Y cuando empezó a respirar otra vez el aire de las calles, de los bares, de los supermercados, etc., se piró de nuevo. No aguantaba más.

Y dicho y hecho. Jeremías ha tomado una decisión muy valiente. Se ha ido hasta que el mundo o, más bien, hasta que este rincón del mundo vuelva a ser un lugar que merezca la pena ser vivido. En su despedida le he comentado que por qué razones huye, que yo esperaba de él un poco más de arrojo y de valentía para encarar los problemas que nos acechan por aquí y por allá, que son muchos. Pero me ha soltado que la valentía es precisamente bajarse de un tren en marcha que no conduce a ninguna parte decente, que hay muchos lugares y muchas personas que nos están esperando por ahí con las manos abiertas, territorios donde los valores son otros, donde se respeta a las personas, donde la humanidad, la empatía y la compasión se respiran por doquier, donde el aire huele a gentes sensatas, serenas, equilibradas y humildes. Mientras se iba, he estado a punto de decirle que me esperara, que cogía la maleta y que me iba con él. Que dejaba esto que a mí tampoco me gusta. Pero he sido un puto cobarde. Me callé y ahora, claro, me pesa.

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