Desde hace décadas asumimos que resulta muy difícil anticipar con certeza cuál puede ser la evolución de los procesos políticos y sus consecuencias. Vivimos en sociedades muy complejas, donde se desenvuelven numerosos actores globales (Estados, multinacionales, ONG’s, grupos terroristas, …) con importantes recursos y meditados enfoques estratégicos. Todo ello contribuye a que interactúen íntima e intensamente de forma desordenada en un espacio global menguante, provocando que pequeños movimientos generen grandes consecuencias imprevistas. Lo poco que podemos sacar en claro de esta realidad es que aquellos actores políticos, sociales o económicos que piensan en jugar con las reglas del mundo antiguo (siglo XX y anteriores) se encuentren en desventaja cuando tratan de moverse entre los precipicios del siglo XXI.

Rusia constituye una extraña e indefinible combinación de sistema autocrático, donde la criminalidad organizada se encuentra empotrada en las instituciones bajo la cobertura de unos valores que encarnan el conservadurismo más rancio y trasnochado

El comportamiento de Rusia constituye un ejemplo significativo de esta desubicación. Se desenvuelve en un mundo cuyo funcionamiento entiende, si bien se encuentra cognitivamente impedido para comprender la trascendencia real de los cambios y sus implicaciones en el escenario global. Su primer error consiste en considerar que el uso desnudo de la fuerza constituye un factor al que puede recurrir y del que cabe esperar que genere los mismos efectos que en el pasado. No se puede negar que la aplicación de la fuerza desde una posición hegemónica condiciona intensamente el escenario y así ha sido siempre, pero en un mundo como el actual dónde el valor cultural de la violencia explícita cotiza a la baja, emplearla penaliza y utilizarla sin justificación convincente alguna, todavía más. No es casualidad que el otro gran acontecimiento catártico que ha galvanizado nuestro siglo fuera también un hecho violento como los atentados yihadistas contra Estados Unidos en 2001, concitando un rechazo universal. Ante la situación creada por Rusia, nadie puede permitirse el lujo de mostrarse indiferente, siendo la posición más cómoda para cualquier actor manifestarse en su contra, avanzando a favor de la corriente hegemónica. Cualquier postura distinta de una manifiesta hostilidad frente a Putin resultaría disonante y estrambótica, lo que sitúa a Rusia en una muy mala posición.

Un modelo político sin precedentes

Otro elemento que contribuye a desubicar al país de Putin es que encarna una extraña hidra multiforme que representa aquellas características que definen lo opuesto a los valores con los que se identifica un modelo político democrático, abierto y plural. Rusia constituye una extraña e indefinible combinación de sistema autocrático, donde la criminalidad organizada se encuentra empotrada en las instituciones y todo ello bajo la cobertura de unos valores que encarnan el conservadurismo más rancio y trasnochado hasta poder calificarse de profundamente anti Ilustrado. No ha existido un modelo político de esas características en ningún momento de la Historia y mucho menos que dispusiera de tanto poder. El factor que lo hace particularmente amenazante es su imprevisibilidad en comparación con la Unión Soviética. El régimen comunista se encontraba muy condicionado por la necesidad de elaborar una narrativa y actuar tomando en consideración a su clientela representada por los partidos comunistas distribuidos por el mundo, mientras que Rusia, desde un nacionalismo exacerbado y bajo una intensa percepción de amenaza solamente debe justificarse ante sí misma, lo que incrementa las opciones de que adopte decisiones arriesgadas y peligrosas para todos. En resumen, conforma un extraño modelo político dispuesto a arriesgar su existencia y la de los demás. Constituye una estructura poderosa y amenazante que se ha introducido en un callejón sin salida (honorable) por su propia incapacidad cognitiva para entender la fase de la Historia universal en la que estamos inmersos. Sus peculiares élites interactúan entre sí aplicando claves difíciles de descifrar para los occidentales. La circunstancia de que en esa parte del mundo los valores democráticos nunca han sido una opción realista nos permite entender que el recurso a la fuerza sea interpretado como una solución expeditiva y realista, pero el limitado alcance de su mirada no le permite comprender que las sociedades ya no pueden ser controladas simplemente mediante el recurso al miedo o bajo la amenaza de una vigilancia total a las puertas de la Unión Europa y sobre una sociedad que en su mayoría anhela un modelo de vida occidental.

La Rusia de Putin no retrocederá. Solamente un muy improbable cambio interno de las estructuras de liderazgo a corto o medio plazo lo haría posible

Por desgracia, la circunstancia de que Rusia sea un actor desubicado en términos espaciotemporales, no le impedirá condicionar profundamente el devenir futuro de Europa de la misma manera que los cocodrilos por ser saurios y proceder del Mesozoico, no les impide jugar un papel importante en el ecosistema que habitan hoy en día. Rusia se erige en las actuales circunstancias como un factor de desestabilización sistémico para el mundo y principalmente Europa. Continuará instrumentalizando todas las debilidades europeas a las que tenga acceso y éstas no son pocas, incrementándolas si cabe a través de los instrumentos que le brinda la guerra híbrida, principalmente en el caso de que la guerra en Ucrania no se desarrolle conforme a lo planificado como así parece que va a suceder. Sin pretender resultar exhaustivo, la Unión Europea deberá prepararse para sentir la presión rusa en muy diversos frentes como los que encarnarán las fuerzas irregulares chechenas y mercenarias reprimiendo y violando los Derechos Humanos de la población civil ucraniana, lo que tendrá efectos sobre la opinión pública de la UE y pondrá en evidencia su impotencia; el apoyo a la desestabilización en los países de la UE mediante financiación e información suministrada a los partidos de extrema derecha; la agitación de los Balcanes en momentos tan sensibles como los que está viviendo ahora, promoviendo las reivindicaciones de los sectores serbios más radicales en Bosnia y en la misma Serbia para que la UE desvíe de nuevo atención y recursos a esos escenarios; la utilización de la diplomacia y de sus unidades mercenarias en el Sahel para acosar los intereses europeos; el incremento de su agresividad en el ciberespacio y todo ello con una cobertura militar global.

La Rusia de Putin no retrocederá. Solamente un muy improbable cambio interno de las estructuras de liderazgo a corto o medio plazo lo haría posible. Cualquier variación de la estrategia sería entendida como una derrota porque así lo asumen las élites que rodean al dictador y las opciones complementarias para continuar con la guerra por otros medios son incontables. Mientras tanto, miles de muertos se irán amontonando en Ucrania.

(*) Profesor de Sociología. UNED