La Opinión de Zamora

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Ana Olivares

Obsolescencia

Los tiempos son veloces, imparables y, últimamente, incluso impredecibles hasta en lo más prosaico

Concentración contra la guerra en Ucrania en la Plaza de Viriato

Ucrania se desangra. Creo que esa es la única verdad irrefutable a estas alturas. Vivimos en directo, con el ruido de fondo de las bombas el relato reiterado, a cualquier hora del día, de habitantes y enviados especiales. Un pueblo asolado por el enemigo, desolado por la violencia desmedida. Violencia inserta en un mundo que aspiraba a ser muy parecido al nuestro. Algunos de sus habitantes nos cuentan la desgracia en un perfecto español, acercándonos aún más a su desesperación. La reacción no puede ser otra que un sentimiento generalizado, activo o no, de solidaridad e inquietud por tanto dolor, esa desgracia que no por compartida disminuye un ápice su intensidad. Una guerra.

En mi plataforma de televisión ha brotado un canal de noticias que únicamente cubre la guerra. Los traductores simultáneos deberían solicitar ayuda psicológica. Sé en carne propia lo difícil que es encontrar trabajo duradero en ese sector, pero no dejar de traducir desgracias debe, sin duda, acarrear efectos secundarios.

El mundo en el que prende este conflicto es diferente. Diferente incluso a los más recientes, el de Afganistán o el de Siria. Todos conectados, incluidas las víctimas, tenemos una visión parcial y continua del drama. No dejamos de recibir imágenes de todo tipo, desde las instagramers rusas que lloran, literalmente, por la desconexión que Putin ha llevado a cabo, hasta las fake news que las fuerzas del mal diseñan. Da igual el color, todas son malvadas puesto que crean mentiras que pretenden fines oscuros, sean los que sean, por premeditados e interesados.

Ante este escenario en el que nos vemos inmersos a nuestro pesar, surgen numerosas incógnitas, más allá de las urgentes y más evidentes. Nos preguntamos cuánto durará el interés de los europeos, que es siempre directamente proporcional a la respuesta solidaria. Los tiempos son veloces, y no dejo de decirlo, pero es que la realidad parece darme la razón. Veloces, imparables y, últimamente, incluso impredecibles hasta en lo más prosaico. Acumulamos memes que bromean sobre la excesiva cantidad de emergencias inimaginables que nos han acechado en los últimos tiempos y que nos hacen plantearnos hasta dónde podemos llegar, como si hubiéramos entrado en una vorágine sin fin. Un proceso sin pausa, de crisis a pandemias, de pandemias a crisis naturales, de crisis naturales a rebrotes pandémicos y de ahí a un conflicto bélico en la puerta de atrás de Europa, que recuerda peligrosamente a los inicios de una guerra mundial. Aquí, en la Europa occidental, vamos cambiando el foco de atención como si se tratara de un deporte. Quemamos noticias a una velocidad de asombro, en semanas que parecen días, con días que duran semanas.

Corremos el peligro de que los refugiados que afanosamente llegan a nuestro país, acogidos esta vez con mayor comprensión de la habitual, se queden sin cobertura en unos meses porque cambiemos el foco de la noticia

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En estos días, mi amigo Luis Esteban me recuerda acertadamente la idea de la “piedad líquida”, acuñada por Luis García Montero, refiriéndose a esa especie de mestizaje de conciencia e indiferencia que forma parte de nuestra identidad europea. En estos últimos días, muchas voces se han levantado recordando otras víctimas de otras guerras, otros migrantes en busca de una vida porque les quitaron la que deberían haber vivido, calculando en cuántos telediarios se nos quedará atrás el horror de los asedios de Mariúpol o Kyiv. A la mente nos viene, sin excesivo esfuerzo, el horror que nos provocaron imágenes de injusticias dramáticas, como la muerte de niños migrantes en playas europeas, niños que acabaron siendo víctimas. en el conflicto palestino israelí, niñas bajo el yugo de las viejas, y sin embargo nuevas, leyes afganas, niños retenidos y separados cruelmente de sus padres en Estados Unidos por no tener papeles. Puntos suspensivos. Nuestra reacción es tan débil, tan líquida, que corremos el peligro de que los refugiados que afanosamente llegan a nuestro país, acogidos esta vez con mayor comprensión de la habitual, se queden sin cobertura en unos meses porque cambiemos el foco de la noticia.

La piedad líquida es una parte más de lo que Zygmund Bauman, sociólogo y filósofo polaco, se esforzó en desgranar en su obra: la modernidad líquida. La realidad de unos tiempos veloces en los que todo cambia continuamente de forma, donde intentamos que los finales sean rápidos para poder llegar a tiempo a los principios. La obsolescencia en su grado absoluto, en la que no nos deshacemos solo de máquinas, sino de personas.

Como todo conflicto armado, el de Ucrania también tiene sus antecedentes, ofensas pasadas. No soy experta y mi vida líquida no me ha dejado el tiempo necesario para llegar a posicionarme sobre la justicia o no de las posturas implicadas, más allá de la evidente invasión de un país independiente. A través de las redes, me llegan posturas sobre la propaganda de ambos bandos, sobre la teoría de los refugiados de primera por ser rubios…y a mí me vuelve a venir a la cabeza aquello de que no hay peor dolor que el propio y el último. Somos finitos e imperfectos. Saltamos de un drama a otro, olvidando el ya pasado para poder digerir el siguiente, sin resolver ninguno de ellos. Con prisa, no prestamos nuestro tiempo a informarnos de forma fidedigna, entre otras cosas, porque se ha perdido oficio en separar el grano de la paja. La información que nos llega lo hace por la vía fácil, con lenguaje más cercano a la publicidad que a la información.

Hastiados con nuestra realidad más cercana, a menudo agotadora y frustrante, no queremos ser merecedores de críticas finas a nuestra vulnerabilidad como espectadores. Sin embargo, seamos conscientes de que, cansados o no, todos somos responsables de nuestra tendencia al olvido, nuestra querencia por la ignorancia. Si nosotros estamos calentitos, lo demás molesta menos y no queremos afrontar que el abuso perpetrado contra otro acabará justificando el que algún día nos acabará tocando en la lotería de la vida. La vida que corre veloz y no conoce de colores o países. Decía Bauman que “La velocidad, y no la duración, es lo que importa. A la velocidad correcta, es posible consumir toda la eternidad dentro del presente continuo de la vida terrenal” Yo, pequeñita, añado que, a esta velocidad, dentro de poco nos quedará poca eternidad por consumir.

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