Las relaciones entre Portugal y España y viceversa han sido (y son) en cierta medida un tobogán que, por suerte, ha suavizado su pendiente durante los últimos años, acortando una brecha inexplicable entre dos países vecinos y con estrechos lazos culturales e históricos.

No hace tantos años, desde este lado de la Raya’ se miraba de reojo hacia la sociedad portuguesa, como por encima del hombro desde una falsa modestia y un rictus ridículo de pretendida supremacía. Y así lo era, en términos generales, hasta que los españoles nos dimos cuenta, por fin, de que esa actitud de insolencia era la mayor de las estupideces de una población que miraba más hacia Francia, Gran Bretaña y Alemania, cuando las raíces que nos unen con el país luso eran (y son) más atractivas desde diferentes puntos de vista (económico, logístico, turístico, social…).

Su sanidad, sus macroproyectos de ocio y su agilidad emprendedora y fiscal convierten a Portugal en un país que nada tiene que envidiar al de al lado

Resulta fácil colegir que los equivocados éramos (y somos) los de este lado de una frontera ficticia de algo más de 1.200 kilómetros de longitud. El nacimiento de la Unión Europea fue quizá ese punto de inflexión necesario, el que nos hizo revisar ese posicionamiento antinatural.

Y así empezamos a valorar la riqueza humana, paisajística, arquitectónica y económica de un país que avanza con paso firme y que ha dejado de ser aquel surtidor de mano de obra barata hacia los países europeos más desarrollados. Su sanidad, sus macroproyectos de ocio y su agilidad emprendedora y fiscal convierten a Portugal en un país que nada tiene que envidiar al de al lado. Ciertamente, habría que preguntarse si ahora mismo es justo lo contrario, a poco que te prodigues en dos o tres viajes por una nación que ha crecido en atracción turística, incluso en tiempos tan complejos como los actuales, entre los principales mercados emisores internacionales de viajeros.

Son, como digo, muchos los indicadores que certifican ese avance silencioso en estos años de un país más pequeño que el nuestro, pero tanto o igual de grande en talento e innovación. Si hablas cara a cara, comprobarás que ellos entienden nuestro idioma y hasta lo hablan muchos de sus ciudadanos, mientras que aquí la lengua portuguesa sigue siendo otra asignatura pendiente más. ¿Qué hace falta para limar todavía esas asperezas? ¿Qué debe ocurrir para ir de la mano más allá de los fondos y programas transfronterizos que promueve la UE?

Hay pasos que, al menos, van ya en esa buena dirección. Sin ir más lejos, la política desarrollada en esta corta legislatura por la Junta de Castilla y León y, especialmente, la Consejería de Cultura y Turismo, ha supuesto un estímulo alentador para trabajar en común en proyectos de alcance internacional. Y no solo me refiero a esa iniciativa resumida en esa paráfrasis de “dos países, tres regiones y un destino” acuñada recientemente, sino al afán colaborativo para transformar en riqueza recíproca las ventajas del río Duero, la industria vinculada al enoturismo o la común apuesta logística del Eje Atlántico ante Bruselas.

Esa y no otra es la senda adecuada y, específicamente, la actitud que debe primar por encima de viejas vergüenzas indescifrables. Éramos (y somos) los que debíamos dar ese paso. Así que ‘moito obrigado’, queridos compatriotas.