Cuando Pablo Casado anunció un cambio de sede del PP, hablaba en defensa propia. El insólito alzamiento de los populares madrileños contra Génova confirma que la derecha pretende acceder al Gobierno sin desprenderse de su papel de oposición. Interpreta todos los papeles, de Vox a Podemos.

Casado es un refugiado al que quieren desahuciar de su domicilio. Sus cuatro mil votantes, congregados ante y contra Génova para cancelarlo del cartel electoral, solo confirman las decenas de apresuradas votaciones digitales en que Ayuso lo aventaja por nueve a uno. Para mantener un mínimo de ecuanimidad, Casado tiene el mismo índice de supervivencia a la crisis que ha inflamado por envidia que Nadal al comenzar el tercer set ante Medvedev en Melbourne, un cuatro por ciento. Y desde luego, Casado no es Nadal.

El pasado viernes, que es anteayer aunque al PP le haya sabido a siglos, Teodoro García Egea tranquilizaba a sus correligionarios religiosos. "Esta tarde quedará zanjado el asunto", predicaba en una jaculatoria incumplida. Casado cambia muy rápido de criterio. Pretendía que la condena radical por corrupta a Ayuso, frente a un Carlos Herrera que porfiaba por interrumpirle para que no derribara el templo, se transformara en absolución tras la presentación de unos folios absurdos a cargo de la presidenta que tanto vela por su hermano comisionista.

Santo Tomás Díaz Ayuso necesita tocar para creer. En menos de un día, Casado pasaba de condenar la corrupción de su partido a condonarla, y ni así se imponía en la negociación que Egea

pretendía zanjada. Nadie va a mover un dedo para la supervivencia del presidente del PP, y conviene remarcar que su permanencia de okupa en Génova es la parte más fácil de resolver del escándalo. Después tiene que conseguir que le voten, los mismos que ahora le odian a máscara descubierta.

Lo cual conduce a los rumores y sondeos en torno a una preeminencia electoral de Vox sobre el PP, que están tan notablemente exagerados como la publicación por error de la muerte de Mark Twain. A mediados de la pasada década, Podemos también aventajó de modo efímero al PSOE, por no hablar de las ínfulas delirantes de Albert Rivera en Ciudadanos’19.

Por tanto, y aunque Casado no despierta el mínimo respeto entre sus seguidores, todavía no ha logrado la destrucción completa del PP. Ahora bien, Vox está lejos del sorpasso pero se erige en el partido sólido y estable a la derecha, una vez que el jefe de la oposición está demasiado atareado en huir de sus votantes. En un gambito incomprensible, los populares han delegado su papel axial en la ultraderecha moderada.

La izquierda puede frotarse las manos, en especial si no piensa competir con Ayuso el año que viene en Madrid. Por primera vez, la prensa de derechas aporrea a su portaestandarte fallido, con la furia propia de los periódicos conservadores británicos contra Boris Johnson. En este capítulo se les adelantaron los pomposos progresistas que proponían a Susana Díaz como presidenta del Gobierno.

No es tan grave que Casado repudiara a Ayuso por una falta de pulcritud que el todavía presidente popular jamás aplicó a su expediente académico, sino que pensara seriamente que la corrupción implica una descalificación en el PP. La derecha española es tolerante con los comportamientos de dudosa legalidad, pero intransigente con la derrota.

El jefe de la oposición no cometería hoy el error de la foto de Colón, porque nadie querría fotografiarse a su lado. Casado debería reclamar con urgencia asilo político, su agonía encajaría en Ciudadanos. Ahora mismo, su supervivencia solo puede ampararse en virtudes que repelen el concepto de liderazgo ultraliberal. La pena, la piedad, la misericordia.