Mis primeras memorias infantiles corresponden a mi pueblo de nación, Pereruela de Sayago, conocido como el pueblo de los cacharros. Se dice, así, porque su actividad característica es la fabricación artesana de cacharros de barro, fundamentalmente, cazuelas. Mi paisano y etnólogo Ramón Carnero ha hecho un cálculo ingenioso. Dado el gigantesco hueco que presenta el yacimiento arcilloso de Las Barreras, los perigüelanos deben de llevar unos dos mil años extrayendo barro. Esa materia prima presenta una propiedad especial: resiste muy bien las altas temperaturas y conserva el calor durante mucho rato. Tanto es. así, que, en los años de la II Guerra Mundial, los alemanes fabricaron moldes refractarios para la industria con el barro de Pereruela. La cualidad de conservar el calor lleva a la perfecta utilización de las cazuelas para los asados. Otras aplicaciones (que yo recuerdo de mi infancia) son las tapaderas de barro para calentar la cama en invierno e, incluso, para aliviar los dolores de barriga.

No, solo, hay que preservarla como recuerdo de las pasadas generaciones de artesanos. Ciertamente, el barro de Pereruela es único en el mundo

Durante muchos siglos, la fabricación de los cacharros se hizo con un torno movido por la pierna del operario. Yo alcancé a ver ese fatigoso trabajo, que lo solían hacer las mujeres. Los mozos se encargaban de transportar el barro, hacer la mezcla y formar una pira con los cacharros crudos. Al cabo de dos o tres días, con un fuego muy lento en el montón de cacharros cubiertos de tierra y ceniza, se sacaban los objetos cocidos. Antes, se les había dado una capa de un material refractario, una especie de empavonado, con un brillo característico.

Como es natural, la producción cacharrera se destinaba a la venta fuera del pueblo. Los hogares de Pereruela estaban todos provistos de las famosas cazuelas. Recuerdo que mi madre conservó una durante más de cuarenta años. La operación exportadora se hacía con un burrito cargado con unos serones de esparto, donde se apiñaban los cacharros, envueltos con periódicos y paja. El viaje podía durar días y semanas. Se decía que algunos cacharreros habían llegado, así, hasta Madrid e, incluso, París. Para conseguir una abultada carga, el viajero marchaba a pie, llevando del ronzal a su paciente burrito. Creo recordar que al animal se le decía biche.

Con el tiempo, la fabricación de cacharros se hizo más industrial (aun conservando el carácter artesanal), con tornos y hornos eléctricos. El diseño y la calidad se han mantenido constantes. Se podría decir que las cazuelas de Pereruela son, casi, piezas de museo.

La alfarería de Pereruela constituye una riqueza étnica de incalculable valor. No, solo, hay que preservarla como recuerdo de las pasadas generaciones de artesanos. Ciertamente, el barro de Pereruela ( a media jornada, andando, de Zamora capital por la carretera hacia la raya portuguesa) es único en el mundo. Empero, sobresale, todavía, más el espíritu de esfuerzo y de superación de los infatigables cacharreros. A ellos dedico este parvo escrito como homenaje.