Cerramos este año pandémico y extraño con la clausura de un centenario que se ha venido celebrando desde el pasado mes de junio hasta nuestros días dedicado al poeta Waldo Santos (1921-2021), plurales actividades dedicadas con esmero a la figura de este hombre, de este poeta de tierra adentro que fue mi amigo y al que quise con todo mi corazón hasta la hora de su muerte el día 14 de diciembre de 2004, día de san Juan de la Cruz, santo y patrono de las letras españolas.

Su compromiso por las libertades y valores del ser humano y su constante utopía son claves para entender su obra. Waldo dio la espalda a toda moda, es un poeta individual

Un poeta como lo fueron Miguel Torga, León Felipe o Unamuno, mi cogollo unamuniano e íntimo, tan inefable, diría Waldo, me atrevería yo a decir que se encuentran entre sus autores predilectos de cabecera, y como ellos, Waldo interpela a Dios, interroga al hombre y al universo con una sincera y sobria humildad humana. Ha sido, como estos otros autores, un poeta apegado y comprometido con su tierra, Zamora.

Un poeta telúrico, que canta lo que se pierde, lo que hoy o ayer dejó de existir y lo crea para fijar y darle eternidad con sus palabras a esa fragilidad de lo que se va, de lo que el tiempo disipa y lo hace creando sus propios neologismos para explicarnos a sus lectores, esa cosmogonía de la desaparición, del dolor y del sufrimiento.

Un poeta que no puede desentenderse de la realidad que tiene ante sus ojos, la condición del hombre solidario y la voz portentosa de la utopía que lleva grabada, a fuego, en su corazón, que le hicieron pasar por la vida haciendo el bien.

Waldo integra el mundo -su mundo utópico- y lo hilvana entre sus versos, con ellos pretende interrogarse sobre el misterio ontológico de los seres y de su relación con el mundo, implícita está su formación teológica latiendo en los versos y con ese Tú constante con el que invita al lector a posicionarse en su aventura utópica, su rebeldía anárquica también germina en sus poemas, en su viaje por esta geografía de frontera.

Indiscutiblemente, Waldo escribe de manera distinta, su poesía como la de su elogiado León Felipe es difícil de poder encasillar ¿poesía social, poesía existencial, poesía...? yo, personalmente no sabría.

Sus versos a primera vista son coloquiales, descuidados o espontáneos donde siempre está palpitando la sangre, su sangre colgada a garfios entre sus palabras.

A la luz de esta aparente sencillez, cabe decir que existe una conquista ardua y difícil, donde respira el ser. “Nada fácil pues la poesía de Waldo Santos, pero no difícil” (Manuel Ángel Delgado nos dice, con engañosa lítotes, en su post scriptum a la obra de oyendo cómo crecen las ortigas).

Waldo bebe de las fuentes de tradición bíblica y es conocedor de los poetas grecolatinos como también lo fueron estos otros autores anteriormente citados.

En su poesía está el poema, más como rebeldía que como espacios de resistencia, en donde rompe los principios de los cánones poéticos al ofrecer, si cabe, una obra más emocional, no sentimental, que quizás lírica, pero los tiñe suavemente con una descripción prosopográfica, hablándonos del río Valderaduey, o del tapial solitario, trinos dialogados, se oyen piafar los siglos (imagen de León Felipe, “los caballos piafan ya enganchados y la carroza aguarda”, de Ganarás la luz), soleo de los trigos, rojea, áureo resol... toda una sinfonía de vocablos waldosianos, a los que también daba uso en su lenguaje hablado y distendido.

Sus referencias al mundo del cante flamenco son fundamentales en gran parte de su obra, trazando un mapa semántico pintado de rojo, de igual manera que las vistas que contempla el poeta desde el puente de piedra por donde cruzaba a diario para ir a su casa de cabañales.

La esperanza también está siempre en su poesía abierta a la luz.

Su compromiso por las libertades y valores del ser humano y su constante utopía son claves para entender su obra. Waldo dio la espalda a toda moda, es un poeta individual, que renuncia a las estéticas vigentes de su contemporaneidad poética y traza así sus versos de tierra y sangre, de clavel y viento como canon de toda su poética, para que sean hermosas palabras de salvación.