Mucho se habla últimamente de la España vaciada y de esos pueblos en los que dentro de no muchos años apenas quedarán un par de casas habitadas o que directamente desaparecerán. Pueblos que con un poco de suerte solo aspiren a recibir la visita en época estival de aquellos emigrantes que abandonaron el pueblo para buscar una vida mejor y que años después siguen sintiendo la añoranza de volver al lugar que les vio nacer. Un paréntesis en el vacío y silencio que envuelve el pueblo el resto de los meses del año.

No estamos hablando de futuro, ese momento ya ha llegado. Cientos de pueblos de nuestro país se encuentran en una situación límite. Situación límite en todos los sentidos porque cuando un pueblo se vacía las pérdidas son infinitas. Para que esto no ocurra se tendrían que tomar muchas medidas: facilitar desgravaciones fiscales, acceso a la vivienda, ayuda escolar, acceso al sistema público de salud, ayuda a la natalidad, transporte etc. Creo que en eso estamos todos de acuerdo, pero hay una pérdida de la que nadie habla. No solamente se están vaciando los pequeños pueblos sino que con ello se está produciendo la muerte de la cultura rural. No podemos ignorar el peligro en el que se encuentran los bienes inmateriales de todos estos pueblos.

Que esto no ocurra es responsabilidad de todos y de todas y por ese motivo hay que hacer un esfuerzo y hacer todo lo posible por mantener vivas todas esas tradiciones que durante siglos han mantenido vivos a los pueblos y que le daban sentido a su forma de vida.

Valleluengo (Zamora), una pequeña pedanía perteneciente al municipio de Rionegro del Puente, allá por los años 50 llego a tener más de 300 habitantes y donde a día de hoy apenas viven 6 o 7 vecinos. Parece razonable pensar que es imposible mantener la cultura viva en un pueblo que está irremediablemente abocado a desaparecer muy pronto, pero no es así. El pueblo se fue vaciando, sobre todo a partir de los años 60-70 donde la mayor parte de jóvenes salieron del pueblo en busca de una vida mejor. La gran mayoría eligió las grandes áreas industriales del País Vasco y otros se desplazaron a Madrid o a las grandes capitales de la región como Valladolid donde encontraron empleo y donde arrastraron consigo al resto de la familia. Alguno también decidió probar suerte en el extranjero y se marchó a países prósperos como Francia, Suiza o Bélgica. El pueblo fue quedando cada vez más vacío hasta llegar al punto en el que nos encontramos hoy en día. Apenas dos familias viven en el pueblo cuyo medio de vida es el pastoreo de varios cientos de ovejas.

El pueblo quedó vacío de la presencia de personas pero en la cabeza de todos y cada uno sigue muy presente, hasta el punto de que hace ya unos años se decidió crear una asociación cuyo papel se basa en el compromiso con el pasado cultural y en generar interés por las tradiciones y culturas que viven fuera de las grandes capitales. “Amigos de San Blas” se creó con el propósito de recuperar todas esas celebraciones y tradiciones que se habían dejado de celebrar tras el éxodo rural que se produjo 50 años atrás.

El 3 de febrero en muchas localidades de España se celebra la festividad de San Blas, así se hizo en Valleluengo durante muchísimos años y hoy en día, gracias a la asociación “Amigos de San Blas”, se ha recuperado esta tradición. En los últimos años cada sábado posterior al día de San Blas (este año será el día 5 de Febrero) regresan desde diferentes puntos de España aquellos que en su día se fueron. Y regresan solo para celebrar esta tradición y evitar así que desaparezca para siempre.

Febrero es un mes muy frío en Valleluengo, las temperaturas a primera hora de la mañana pueden llegar a los 10 grados bajo cero, pero eso no evita que los que allí se reúnen disfruten de un día festivo. El día comienza con lanzamiento de cohetes y una misa en honor al santo, donde se bendicen los típicos lazos y caramelos que nos protegerán la garganta el resto del año; repique de campanas y procesión por las calles del pueblo acompañados de la tradicional gaita y el tamboril. A la cita acuden también muchos vecinos de localidades limítrofes. Tras los actos religiosos los asistentes se dirigen a la escuela (ahora convertida en bar) donde hay preparado un lunch para todos los asistentes y donde se canta, baila y bebe para que durante unas horas el pueblo se olvide de ese silencio en el que se mantiene el resto del invierno. Este año también está previsto descubrir una placa en homenaje al concejo. El concejo era antiguamente la asamblea de vecinos que participaba en la toma de decisiones y gobierno del pueblo.

Esto es solo un pequeño gesto, lo que está al alcance de nuestra mano. Queda mucho camino por delante y mucho trabajo por hacer. Son muchos los pueblos que se encuentran en esta situación y muchos los que desgraciadamente ya desaparecieron para siempre. No lo permitamos.

Desde la asociación “amigos de San Blas” queremos mostrar nuestro compromiso con la cultura y tradiciones de nuestro pueblo y seguiremos organizando actividades culturales y celebrando las festividades al igual que cuando el pueblo estaba lleno.

Mikel Hernández Gallego