El pasado 12 de enero fue un día largo y agotador. Tuvimos que pasar una experiencia que no le deseo a nadie y que aún siguen sin saber por qué paso y, lo peor, por qué se repite. Pero en esa situación encontré dos tipos de personas: la primera no dudó ni un solo segundo en ayudar, hizo todo lo que pudo y más y se comportó como si lo que sucedía le incumbiera. Gracias al taxista de la licencia número 9, que estabas ayer sobre las doce del medio día en la parada del bar Benito. Gracias por sacar el pañuelo por la ventanilla, por pitar y no parar en un solo semáforo, por ir lo más deprisa posible, por decirme: no me pagues, tú corre. Personas como tú me hacen seguir creyendo que hay héroes sin capa escondidos entre el resto. Te estoy eternamente agradecida.

Y luego encontré a la persona que ya solo con sus primeras palabras me demostró que no le importaba una mierda lo que a mi hijo le pasaba, que no fue capaz de entender que una madre llorara cuando le hacían daño a su pequeño y que me justificara las marcas que le hizo en su pequeño bracito mientras lo sujetaba para que le pincharan, un bebé de poco más de un mes. Señora TCAE que estuvo en el turno de tarde ese día en la planta de Pediatría, dedíquese a otra cosa por favor. Porque le doy mi palabra que si la situación hubiese sido otra, no respondo de mis actos. No me creo que no se diera cuenta que le hacía daño, que la fuerza que ejercía sobre su brazo era demasiada… Por suerte mi hijo ya lo ha olvidado; pero créame: yo jamás lo voy a olvidar.

Vanesa Blanco