Una semana después de las elecciones, Castilla y León sigue a la espera de la formación de un gobierno que depende, de nuevo, de acuerdos entre partidos. El resultado que anunciaban las encuestas se ha cumplido y el parlamento regional aparece más fragmentado que hace dos años.

En esta semana, de exigencias de unos y proclamaciones triunfalistas de otros, se echa de menos un serio ejercicio de autocrítica, en particular por parte de los que siguen siendo los dos actores principales: PP y PSOE. Porque esa fragmentación tiene, en algún caso, el poso histórico justo, y en otros, simplemente es la evidencia del hartazgo de una gran parte del electorado que no ha hallado en estos años la respuesta a sus preocupaciones vitales.

Si no se reflexiona a tiempo, si no se encuentra el camino de vuelta al acuerdo y al equilibrio con el bienestar del electorado como horizonte de máxima responsabilidad, la fragmentación continuará

Ese clima de desazón e incertidumbre encuentra eco en movimientos nacidos al amparo de reivindicaciones eternas y de ciudadanos que no se sienten suficientemente escuchados. Que ven cómo los problemas que les afectan en su día a día y que determinan su bienestar, tanto presente como futuro, quedan relegados o no se resuelven año tras año, a veces, década tras década.

Existe, además, un perverso “fenómeno espejo” con lo que sucede en el Parlamento nacional. El apoyo que tradicionalmente han prestado para garantizar la estabilidad de un Gobierno, a un lado o al otro del espectro político, formaciones como PNV, UPN o la coalición ya desaparecida de Convergençia i Unió, se ha traducido siempre en ventajas económicas y fiscales para territorios cuyo desarrollo estaba ya garantizado por otros factores. Hasta ahora, ese peso específico de determinados partidos se achacaba a las ventajas de representación que otorga a los territorios históricos la Ley Electoral alumbrada en la Transición.

En los últimos años, asistimos a nuevas fragmentaciones y a la aparición de un multipartidismo con claro signo ideológico de los que son mayores exponentes, de izquierda a derecha, Unidas Podemos o Vox. Y, al mismo tiempo, determinados movimientos de territorios que se sienten excluidos y nunca beneficiados por el reparto autonómico de la vía del “café para todos”, dan su salto a la política con el apoyo de unos votantes en busca de una salida a tanto olvido. Es el caso de Teruel Existe que, a mayores, cobra protagonismo al ser necesario su único voto para garantizar las políticas del Gobierno, en este caso, del PSOE, dentro de ese escenario de fragmentación al alza que caracteriza ahora a las dos cámaras legislativas españolas.

El irrelevante papel del Senado

El Congreso asume, de facto, el papel que hubiera debido jugar el Senado si éste hubiera cumplido con la función nunca desarrollada como cámara de representación territorial del país. Por existir, sobre el papel figuran los senadores por designación autonómica, que favorecen a los dos más grandes y que, a la postre, suelen servir para recolocar a cargos que, por avatares electorales o estrategias partidistas, se quedan sin sitio en el Congreso.

Era cuestión de tiempo, de poco tiempo, que la división se trasladara con mayor contundencia, en este caso, a las Cortes de Castilla y León. Los históricos del leonesismo de UPL han superado los tiempos vividos de debacle. Por Ávila, pese a ser una escisión del PP, hace gala de ese uniprovincialismo en el que electorado busca ahora amparo y Soria Ya, la experiencia más parecida a la de Teruel Existe, ve colmadas sus aspiraciones con una barrida en toda regla en los resultados: tres de cinco escaños. A nadie debe extrañar que la misma noche del 13-F anunciara su salto a las Generales del año que viene.

La convocatoria electoral de Castilla y León entró de lleno en clave nacional desde sus primeros compases. Pero el despliegue de líderes solo ha beneficiado claramente a uno de los representantes del multipartidismo: Vox. Y el resultado de toda esta suma es que, en las negociaciones para elegir gobierno para Castilla y León, territorio complejo y aquejado de numerosos desequilibrios y problemas de urgente resolución, los que tienen en sus manos más directamente la gobernabilidad no han hablado ni una sola palabra de despoblación, ni de sanidad, ni de educación ni de los precios agropecuarios. El acuerdo “de programa” al que Vox alude atiende únicamente a un ideario que, además, colisiona gravemente con principios democráticos como la igualdad.

Más allá del bipartidismo

Por si faltaba algo para completar el sainete, el PP acaba de saltar por los aires con la guerra total entre el presidente nacional, Pablo Casado, y la presidenta de Madrid, Isabel Ayuso. Si hubiera algún tipo de ventaja en este bochornoso espectáculo personalista, sería la del desplazamiento del foco mediático hacia la capital española. Castilla y León ha desaparecido ya de los grandes titulares, las vacas y ovejas vuelven a pastar y abandonan su función de “atrezzo” en campaña, pero los problemas de los ciudadanos, tanto en pueblos como en ciudades, continúan ahí, en busca de respuesta.

Este apagón mediático puede servir para centrar el debate en soluciones para quienes han votado a todos y cada uno de los actores que, desde mañana lunes, inician conversaciones oficiales. Conviene tener presente el momento histórico de crisis que atravesamos y la catástrofe que puede producirse si no somos capaces de aprovechar los fondos de resiliencia dispuestos para la Unión Europea, una oportunidad única para corregir desequilibrios y afrontar los múltiples desafíos de la región.

Se trata, para todos, de una enorme responsabilidad que deben sentir sobre sus hombros, pero, en especial, PP y PSOE. Sus dirigentes están obligados a analizar no ya el fin del bipartidismo, sino las consecuencias a largo plazo de haberse convertido, ambos, en parte del problema para los votantes, en lugar de sumar en esas soluciones. Es del todo legítimo que cada territorio tenga su voz. Pero, si no se reflexiona a tiempo, si no se encuentra el camino de vuelta al acuerdo y al equilibrio con el bienestar del electorado como horizonte de máxima responsabilidad, la división continuará. El electorado avisa con sus votos y con su abrumadora abstención. Y, a diferencia de los anuncios de televisión, “las repúblicas independientes” a domicilio solo conducen al caos.