Ahora que las palabras rojo, comunista, bolivariano y terrorista están en boca del frente de la derecha patriótica española para lanzarse a la yugular de cualquier partido o persona que se atreva a tocar el capitalismo liberal económico imperante, hay que decir alto y claro: va a ser imposible no incluir a la ecología y el cambio climático en cualquier análisis de la realidad porque es ciencia, datos, hechos, cifras, realidades tangibles y medibles y, por tanto, por mucho que se empeñen, su crítica es irrefutable. Las macrogranjas contaminan, amenazan la ganadería extensiva y generan carne de peor calidad y eso es un hecho, no una opinión. Por consiguiente, la pregunta es por qué arman tanto revuelo ante una verdad incontestable y la respuesta es… porque lo ha dicho un rojo.

Es un hecho irrefutable que para evitar la degradación ambiental y el cambio en nuestro clima hay que intervenir la economía con criterios ecológicos y sociales

“Green is the new red” (El verde es el nuevo rojo, en inglés) fue un término que acuñó la extrema derecha norteamericana para demonizar al activismo ecologista y señalar a quienes forman parte de él como malvados comunistas e incluso como ecoterroristas. Por estos lares, se apropió enseguida esta nueva técnica electoralista y cuando llega el momento, se amplifica vía medios afines, redes y mentiras apoyadas por la industria interesada.

Desde hace una década, el capitalismo liberal estaba tranquilo porque había descubierto parecer verde sin cuestionar el modelo económico capitalista pero la realidad y la ciencia es tozuda y dice que no podemos seguir con este modo de vida apoyado en el crecimiento desmedido contra el planeta, contra nosotros mismos. Por otro lado, nuestros compañeros en la vida: animales, plantas, bosques, montañas, mares y océanos necesitan ser cuidados y valorados, son seres vivos, en especial los animales dotados de sensibilidad como se especifica en la Ley 17/2021, de 15 de diciembre recién aprobada.

Lo que ocurre es bien sencillo, es negarse a aceptar que hay que poner límites, y muy serios, al modelo de producción y de consumo. Es un hecho irrefutable que para evitar la degradación ambiental y el cambio en nuestro clima hay que intervenir la economía con criterios ecológicos y sociales.

El PP, y el negacionismo de macrogranjas es la nueva mentira a pesar de que muchos alcaldes y responsables de la derecha también se han opuesto a ello. “Hay tanta hemeroteca, tantos datos estadísticos sobre el tema que abruman. Los datos dicen otra cosa. Para empezar, de acuerdo con la Directiva de Emisiones Industriales, se consideran complejos industriales (de lo que hablamos cuando decimos “macrogranjas”), en el ámbito de la ganadería, las explotaciones de cría de aves de corral y cerdos que dispongan de más de 40.000 plazas para aves de corral, que dispongan de más de 2.000 plazas para cerdos de cría (de más de 30 kg), o que dispongan de más de 750 plazas para cerdas reproductoras”. Además, según el Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes (PRTR) en España “existen 3.235 explotaciones activas de porcino y 550 avícolas. El censo oficial del ganado porcino en España alcanzó en 2020 las 32,6 millones de cabezas. Más del doble que en 1986. Ha crecido un 33% en los últimos quince años. En enero de 2021 se registraron en Castilla y León 4.340.122 cerdos, una cifra que comparamos con las 2.394.918 personas censadas en la Comunidad, según el último dato del INE. Es decir, casi la mitad. En el caso de Aragón ya hay casi siete cerdos por habitante. No es la ganadería tradicional, la extensiva, la que nos está llevando a que haya más cerdos que personas en nuestro país, sino las macrogranjas, que producen ganado en cantidades industriales”.

Por no hablar de la deforestación que estas macrogranjas están produciendo en Latino América ya que “la deforestación de los ecosistemas tropicales es el primer eslabón de una cadena de suministro alimentario que empieza en América del Sur y finaliza en los platos europeos. Así lo indica el informe de la cátedra de Agroecología de la Universidad Vic de Catalunya, y Ecologistas en Acción. El informe “Con la soja” al cuello concluye que la importación masiva de soja a bajo precio ha conformado un modelo de ganadería industrial en España basado en macrogranjas, en fuerte expansión, que provoca impactos ambientales tanto en los territorio rurales ibéricos donde se concentran estas naves (nitratos de purines que contaminan las aguas) como en el exterior (deforestación)”.

Las empresas importan soja, molturan el haba y se comercializan sus subproductos para que los fabricantes de piensos los entreguen en las granjas industriales.

Pero. ¿De qué sirven los datos, las evidencias reales si muchos ciudadanos quieren mirar para otro lado? Por desgracia todo acaba ocurriendo, aunque no nos guste oírlo ni verlo.