Muchos medios de comunicación exclaman asombrados por el hecho de tener una guerra al lado de nuestras fronteras europeas olvidando que no hace tanto, entre 1991 y 2001, en el territorio de la antigua Yugoslavia, tuvimos lo que se dio en llamar la Guerra de los Balcanes, cuando aquel país se extinguió y aparecieron nuevos Estados en Europa. Aquella fue una guerra genocida, las peores, en medio de la civilizada y culta Europa con implicación clara de algunos países de propio continente.

Y ahora que ya casi estaba olvidada la política de Bloques y el Telón de Acero, entre Oriente y Occidente, gracias a que Mijaíl Gorbachov brindó a su pueblo una oportunidad de ser libre y, bajo su mandato en 1991, la URSS se desintegró, resulta que ha renacido en la mente del Sr. Putin (¿Estamos ante un iluminado con o sin control?) y por ello no permite que un país integrado en su día en la Federación Soviética pueda decidir libremente entrar en el bloque defensivo que conforma la OTAN porque quiere adaptar su fututo y sociedad al modelo occidental, como ya hicieron otros países del Este en su día.

En estos momentos estoy leyendo un magnífico libro de ficción titulado “La Bailarina de San Petersburgo”, que se desarrolla al calor de los profundos cambios sociales que produjo la Revolución Rusa de 1917, donde en ciertos pasajes del libro se describen los excesos de grandeza que tuvo una parte minoritaria de la nobleza ligada a la corte del Zar Nicolas II. La descripción de esa grandeza que algunos nobles privilegiados, muy pocos, pudieron mantener en su exilio parisino me recuerda, junto a las imágenes que vemos en TV, la parafernalia que rodea al Sr. Putin en sus comparecencias públicas, dentro de magníficos palacios y enormes salones. O el verlo atravesar con andares chulescos las altísimas puertas nobles, con dos soldados a los lados disfrazados de húsares. A un siglo de la revolución rusa que decapitó la dinastía de los Romanov, ahora parece un nuevo Zar que quiere recuperar esa grandeza bajo la amenaza de las armas, ya sean convencionales o nucleares. Su pueblo está asuntado y no se atreve casi a protestar. Tampoco a aclamar a ejércitos victoriosos, como casi siempre ocurre. Porque está simplemente asustado.

Putin se asegura de que su sueño nunca se haga realidad. Gorbachov dejó a rusos y ucranianos sintiéndose como hermanos; Putin los ha convertido en enemigos

Este ensoñador de imperios perdidos en el pasado quiere reconstruir el imperio ruso y siempre se ha basado en la mentira de que Ucrania no es una nación, que los ucranianos no son un pueblo real y que los habitantes de Kiev, Járkov y Leópolis anhelan el gobierno de Moscú. Eso es una completa mentira: Ucrania es una nación con más de mil años de historia, y Kiev ya era una gran metrópolis cuando Moscú ni siquiera era un pueblo. Pero el déspota ruso ha dicho su mentira tantas veces que aparentemente él mismo se la cree.

Al planificar la invasión de Ucrania, Putin podía contar con muchos hechos conocidos. Sabía que, militarmente, Rusia empequeñece a Ucrania. Sabía que la OTAN no enviaría tropas para ayudar a Ucrania ya que se podría desencadenar una guerra de gran alcance, incluso nuclear, y parte del planeta sufriría las consecuencias. Sabía que la dependencia europea del petróleo y el gas rusos haría que países como Alemania dudaran en imponer duras sanciones. Sobre la base de estos hechos conocidos, su plan era golpear a Ucrania duro y rápido, decapitar a su gobierno, establecer un régimen títere en Kiev y superar la furia impotente de las sanciones occidentales.

Pero había una gran incógnita sobre este plan. Como aprendieron los estadounidenses en Irak y los soviéticos en Afganistán, es mucho más fácil conquistar un país que mantenerlo. Putin sabía que tenía el poder para conquistar Ucrania. Pero ¿aceptaría el pueblo ucraniano el régimen títere de Moscú? Putin apostó a que lo harían. Después de todo, como explicó repetidamente a cualquiera que quisiera escuchar, Ucrania no es una nación real y los ucranianos no son un pueblo real. En 2014, la gente de Crimea apenas resistió a los invasores rusos. ¿Por qué 2022 debería ser diferente?

Para restablecer el imperio ruso, Putin necesita una victoria relativamente incruenta que conduzca a una paz relativamente libre de odio. Al derramar más y más sangre ucraniana, Putin se asegura de que su sueño nunca se haga realidad. Gorbachov dejó a rusos y ucranianos sintiéndose como hermanos; Putin los ha convertido en enemigos y ha asegurado que la nación ucraniana se definirá a partir de ahora en oposición a Rusia.

Aquí está la verdadera cuestión, saber si eso será así o no. Un elemento fundamental es conocer la resistencia del ejercito ucraniano no solo desde el punto de vista militar sino moral. Si no habrá una parte sediciosa que Putin pueda manejar para justificar un nuevo gobierno prorruso mantenido por las armas de ocupación.

Como dice el historiador Yuval Noah Harari “En última instancia, las naciones se construyen sobre historias. Cada día que pasa agrega más historias que los ucranianos contarán no solo en los días oscuros que se avecinan, sino también en las décadas y generaciones venideras. A la larga, estas historias cuentan más que los tanques”.

“Las historias de valentía ucraniana dan determinación no solo a los ucranianos, sino al mundo entero. Dan coraje a los gobiernos de las naciones europeas, a la administración estadounidense e incluso a los ciudadanos oprimidos de Rusia. Si los ucranianos se atreven a detener un tanque con sus propias manos, qué no podrá hacer el resto del mundo”.

Desconocemos el tiempo que va a durar esta guerra. Pero la cuestión más importante ya ha sido decidida. Los últimos días han demostrado al mundo entero que Ucrania es una nación real, que los ucranianos son un pueblo real y que definitivamente no quieren vivir bajo un nuevo imperio ruso. La pregunta principal que queda abierta es cuánto tardará este mensaje en penetrar los gruesos muros del Kremlin.