Esta semana ha sido fructífera. No porque el debate sobre las macrogranjas, el consumo de carne, la ganadería extensiva o intensiva sigan copando titulares y ruedas de prensa, dimes y diretes en las redes sociales o tuits que se escribieron un día y que ahora se borran como un acto de arrepentimiento o para que no te pillen en un renuncio. Ha sido fructífera porque, como casi siempre, he encontrado a alguien a la vuelta de la esquina, esperándome con alguna sorpresa, ya fuera una buena o mala noticia, una sonrisa o un gesto adusto, un correo electrónico con vete tú a saber qué, unas palabras de consuelo o de mala leche, unas judías verdes con jamón o un grupo de personas tomando el sol en la plaza del pueblo. Por eso la semana que se ha ido, como las que se fueron y las que nos están esperando ahí fuera, son importantes: porque todas son únicas e irremplazables, aunque nos cueste reconocerlo. Y en todas suceden historias, buenas, malas y regulares, con las que debemos lidiar para seguir adelante, que de eso se trata.

¿Qué historias le han sucedido a usted durante los últimos siete días? Si tuviera que contárselas a su nieto o nieta, a su hijo o hija, a su amigo o amiga del alma, ¿qué le detallaría? Puede parar aquí y pensar la respuesta durante el rato que estime pertinente. Si lo hace, no olvide compartirlo con la persona elegida. Pero imagino que seguirá leyendo para ver con qué va a encontrarse en las líneas que siguen. Ya le adelanto que, como casi siempre, hoy solo puedo enhebrar algunas cosas significativas que he vivido durante estos días. Sucesos que muchas personas tal vez pasarían por alto pero que, en mi caso, empiezan a ser imprescindibles. Por ejemplo, cuando he estado conversando con Aquilino, Beatriz y Roberto para una investigación social que estoy realizando, no pude por menos que, al final de la conversación, cuando los minutos compartidos habían creado un entorno de confianza, lanzar una pregunta a quemarropa: “Pero de todo lo que ha visto o vivido, si tuviera que resumirlo en dos o tres palabras, ¿qué diría?”.

Y lo importante viene ahora. Los tres personajes mencionados, ya entrados en muchos años y, por tanto, con una larguísima experiencia a cuestas, han coincidido en algo que me parece muy relevante: lo importante es ser una buena persona, todo lo demás sobra. Así, como lo leen. Claro, cuando yo les he apretado un poco más y me he interesado por saber qué era para ellos una buena persona, lo sorprendente es que las coincidencias vuelven a ser casi idénticas: ayudar a alguien cuando lo necesita, escuchar a los demás cuando están pasando por un mal trago o simplemente crear un entorno agradable donde vivir y, sobre todo, convivir sea algo prioritario. Así, sin más. Y reitero que todo surge de la boca de personas con un montón de años a sus espaldas. Pues bien, ¿qué piensan ahora? Si cuando tocamos el final de nuestros días llegamos a tan sabias conclusiones, ¿no creen ustedes que cuando somos algo más jóvenes deberíamos replantearnos nuestros modos de vida? Incluso aún antes, en la más tierna infancia. Bueno, ahí lo dejo.