Esta mañana -yo escribo esta columna los viernes- tenía los restos del naufragio sobre mi escritorio: un sobre de Colacao sin abrir, migas de diversa procedencia y el portátil a medio cerrar, que ni fuerzas me habían quedado para bajar bien la pantalla antes de refugiarme bajo mi manta zamorana y hasta más ver mundo cruel.

En la víspera de tal cuadro le dije a mi abuela y a mi padre, respectivamente, que les envidiaba porque han trabajado muy duro pero siempre han sido, como se dice ahora, “sus propios jefes”. En la estantería donde mi padre tiene el inventario de sus ovejas y sus cosechas cuelga de siempre una hoja impresa que dice: “La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre. Cicerón”.

Millones de personas generando contenidos a la velocidad del rayo para otros millones que no tienen ni un centímetro de tiempo para consumirlos

Nunca he salido de esa habitación sin leerla, pero ahora que veo a mi generación secuestrada ocho horas al día -con suerte- frente a una o varias pantallas ha alcanzado otra dimensión. La de profecía, aviso, tenga cuidado que el suelo resbala.

Esto era ¿lo que queríamos?, lo que nos desearon. “Colocarse” en una oficina, estar calentitos, no tener que usar la fuerza física. El progreso medido en la ausencia de movimiento y luego todos a correr sobre una máquina que no avanza porque no vaya a ser que nos de un infarto que esto, por supuesto, es malísimo para la salud.

Los periodistas creímos, ilusos, que íbamos a tener lo mejor de los dos mundos. El estímulo de la calle y el ratito de confort en el escritorio. A lo sumo tiene usted periodistas zascandileando de sala de prensa en sala de prensa recogiendo declaraciones enlatadas y redactándolas a todo correr como si importara.

Tengo un amigo muy listo que dice que los que ahora nos dedicamos a estas profesiones lo que hacemos es “desplazar información”. Millones de personas generando contenidos a la velocidad del rayo para otros millones que no tienen ni un centímetro de tiempo para consumirlos. Todos como pollos sin cabeza en esta rueda trastabillada que nadie sin embargo se atreve a detener.

Cuando era pequeña veía extraordinariamente bien. Al año de empezar a trabajar con un portátil, tenga usted sus gafas, miope funcional. Es decir, que la vista se me dañó porque la pantalla nos obliga a mirar de una manera antinatural: sin espacio para alcanzar el fondo. Y aquí seguimos aunque ya todos sepamos que esta manera de trabajar no le funciona a nadie, que las 40 horas semanales se establecieron cuando una persona de la pareja -la mujer- atendía la casa y los niños y que estamos corriendo en balde porque en este circo siempre es tarde.