La guerra, cualquier guerra, tiene múltiples campos de batalla. El más evidente es el territorio: las bombas sobre las ciudades, los tanques en las carreteras, los militares desplegados y los civiles huyendo. El drama y los desgarros más violentos siempre se producen sobre el terreno, como estamos viendo en estos momentos a través de las televisiones de todo el mundo. La guerra, además de crear muerte y devastación, destruye capital físico y humano, aumenta la incertidumbre y frena la economía. Además, tensiona los mercados energéticos y de materias primas, produciendo un menor crecimiento global y elevando la inflación (que podría llegar a convertirse en recesión en muchos países de dentro y fuera de Europa).

Los conflictos bélicos, además, también se desarrollan en tableros ajenos al propio territorio, como, por ejemplo, el ciberespacio, el mundo financiero, el deporte, la cultura, la diplomacia y, por supuesto, la energía.

La alta dependencia energética de Europa es evidente. El suministro de gas ruso era necesario para reactivar las economías europeas, tras los estragos causados por la pandemia derivada del coronavirus. Porque la demanda de energía era cada vez más fuerte

Por eso, en una economía tan globalizada como la actual, las repercusiones de la guerra iniciada por el presidente Vladimir Putin el pasado 24 de febrero de 2022 son insondables.

Rusia es una de las mayores potencias militares del mundo, con tropas bien entrenadas y equipadas y con más de 6.000 armas nucleares. Es, por lo tanto, desproporcionada su potencia de fuego frente a la que puede exhibir Ucrania. Además, posee el grifo del gas que abastece a Europa: el 40 % del gas que importa la Unión Europea (UE) viene de Rusia. Y ese porcentaje asciende al 100 % para Bulgaria, al 90% para Finlandia y Lituania, al 80 % para Polonia, al 60 % para Austria y Hungría, al 50 % para Alemania y al 40 % para Italia. La Unión Europea, adicionalmente, importa de Rusia el 30 % del petróleo y el 25 % del carbón que consume.

Actualmente Rusia suministra gas a Europa a través de tres vías: el gasoducto que atraviesa Bielorrusia y Polonia (Yamal-Europe), la ruta de Ucrania y Nord Stream 1. La alta dependencia energética de Europa es evidente. Este suministro de gas era necesario para reactivar las economías europeas, tras los estragos causados por la pandemia derivada del coronavirus. Porque la demanda de energía era cada vez más fuerte.

Todo hacía prever que Rusia, como principal suministrador de gas de Europa, aumentaría su oferta para aprovechar la gran demanda (beneficiándose, además, de los altos precios del gas). Sin embargo, no sólo no lo ha hecho, sino que ha provocado una injusta, cruel y aterradora guerra, con la invasión de Ucrania.

Por este motivo, la presidenta de la Comisión, Úrsula Von del Leyen, entre otras muchas acciones, ha impulsado acuerdos para mejorar el mercado energético europeo, instando a los 27 líderes europeos que concentren esfuerzos económicos y políticos en acelerar las inversiones en energías renovables.

La UE debería proponerse una ambiciosa (y para nada imposible) meta: que el 60 % de su pool energético proceda de energías renovables antes de 2030, logrando más autonomía energética, una economía más competitiva y una mejor protección del medio ambiente

Se trata de impulsar una transición verde que permita a Europa realizar un despliegue rápido y masivo de tecnologías como la solar fotovoltaica o la eólica, para no depender de recursos importados o contaminantes, como el gas, el petróleo, el carbón o el uranio. Así, la UE debería proponerse una ambiciosa (y para nada imposible) meta: que el 60 % de su pool energético proceda de energías renovables antes de 2030, logrando así más autonomía energética, una economía más competitiva y una mejor protección del medio ambiente, contribuyendo así, adicionalmente, a la descarbonización y a la lucha contra el cambio climático.

Las bases para lograr ese objetivo están sentadas, ya que desde 2019 cuenta con el Pacto Verde Europeo, un programa de la Comisión Europea orientado a convertir el continente en un espacio climáticamente neutro en 2050, sin perder competitividad y garantizando una transición ecológica justa para todas las regiones europeas.

El Pacto Verde Europeo

El Pacto Verde Europeo es, por lo tanto, otra herramienta de lucha contra el invasor ruso. Un tercio de los 1,8 billones de euros de inversiones del plan de recuperación NextGenerationEU y el presupuesto de siete años de la UE financiarán el Pacto Verde Europeo. Las fuentes renovables de energía (eólica, solar, hidroeléctrica, oceánica, geotermal, de la biomasa y de los biocarburantes) constituyen alternativas realistas y viables a los combustibles fósiles, contribuyendo a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, a diversificar el suministro energético y a disminuir la dependencia respecto de los mercados (volátiles y poco fiables) de combustibles fósiles (en particular, el petróleo y el gas). Y, sobre todo, a eliminar de cuajo la dependencia europea del gas ruso (algo que debería ser prioritario para todos los gobiernos de la UE en estos momentos).

Desde la anexión de Crimea en 2014 y el comienzo de la guerra en la región de Donbás entre Ucrania y los rebeldes prorrusos, Ucrania ha sido convertida por Moscú en el escenario donde se reflejan las ambiciones de Putin de conservar sus zonas de influencia en el espacio post soviético, reconfigurar el orden europeo de seguridad creado después del final de la Guerra Fría y bloquear la ampliación de la Alianza Atlántica hacia el Este. De nada sirvieron las apelaciones a los principios que articulan la seguridad europea, el apoyo entre democracias, el compromiso con el respeto a los derechos humanos o apelar al cumplimiento de las convenciones internacionales. La agresión de Rusia contra la soberanía y la integridad territorial de Ucrania parece querer imponer la antigua ley del más fuerte. Una amenaza que Putin ha podido blandir porque, en gran medida, su riqueza (con la que paga su poderío militar) procede de las fuentes de energía que exporta.

Debemos ayudar al pueblo ucraniano a repeler esta bárbara invasión. Y, además de utilizar las medidas más inmediatas (sanciones económicas a Rusia, ayuda humanitaria y militar a Ucrania, etc.), debemos pensar estratégicamente para quitarle a Moscú el arma que más poder le ha dado y le da: su gas. Sin él, Rusia dejará de ser una amenaza. Las energías renovables ayudarán, por lo tanto, a derrotar a Rusia.

Nuestra radiación solar, nuestro viento, nuestras energías renovables son las grandes aliadas de la paz. En nuestra mano está propiciar un despliegue rápido y masivo de estas tecnologías en toda Europa, para que sean nuestro principal suministro energético y, en consecuencia, la base de nuestro progreso, el progreso de sociedades más justas, más prósperas, más sostenibles, menos contaminantes y, sobre todo, más libres. Esa libertad que, hoy por hoy, debemos ayudar a recuperar a Ucrania.

(*) Sociólogo