El debate sobre la alimentación en el mundo podría concluir con el anhelo de la canción de Quilapayún, que pone el acento en la desigualdad y denuncia la convivencia del hambre y de la sobrealimentación: “Cuando querrá el dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”.
Los pobres del tercer mundo se mueren de hambre o malnutrición, a pesar de los avances tecnológicos en la producción de alimentos, incluidos los transgénicos cuyos defensores justifican como necesarios para resistir las plagas de la naturaleza y acabar con el hambre. El ministro de Consumo del tercer mundo tendría que acabar con la escasez de alimentos y la hambruna generalizada de la población, que la química y la genética no han resuelto. Y esto es un grave problema de supervivencia más que de consumo.
Los pobres del cuarto mundo de los países desarrollados también están mal nutridos: unos siguen teniendo hambre y llenan la barriga rebuscando entre las basuras para hacerse con las sobras de alimentos que otra parte de la población tira; y otros tienen problemas de obesidad por comer en exceso malos alimentos de bajo precio. El ministro de Consumo del cuarto mundo debería tener en cuenta los dos tipos de malnutrición: el riesgo de la comida de la basura propiamente dicha que se tira al contenedor; y el de la “comida basura” de los alimentos que son nocivos para la salud humana, con exceso de grasas, azúcares, sal, aditivos químicos y transgénicos, y que además contienen productos que crean adicción, y que por eso y por ser más baratos se consumen en exceso entre las clases trabajadoras. Y esto es un problema sanitario más que de consumo.
En el mundo desarrollado del que forman parte zonas algo menos pobres como Zamora, donde se siguen produciendo alimentos de calidad y con respeto al medio ambiente como en el caso de los ganaderos en extensivo
Los ricos del primer mundo son libres para alimentarse mejor porque tienen resuelto el problema de acceso a los alimentos y pueden optar por la calidad más que por la cantidad. La libertad para elegir es el único riesgo, porque al convivir con el sector del cuarto mundo que come alimentos que crean adicción, pueden acabar ingiriendo la atractiva “comida basura”, sobre todo los niños. El ministro de Consumo del primer mundo, se preocuparía de que la población con “libertad para qué” eligiera comida saludable, a través de campañas de información y de concienciación. Como ministro a la vez del cuarto mundo, también por los excesos de ingesta de ricos y pobres, con la diferencia de que los últimos no pueden elegir más calidad por su precio.
Las diferencias entre todos los pobres y los ricos del mundo en cuanto a su alimentación, también se dan entre los productores de alimentos: los campesinos. Y son consecuencia de la propiedad de las tierras y de las redes de distribución de alimentos.
En el tercer mundo la tierra en manos de multinacionales se dedica al monocultivo que produce alimentos para exportar, mientras la población local muere de hambre.
En el mundo desarrollado del que forman parte zonas algo menos pobres como Zamora, donde se siguen produciendo alimentos de calidad y con respeto al medio ambiente como en el caso de los ganaderos en extensivo, sus explotaciones se ven amenazadas por la competencia de las macrogranjas, instaladas por personas ajenas al campo que invierten su capital para producir más cantidad de carne, en menos tiempo y con más rentabilidad económica. La competencia entre ambos tipos de producción se salda a favor de la cantidad y rapidez, provocando la ruina de quienes producen mejores alimentos, salvo la de algunas excepciones de los que se abren mercado para los ricos del mundo que eligen comer calidad.
El ministro de Agricultura y Ganadería de Zamora –que podría ser ministra y ganadera en red- tendría que defender la producción extensiva y sostenible que fija población, frente a las macrogranjas y las explotaciones intensivas con productos que contaminan el agua y la tierra para producir más cantidad y menos calidad.
El ministro de Alimentación del mundo tendría que repartir la tierra para quien la trabaja en todos los países con el fin de que la alimentación de calidad llegara primero a los hambrientos, luego a los trabajadores para que no consuman “comida basura” y también a los ricos para que elijan bien lo que comen.
Para ello tendría que establecer los principios de la soberanía alimentaria, que organizaciones del campo como Vía Campesina defienden desde hace años: el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos con base en la pequeña y mediana producción; el acceso a alimentos de calidad a precio razonable; el acceso de los campesinos al agua, semillas y tierras, dando prioridad a la producción local; la garantía de estabilidad de los precios de los alimentos a escala internacional para evitar que se vendan por debajo del coste de producción.
En fin y en Zamora hoy respecto a la carne: dar prioridad a la producción local de ganadería extensiva frente a las macrogranjas; evitar que productores de alimentos como los ganaderos de leche tengan que tirarla porque las industrias no les pagan un precio justo, y mantener la marca de productos de calidad de Zamora, que es la del trabajo de nuestros campesinos y de nuestra gente.
El ministro de Consumo de España ha defendido a Zamora al hacerlo a favor del consumo de carne procedente de ganadería extensiva frente a la carne de peor calidad de las macrogranjas. A favor de la nuestra, la de Zamora.
O para que lo entendamos mejor los zamoranos, a nivel de tapeo: a favor del “dos que sí y uno que no” de los Lobos, frente a los Mac Burger de las multinacionales. Todos en Zamora y creando puestos de trabajo, por otra parte.
A mi juicio, le ha faltado decir en defensa del tercer y cuarto mundo, como en la canción de Quilapayún: que los pobres coman carne de ganaderías extensivas y pastos, y los ricos coman mier…, perdón, carne de macrogranjas. O sea, que la tortilla se vuelva.