La Opinión de Zamora

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Laura Rivero

Por un momento me he sentido culpable de ser pacifista

En nombre del pueblo llano de Ucrania y de Rusia cojo la pancarta y vuelvo a decir: ¡No a la guerra!

El presidente ucraniano Volodomir Zelenski visita a un soldado herido

“No a la Guerra” no ha sido para mí sólo el eslogan de las manifestaciones masivas contra la participación de España en la que no será la última guerra de Irak. Ha sido una convicción de años de reflexión, tras comprobar que, gane quien gane o pierda quien pierda, las guerras las pierden los pueblos y las ganan los poderosos. Ha sido también un compromiso de activismo, cuando no llegábamos a cuatro gatos los que sujetábamos una pancarta contra la que tampoco era la primera guerra de Irak.

En todas las guerras había dirigentes locos o malvados a los que había que invadir para evitar el sufrimiento de su pueblo, o evitar su invasión de otros países para defender el sufrimiento de otro pueblo. En todas las guerras el pueblo moría ejerciendo de soldado agresor o defensor o ambos; o moría como civil, niño o niña o mujer, aplastados por los bombardeos y los tanques. En todas las guerras, el hambre y la miseria se cebaban con las personas que huían intentando atravesar las fronteras para buscar refugio en los países vecinos. En todas las guerras los refugiados también se morían de pena al dejar atrás su gente y su vida en paz.

Todas las guerras tenían el mismo olor a sangre, miseria y petróleo.

Pero en la guerra de Ucrania por un momento he sentido tambalear mis convicciones pacifistas del “no a la guerra” negro sobre blanco. Y aunque inicialmente llegué a pensar que podía ser por la cercanía y la empatía al ver que el pueblo de Ucrania es tan parecido a nuestros niños, niñas y mujeres, creo que la razón es que por primera vez hasta donde se extiende mi memoria, mi país y todos los países europeos están contra el invasor y no con él, como sucedía cuando la guerra la iniciaban los presidentes de los Estados Unidos con los pies del presidente Aznar sobre la mesa.

Los buenos y los malos están en los dos países en conflicto y mucho más allá. Los buenos son el pueblo ucraniano obligado a dejar su vida para encontrarla en otro país y el pueblo ruso que es encarcelado por levantar un “no a la guerra”

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Y por un momento me sentí culpable de ser pacifista, porque mi país, España, no apoyaba al invasor sino a quien sufría la invasión. Y yo no podía estar con Putin, el agresor, sino con quien se defiende, Ucrania, ayudando en su defensa.

Un amigo de Violeta me manda un poema “Por un momento”, que me permite rescatar las convicciones pacifistas en medio de las dudas.

“Por un momento no fui pacifista, y pensé que los buenos estaban en un bando y los malos en otro”. Y llegué a pensar que los malos eran los agresores, los rusos, y los buenos los ucranianos invadidos. “Y pensé que las armas podrían protegernos”. Y justifiqué el uso de las armas como defensa ante una agresión. “Y pensé que armar a un bando pararía la guerra”. Y no me pareció mal del todo que el presidente Sánchez enviara armas para defender a los buenos. “Y pensé que la metralla podría parar la injusticia”. Y dudé si no sería la única solución contra Putin. “Y pensé que las palabras no podrían parar una guerra”. Y fue lo que pensé tras las reuniones diplomáticas que fracasaban. “Y la constante sobreinformación me hacía tomar partido”. Y justifiqué la guerra ante la mirada triste y el desamparo de los niños y niñas de Ucrania que salían en la prensa.

“Por un momento no fui pacifista, creí que los poderosos me decían la verdad… pensé que las bombas podrían acallar el dolor… creí que la guerra podría solucionar un conflicto”.

“Pero me equivocaba”.

Los buenos y los malos están en los dos países en conflicto y mucho más allá. Los buenos son el pueblo ucraniano obligado a dejar su vida para encontrarla en otro país y el pueblo ruso que es encarcelado por levantar un “no a la guerra” en un folio en blanco sin palabras en contra de la invasión. Los malos son los dirigentes que como Putin han invadido al pueblo ucraniano ahora, y los dirigentes de Ucrania que han mantenido una guerra desde el año 2014 contra el mismo pueblo ucraniano de la región del Donbás.

Las armas, la metralla y las guerras no resuelven los conflictos. Rusia y los países de la OTAN han seguido armándose tras la desintegración de la URSS. Se han incumplido los acuerdos del Pacto de Varsovia y otros posteriores de no ampliar hacia el este la influencia de la OTAN –aquella contra la que coreábamos al principio de nuestra transición a la democracia actual “OTAN no, bases fuera”- y la OTAN se ha extendido a Eslovenia, Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Estonia, Letonia y Lituania. La guerra de Ucrania demuestra que se mantiene el conflicto porque se ha mantenido la amenaza de las armas. No hacen falta más armas en el mundo: tenemos suficientes para destruirnos varias veces.

Ucrania se defiende de una invasión de un loco que todavía sigue siendo “comunista nostálgico de la URSS” para la desinformación de occidente

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Los poderosos solo buscan mantener su poder. Si otras guerras olían a petróleo, la de Ucrania huele a gas. La geopolítica y el capital de los grandes países como Rusia y Estados Unidos se están jugando en el tablero el predominio de los mercados de la energía y del poder del dinero que supone. Lo hacen como en otras guerras poniendo a buen recaudo su dinero y su gente, y por ello no hay guerra en Rusia ni en Estados Unidos aunque sean los países que se enfrentan: los muertos y la desolación la pone Ucrania, la pone Siria, la pone Afganistán, Irak, los países africanos…

La información se confunde con la propaganda de guerra: Rusia se siente amenazada por la OTAN y los soldados rusos van a “desnazificar” Ucrania, donde se ha infiltrado la extrema derecha en su ejército; Ucrania se defiende de una invasión de un loco que todavía sigue siendo “comunista nostálgico de la URSS” para la desinformación de occidente, aunque en las pancartas contra la invasión se le representa con el bigote amenazante de Hitler; y con razón, porque también es de extrema derecha.

Lamentablemente hay más guerras: con sus espurios intereses económicos, con la resistencia heroica de los pueblos, con las víctimas entre los soldados y la población civil, alguna vez denominada por un desalmado “efectos colaterales”. Con millones de refugiados en busca de una vida y con miles de voluntarios para ayudarlos que nos reconcilian con la humanidad por su valor.

Pero tenemos que decir que no tratamos igual a los refugiados de Ucrania a los que abrimos fronteras, puertas y corazón, que a otros refugiados a quienes separamos con vallas y dejamos morir al lado de nuestra costa porque proceden de otras guerras más lejanas, más negras, más olvidadas porque no son de nuestra Europa.

Por un momento no fui pacifista, y si lo fui me sentí culpable. Pero a la épica de la guerra se impuso la lírica del poema de Bertolt Brecht sobre la misma: “La guerra que vendrá no es la primera. Hubo otras guerras. Al final de la última hubo vencedores y vencidos. Entre los vencedores, el pueblo llano pasaba hambre. Entre los vencidos, el pueblo llano la pasaba también.”

Y en nombre del pueblo llano de Ucrania y de Rusia cojo la pancarta y vuelvo a decir: ¡No a la guerra!

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