Parece mentira. Pero lo cierto es que el otro día, de repente, a un zamorano le vinieron a la memoria las palabras nemotécnicas que sirven a la filosofía, desde tiempo inmemorial, para saber a cuál de las 19 combinaciones pertenece determinado silogismo, y comprobar si éste es válido. Por si nadie se lo cree, citó las 14 primeras, pues de las cinco últimas (que son Bamalip, Calemes, Dimatis, Fesapo, Fresison). No es que no se acordara, es que nunca llegó a aprendérselas. Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti, Felapton, Disamis, Datisi, Bocardo, Ferison, le llegaron tan frescas como el agua del arroyo de Valorio, en los años en los que las lluvias lo estiman oportuno.

A cualquiera puede parecerle una perogrullada. Pero el caso es que, tal cosa, se la enseñaron en el “Claudio Moyano”, cuando solo tenía quince años. Y acordarse ahora, así, de repente, después de tanto tiempo, llegó a preocuparle. Porque el caso es que, en su ya larga vida, jamás había vuelto a manejar esos términos. Ni tenida relación alguna con Aristóteles. Ni por activa, ni por pasiva. Ni nada que tuviera que ver directamente con la Filosofía. A quienes pertenezcan a ese ramo del saber, decirles que es algo tan raro como si a ellos le empezaran a pasar por la cabeza las derivadas parciales o la lemniscata de Bernoulli, por poner por caso. Así que, le estuvo dando vueltas al asunto, tratando de deducir el porqué de aquello.

Por si no te acuerdas, te refrescaré la memoria diciéndote que los silogismos son reflexiones que constan de dos premisas y una conclusión, me soltó de un tirón. Puede servir como ejemplo el siguiente: “a) Ningún ladrón es honesto. b) Algunas personas son honestas. c) Algunas personas no son ladrones”. Como puedes ver, la característica principal es que todo lo que se dice es cierto: lo son las premisas y también la conclusión. Eso es lo que me dijo.

Los silogismos falsos no son tales, sino meros sofismas, o sea, manipulaciones de la verdad, con el propósito de engañar a la gente, presentándoles falsas conclusiones. Y eso no es cosa nueva, pues ya existían cinco siglos antes de Cristo

El caso es que, últimamente, él había estado escuchando, y leyendo, un montón de razonamientos cuyas premisas no eran ciertas (o al menos una de ellas) y, por tanto, las conclusiones no eran sino puras mentiras. Es lo que tienen los periodos electorales, que se miente más que se habla. Así todos hemos oído decir, estos días pasados, que a tal partido le preocupaban mucho los ganaderos, y los agricultores, y que, por tanto, era su partido y no otro quien les iba a solucionar todos sus problemas. Pero, lo cierto es que no debe haber nadie que se lo haya creído, pues el sector agropecuario lleva muchos años peleando, no tanto por ganar dinero, sino simplemente, por sobrevivir. Quienes así mentían, no habían movido un solo dedo, en ese sentido, durante los últimos treinta años. Por eso ahora se hacían fotos con la ovejita lucera sin recatarse de repetir el siguiente silogismo: “A) En la agricultura y la ganadería existen problemas. B) Nosotros solucionamos problemas. C) Luego la solución pasa por que nos voten a nosotros”. Silogismo que todo el mundo puede entender que era del todo falso, ya que el correcto hubiera sido el siguiente “A) En la agricultura y la ganadería existen problemas B) Nosotros no hemos hecho nada para solucionarlos. C) Luego la solución pasa por no votarnos a nosotros”.

Lo cierto es que, los silogismos falsos no son tales, sino meros sofismas, o sea, manipulaciones de la verdad, con el propósito de engañar a la gente, presentándoles falsas conclusiones. Y eso no es cosa nueva, pues ya existían cinco siglos antes de Cristo. Lo sorprendente, es que los sofistas, o sea, quienes con habilidad mentían y engañaban al contrario, llegaron a tener mucho prestigio, y consiguieron obtener muchos seguidores en la sociedad de entonces y, por lo que parece, en mayor o menor medida, también en la de ahora.

El individuo en cuestión llegó a pensar que, en el momento actual, ya pasadas las elecciones, los políticos no tendrían necesidad de seguir soltando sofismas. Les bastaría con usar las falacias habituales, que son más fáciles de decir, y no necesitan ser articuladas.

Pues eso. Que Barbara, Celaren y compañía continúan sobrevolando el techo de la habitación de nuestro personaje, donde se refugia a leer de vez en cuando. Aunque no se sabe a cuento de qué, ya que ha desistido de entender la política, puesto que los silogismos ya no existen en ella.

Por si fuera poco, entre sus papeles apareció uno de los sofismas que más suele emplearse como ejemplo. “a) A los perros les gusta pasear. B) A mí me gusta pasear. C) Por tanto, yo soy un perro”