No hay como morirse para ir directo al cielo. Alguno se hizo camino y andamio para reservar el sitio; y a fe que lo alcanzó. Me refiero a Justo Gallego. Empezó haciendo un surco profundo que no se parecía a los del cereal, en tierras de su propiedad; era la cuna de los cimientos de una catedral sin obispo, basílica monumental, iglesia sin fieles.

No era fácil entender el sentido de una edificación religiosa que nadie le pedía con traza de catedral, o templo ‘desmesurado’. Él puso manos a la obra cuando tuvo claro lo que quería, no tanto cómo podría llevarlo a cabo, ni cuándo concluirlo.

Justo hizo caso a su conciencia, al deseo ferviente -inviable a primera vista- de levantar una catedral con sus propias manos. A todas luces el proyecto de una obra, tan ambiciosa para un obrero solo, pocas posibilidades tenía, pero hay ideas que prenden sobre la cabeza de inspirados y ahí quedan alumbrando. En la de Justo fueron cúpulas, arcos, columnas, cilindros, vitrales que lucen en el templo obra de su sueño. Él decía muy en serio, aunque suene a broma: ”Los planos están aquí”, señalando con el índice su frente.

El propósito de semejante empeño era cumplir una promesa: sanó de la tuberculosis por milagro, y con otro milagro, su catedral, quiso devolver al cielo el favor. El megaproyecto que casi logra ver acabado en vida también tiene ese punto de vanagloria con el que se construyeron muchos grandes templos y catedrales de la cristiandad pues han partido de la idea o capricho de un personaje relevante: abadesa, obispo, princesa, o rey, que desde su privilegiada situación le permite juntar recursos y gente para el proyecto. Dos ejemplos bastarían para subrayar lo dicho: el abad Fuger levantando el primer templo gótico del mundo en Francia y el obispo Mauricio de Burgos iniciando, hace ahora ochocientos años, la espléndida catedral que contemplamos, pero en ambos casos, como en la mayoría de edificaciones semejantes, con el apoyo social, político y religioso que a lo largo de años y centurias sostiene el proyecto y logra culminarlo. Justo no tenía dinero ni apoyos pero poseía el carisma de la convicción y el anhelo de la promesa. Su idea era más grande que los medios a su alcance. Parece increíble lo que consiguió, a sabiendas de lo poco que sabía, en los inicios, de albañilería y construcción. Se temió que con semejante osadía en cualquier momento el edificio pudiera venirse abajo; ahora resulta que con pequeños retoques puede legalizarse la construcción para ser declarado BIC : bien de interés cultural.

No tenemos otra explicación que el tesón de un hombre que palada a palada, con sudor y fervor cumple lo prometido a Dios, con la Virgen del Pilar por testigo nada menos

Desde la remota primera piedra que Justo enterró para los cimientos, en medio de lo que entonces era un páramo, hasta hoy en que la obra se alza como icono de su pueblo, ha pasado más de medio siglo. “Ahí está, ahí está,/ viendo pasar el tiempo/ Justo y su catedral.” Seguro que algo parecido les suena .

No tenemos otra explicación que el tesón de un hombre que palada a palada, con sudor y fervor cumple lo prometido a Dios, con la Virgen del Pilar por testigo nada menos.

Lo tacharon de iluso y su obra lo ha convertido en iluminado.

Temerario, megalómano, friky, son algunos de los calificativos que le dieron a un labrador que puso la mano en el arado y no se desvió del surco. “El labrador de más aire” que diría Miguel Hernández). El Quijote de Madrid que diríamos ahora, Y de quijotada también apellidaron su edificación que creció como crecen la cepa y la encina, lentamente en campos yermos pero sin descanso, soportando heladas feroces y calores inclementes.

Justo buscó una salida a su vocación frustrada en la Trapa. Se impone un reto y proyecta una mansión sagrada donde caben: Dios, creyentes, curiosos, indigentes y descreídos; es la idea que mantiene el Padre Ángel como titular de la fundación “Mensajeros de La Paz” a la que Justo nombró heredera de su obra.

Este Gaudí sin carrera, este constructor sin empresa, se erige sin proponérselo en un hombre anticipado a nuestro tiempo: ecologista, reciclador, austero. Trabaja sin planos, pero concibe un plan, ignora el camino pero sabe la meta. Aprende sobre la marcha. No dispone de otro capital que su cabezonería piadosa, intuitiva arriesgada, pero constante.

Incansable, madrugador, ecléctico, creativo. Nada menos que el Museo de Arte Moderno de Nueva York ( MOMA) se fijó en él. Y no pocas entidades culturales europeas se hicieron eco de la cabalgada en solitario de este quijote del andamio. El resultado, a falta de remate final, es un sorprendente edificio de estilo indefinible pero airoso y atractivo.

Justo ya entró en la lista de esos arquitectos sin título del siglo XX que dejaron obras geniales y tuvieron que ser firmadas por otros, desde Le Corbisier a Serge Chermayeff, primero bailarín y campeón de tango, de reconocida influencia en Norman Foster, hasta Buckminster Fuller, expulsado en dos ocasiones de Harvard, sin olvidarnos de otros freelance del plano como Mies Van der Rhoe autor de la famosa “casa Riehl” o Frank Lloyd Wright, el gran pionero de la originalidad americana con su “casa sobre la cascada”.

Con ayudas esporádicas y voluntariado ocasional el edificio religioso fue creciendo e incorporando materiales diversos que son paramentos y decoración al mismo tiempo, deshecho reaprovechado, basura rescatada del vertedero de nuestro abundancia, basura salvada, “arte povera” para el Dios que nació pobre. Todo un canto de la naturaleza inerte a la naturaleza divina, una metáfora de la existencia a través del ciclo natural de las cosas y su transformación, elevándose del vertedero al cielo, del suelo a las alturas de arcos, bóvedas y torres que apuntan al infinito.

Contaba Justo en una entrevista que cierto día le comentó un sacerdote : “¿Usted sabe lo que está haciendo? Hay círculos, arcos y esferas por todas partes. Usted está poniendo a Dios en todo, porque el círculo inabarcable, perfecto, infinito, es Él.” Sin tantos alcances teológicos venía a decir nuestro humilde protagonista, que no andaba equivocado, porque su intuición era el plano, la voluntad la grúa, y la fe el encofrado de su proyecto.

En Justo había un artista desconocido en germen que crece con su obra y ésta adquiere el tamaño de los sueños de aquel.

Si como decía el sofista Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”, la medida de la grandeza de Justo es su catedral. Ha sido nombrado por el Ayuntamiento de Mejorada del Campo “Hijo Predilecto”. Bien que lo merece. Y seguro que también la gloria, la del cielo y la de aquí aunque no la pretendiera.