Ocurre con las estrellas. Nacen, crecen y mueren. Justamente igual que los humanos aquí en la tierra, sin embargo, no es fácil diferenciar las vivas de las muertas. Sucede que, una vez han dejado de existir, la luz que emitieron en vida continúa viajando por el espacio durante millones de años como si tal cosa de modo que cuando llega a nosotros resulta imposible precisar si corresponde a una recién nacida, a una adulta o a una muerta. Yo, al menos, me siento incapaz. ¡Por más que lo intento no puedo!

La pasada noche volví a probar. Durante horas observé con atención el cielo buscando una señal, un indicio que delatara sus edades biológicas, pero una vez más el intento resultó baldío. Todas las estrellas tenían igual forma, el mismo brillo. Recuerdo que experimenté una extraña sensación y que tenía la garganta tan seca que apenas podía respirar y fue entonces, mientras miraba el firmamento, cuando aquella idea disparatada que llevaba tiempo rondando mi cabeza tomó forma…

¿ Y si la realidad más inmediata se comportara de forma semejante? ¿Cómo tener la certeza, si así fuera, de que las personas que caminan a mi lado tienen una existencia real y no son sino el halo que dejaron sus cuerpos cuando se fueron? ¿Y si el muerto fuera yo? ¿Y si la realidad corpórea que se percibe de mí sólo sea la luz que emití en vida? ¿Y si todos estuviéramos muertos hace tiempo y hubiéramos crecido durante estos años sin saberlo?… Yo no tengo respuestas, debo reconocerlo. En cualquier caso es inquietante pensar que, tal vez, existan universos paralelos, realidades diferentes de las que ni siquiera sospechamos su existencia.

Cierto individuo con responsabilidades ministeriales al más alto nivel en el actual gobierno de la nación España se despachó a gusto en un medio de comunicación extranjero sin que se le cayera la cara de vergüenza

Hamlet, el atribulado príncipe de Dinamarca, se lo comentaba a su mejor amigo: “hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía...”. Sin duda. Muchas más de las que podamos imaginar, pero no sólo en el espacio sideral. También en el microcosmos de las interrelaciones humanas existen dimensiones regidas por fuerzas extrañas. En el oficio de la política, por ejemplo. Esa actividad tan denostada, y sin embargo noble donde las haya por cuanto tiene de servicio, abunda en comportamientos que escapan al común de los mortales.

Sucedió a finales del mes pasado. Cierto individuo con responsabilidades ministeriales al más alto nivel en el actual gobierno de la nación España se despachó a gusto en un medio de comunicación extranjero, el diario británico The Guardian para más señas, sin que se le cayera la cara de vergüenza mientras ponía en solfa la carne que exporta nuestro país. Lo hizo a la pata la llana. Con suficiencia y desfachatez. Sin medir en absoluto las consecuencias que sus palabras tendrían por venir de donde venían. Al margen del contenido de su discurso, que podrá ser más o menos afortunado, la inoportunidad del mismo raya en la estupidez. ¿Qué le llevó a tal despropósito? ¡ Vaya usted a saber!

¡El mundo astral y el susodicho!... Misterios. Enigmas inescrutables, ya digo.