El COVID ha enseñado a muchos que la vida fuera de las grandes ciudades es mejor vida si se tienen las comunicaciones necesarias y las telecomunicaciones imprescindibles para mantener la conexión con el mundo más activo, el de los negocios, la empresa y el trabajo cualificado. Eso anuncia la posibilidad de un proceso de migración inverso al que nos ha venido desangrando durante casi un siglo y con ello un mundo de oportunidades de desarrollo y crecimiento. Pero para que eso llegue y resulte beneficioso y no excluyente de quienes ya habitan, trabajan y preservan el ámbito rural, primero tenemos que salvaguardar, respaldar y potenciar las actividades que le son propias, la agricultura, la ganadería, la caza y la pesca, la explotación forestal y el turismo rural en su más amplio sentido y con el aprovechamiento de todos los recursos.

En ese nuevo escenario social, que a pequeña escala ya está aquí el mundo rural va a tomar un protagonismo especial

Las grandes crisis, sean del tipo que sean, siempre son terribles por lo que se llevan por delante, en vidas, en bienestar o en pérdidas económicas y de empleos. Pero de ellas resultan transformaciones que vienen a conformar los paradigmas que regirán durante los siguientes años y décadas. A veces son transformaciones que cambian el rumbo de la historia, otras simplemente aceleradores de lo que ya estaba llegando. Con el COVID pasa igual. La principal transformación vendrá de la mano de acelerar los procesos que implican el teletrabajo y la generalización del universo virtual -el metaverso empiezan a llamarlo- como realidad paralela y al mismo nivel que la realidad física en la que estamos acostumbrados a desenvolvernos, trabajar y relacionarnos.

Que hoy domingo se celebre en Madrid una gran manifestación de organizaciones representativas del mundo rural es un magnífico recordatorio de que quienes más saben del campo son quienes viven y trabajan en él y no quienes desde despachos oficiales se empeñan en hacer normas o crear modas que toman al habitante rural poco menos que como un intruso, un agresor o un peligro para esa sostenibilidad de la que tanto se habla. Que en la feria de turismo FITUR que hoy se clausura muchos, más que nunca, hayamos trabajado en proyectos de vinculación territorial para la creación de paquetes de destino para las zonas más desfavorecidas, como es toda la raya con Portugal en Extremadura y el Alentejo y en Zamora y Salamanca y Tras os Montes, un magnífico aviso de que lo que está por venir puede ser bueno si sabemos impulsarlo y si las administraciones ayudan y no entorpecen.

En ese nuevo escenario social, que a pequeña escala ya está aquí, como recientemente nos recordaban Antonio Sola y Fernando Carrera, el mundo rural va a tomar un protagonismo especial, siendo un hálito de esperanza especialmente para provincias como Zamora, con un campo depauperado, envejecido por la expulsión de los más jóvenes y las mujeres y arrinconado por legislaciones que solo se conciben desde el desconocimiento urbanita de lo que nuestras gentes piensan y sienten cuando viven, trabajan o emprenden cada día en los empequeñecidos pueblos que dan vida a nuestra geografía. Zamora entera es rural y en el desarrollo de lo rural está su único camino hacia un futuro mejor que el triste presente.

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