La Opinión de Zamora

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Cristina García Casado.

Los telares de Cris

Cristina García Casado

El cielo está naranja

Ojalá la pólvora que aplasta las vidas de los ucranianos también pudiera quitarse con un paño húmedo

Calima en Zamora.

Una profesora ucraniana pronunciaba este martes en la televisión las mismas palabras que mi madre en el patio: el cielo está naranja. El fondo de la periferia de Kiev y de la Tierra del Pan fue, durante dos días, del mismo color por distintas razones.

Aquí polvo del Sáhara, allí pólvora del ejército ruso. España tuvo durante ese tiempo la peor calidad de aire del mundo, decían los reportes. En Ucrania hace más de veinte días que nadie puede respirar bien.

La Agencia Estatal de Meteorología española recomendó limitar el tiempo en el exterior. Los retazos que quedan de vida cotidiana en Ucrania ocurren bajo tierra. En búnkeres, sótanos, en garajes, en zanjas.

Cuando todo revienta, al ser humano solo le quedan su propia vida y sus seres queridos

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Un matrimonio ucraniano que vive en una llanura como la nuestra excavó un hoyo tamaño familiar en su jardín y ahí se meten todos cuando suenan las sirenas antiaéreas. Yo pregunté el otro día si en este pueblo había, aunque sea, una bodega. Y si los vecinos del piso de Zamora nos darían la llave del menos tres, porque nuestro garaje está a pie de calle.

Hay gente que nunca usa aceite de girasol y lo está comprando por si falta. Nosotros no conocíamos el cielo naranja, pero en este país todavía hay muchas personas que recuerdan con nitidez el olor a pólvora, la huida, el sabor del hambre.

Un corresponsal contaba que a cubrir la guerra hay que ir con un sobre de fotos de carnet. Te las piden en todas partes para darte una autorización, pero entre lo que queda en pie bajo los bombardeos nunca están las tiendas de fotografía.

Los ucranianos huyen con maletas de cabina y a veces mueren junto a ellas. Hay reportajes que enseñan lo que llevan dentro: algunas prendas, un desodorante, un peluche. También empacan los desplazados internos: contaban de una abuela que había dejado su casa sin ningún cambio de ropa pero con una bolsa llena de bragas.

Cuando todo revienta, al ser humano solo le quedan su propia vida y sus seres queridos. Nadie se lleva su oficina, su casa más grande o más pequeña, su pantalla gigante. Desnudos vinimos y desnudos nos vamos, dice un versículo de la biblia. Toda la energía que consumimos preocupándonos de lo prescindible parece estos días tan estéril.

El cielo vuelve a presidir alto, claro e inmenso sobre nuestra estepa. La bandera de Ucrania se parece mucho a nuestro paisaje en verano. Campos amarillos y cielos del azul con el que los pintan los niños. Ojalá la pólvora que aplasta las vidas de los ucranianos también pudiera quitarse con un paño húmedo.

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