“Quiero ser un peregrino por los caminos de España” cantaba Cecilia antes de que un accidente acabara con su vida en la localidad zamorana de Colinas de Trasmonte. En aquel fatídico 2 de agosto de 1976 la cantautora española dejó huérfanas a muchas personas, entre quienes me encuentro. Aunque yo era un adolescente, ella fue una de las responsables de que yo empezara a entender muchas cosas de la vida cotidiana en este país y, aunque suene a risa, a reivindicar lo que ella decía o sugería, que era y sigue siendo muy pertinente. Aunque de todo esto hace ya mucho tiempo, Cecilia me sigue acompañando con frecuencia. La última vez lo hizo hace unos días mientras recorría algunos caminos, veredas y senderos del oeste de nuestra provincia para ese nuevo proyecto de investigación que estoy realizando y que, llegado el tiempo, ya difundiré con detalle. Por ahora es suficiente con mencionar que, al igual que Cecilia, yo también estoy descubriendo lo maravilloso que es ser un peregrino por los caminos, en este caso, de Zamora.

¿Y de dónde deberían llegar los nuevos pobladores? Pues, según parece, les da igual, el caso es que lleguen

Y no es que no lo supiera o que no lo haya sentido desde que Cecilia lo cantaba por ahí. Siempre he pensado que eso de ser peregrino es una forma de ser y de entender la vida. Quienes han hecho alguno (o varios) de los numerosos caminos de Santiago que recorren la geografía nacional cuentan con emoción el significado del peregrinaje, lo que aporta al crecimiento personal y cómo, en muchas ocasiones, te cambia la vida. Los peregrinos son, además, la antítesis de esa otra forma de entender las relaciones humanas. Me refiero a quienes siguen empeñados en ver a los demás, a los forasteros, a los inmigrantes, a los extranjeros, etc., como seres peligrosos. Ya saben de qué y de quiénes estoy hablando. ¿Qué pensaría Cecilia hoy cada vez que tuviera que escuchar que los extranjeros son unos intrusos y que lo primero es cuidarnos a nosotros mismos y luego a los demás? Es que se lo he vuelto a escuchar hace unos días a una de esas personas que anda buscando por ahí el apoyo político de los ciudadanos. Y claro, no lo entiendo.

Es posible, sin embargo, que yo ande flojo de entendederas y que la vida me haya colocado en un camino erróneo. Pero creo que no. Por ejemplo, el otro día, cuando aterricé en uno de esos pueblos del oeste de Zamora que he visitado, nunca hubiera imaginado que algún vecino fuera a recibirme a garrotazos o, sin llegar a esos extremos, con una mirada de suspicacia, temor y desconfianza. Si hubiera sido así, habría escapado a toda pastilla, porque en donde no te quieren es mejor no estar. Pero me viene sucediendo todo lo contrario, es decir, que la amabilidad es la tónica dominante entre los autóctonos, al menos en estas tierras. Incluso cuando hablo con unos y con otros sobre el presente y, sobre todo, el futuro de los pueblos, la mayoría dice que, como no aterricen nuevos pobladores, aquí ya no hay nada que hacer. ¿Y de dónde deberían llegar los nuevos pobladores? Pues, según parece, les da igual, el caso es que lleguen. Este modo de pensar me gusta. Será que estas personas son también en el fondo peregrinos, como yo.