La teoría de juegos es un sistema de análisis matemático basado en crear modelos – juegos - para entender y estudiar a escala las estrategias de toma de decisiones en las relaciones entre participantes racionales. Dicho de otra forma, es transcribir numéricamente, bajo metáforas manejables, situaciones, variables y resultados que se pueden dar en las relaciones complejas entre personas, empresas, instituciones o países. Suele aplicarse al ámbito económico, pero también es muy práctico para resolver problemas de otros campos de las ciencias sociales o jurídicas. La ciencia política es uno de los campos donde su uso es más interesante.

Dentro de esta teoría, la geopolítica impulsó, en los momentos más crudos de la Guerra Fría, el mayor auge de la teoría de juegos aplicada a la ciencia social. Piensen en la crisis de los misiles: dos bloques, URSS y EEUU, amenazados por misiles colocados en dos países satélites, como eran Turquía y Cuba.

Las variables que cada participante tiene que manejar en esta negociación y los resultados posibles según cada acto se traducen a una escala numérica, y con ello se analiza la mejor forma de actuar; cuáles son los riesgos, qué conviene ceder, De una forma muy simplificada, en esta situación atacar primero podía significar tanto una gran victoria para un solo bloque – si no contamos la pésima imagen internacional -, como una pérdida apabullante para ambos lados. Bueno, una pérdida, en realidad, para todo el mundo, ya que se hablaba del uso de armas atómicas. Póngase una puntuación imaginaria de +10,-20 si un bloque vence, o un -20,-20 si hay destrucción mutua. Lograr relajar la tensión puede significar un empate, sin pérdida o con pérdida moderada. Déjese un 0,0, siempre y cuando se confíe en que el otro bloque cumple dicha rebaja de la tensión y no aprovecha para lanzar el ataque; esto es, más información implica mayor posibilidad de alcanzar la solución común óptima. En caso contrario, volveríamos al +10,-20. A este esquema básico se pueden añadir multitud de variantes, costes y beneficios con las consecuentes posibilidades, pero le permite al lector hacerse una idea general.

Los tiempos han cambiado, y las posibilidades ofensivas tan variadas, siempre existentes, son ahora muy directas, así como observables

Por ello, superar lo que los matemáticos llaman “el Equilibrio de Nash”, -la situación en la que ambos mantienen su estrategia mientras el contrario no la cambie-, pasó por, efectivamente, mejorar la información con la que contaban ambos contrincantes sobre el otro: un acercamiento tanto entre diplomáticos de ambas partes, como directo entre Jrushchov y John F. Kennedy para mejorar esta información existente y llegar a un acuerdo de desmantelamiento de las bases de misiles, así como la promesa de no invadir Cuba.

Pues bien, han pasado casi sesenta años. Por suerte no se habla de misiles nucleares; por desgracia, volvemos a hablar de invasiones, ruptura del derecho internacional, y de bloques y esferas de influencia, sean forzadas o no, en un contexto que se va diferenciando cada día más del multilateralismo creciente desde los años noventa del pasado siglo XX. Los tiempos han cambiado, y las posibilidades ofensivas tan variadas, siempre existentes, son ahora muy directas, así como observables: ofensivas militares directas o mediante mercenarios y soldados sin identificación, infiltraciones y ataques de falsa bandera, ciberataques o desinformación, uso de la migración, penalizaciones económicas y mercantiles, cortes energéticos, y un largo etcétera. En cualquier caso, se mantienen dos grupos de países, y los intereses y posteriores posibilidades y soluciones también se pueden recoger bajo un modelo.

Para este momento actual, convendría revisar el llamado “Juego de la Gallina”. Recordando Rebelde sin Causa, se puede imaginar a dos contendientes que corren en sus vehículos en paralelo hacia un barranco, jugándose, únicamente, probar ser los más valientes. El juego consiste en que vence el que tarde más en frenar antes de caerse por el precipicio. Si uno frena antes que el contrario, pierde un, por ejemplo, -1, y su contrario gana +1. Si no frena ninguno de los dos, ambos pierden: -20,-20.

Obviamente, la decisión más razonable implica frenar, ya que perder muy poco (el orgullo, o el coche del que se lanza en marcha James Dean en el caso de la película) compensa evitar el -20, que es precipitarse. No obstante, cuando uno piensa que el otro jugador es razonable, tal vez le convenga esperar.

Si se piensa en Georgia en 2008 o en Crimea en 2014, se puede plantear que el bloque occidental – principalmente la UE, en ese caso - decidió “frenar” antes que Rusia, considerando que las sanciones podrían ser suficientes para empujar a Putin a parar su proceso de expansión forzada. Esto es, tratando de equilibrar ese -1 añadiéndole una pérdida a posteriori. No ha sido así, y Rusia ha considerado que tiene más que ganar.

Desgraciadamente, el juego vuelve a estar en marcha. Si Rusia entiende que las ventajas de no frenar son superiores al riesgo de conflicto, si tensa la cuerda y aprieta el acelerador y la OTAN encabezada por EEUU y la UE deciden esta vez no ser los primeros en frenar, son conocidas las consecuencias. Empeoramiento de la guerra – en cualquiera de sus variantes- en el este de Ucrania, bloqueos económicos, cierre del gas a Europa que, a su vez, empeoraría todavía más la situación económica rusa, caída de las bolsas o cierre de relaciones diplomáticas, entre muchas otras.

Si, no obstante, es Rusia la primera en frenar, la imagen interna de Putin puede verse empeorada, sí, pero su ya perjudicada imagen internacional se podría contener. Esto es, un mal menor. Para su punto de vista, perder la posibilidad de evitar que la OTAN tenga capacidad de poner armas de alcance medio tan cerca de Moscú y volver a controlar el corredor ucraniano, es algo más grave. Por otro lado, si es la OTAN y, en particular, la UE es la que no actúa, se arriesga tanto a hundir definitivamente el apoyo y su imagen ante sus socios del este como a mostrarse, de nuevo, incapaz de actuar como un verdadero bloque influyente en la esfera global.

De todas formas, hay una cuarta posibilidad. ¿Qué hubiera ocurrido si James Dean y su contrincante hubieran podido hablar a través de la ventanilla y acordaran frenar a la vez? No se les podría achacar ninguna cobardía, y nadie se habría desmoronado por el acantilado. Tendrían que confiar en la palabra del otro, sí, algo difícil de coche en marcha a coche en marcha.

Pero esto no son coches, y no es un acantilado. Son vidas humanas en nuestras fronteras, y cuerpos diplomáticos en contacto constante, muy bien preparados y con unos servicios de inteligencia que les permiten tener buena parte de la información del otro lado. Ceder a las pretensiones de forzar a un país vecino a ser una marioneta, y acordar términos intermedios para la potencial entrada de Ucrania en la OTAN en un futuro – todavía relativamente lejano -, son posibilidades. Todo es compartir información y negociar sin bravuconerías.

Pero vuelvan a la realidad, esto no es un juego.

(*) Sociólogo