La situación resulta muy preocupante, según el grupo de observación Civicus Monitor, 9 de cada 10 personas en el mundo no disfruta de plenas garantías civiles. En consecuencia, el presidente de EEUU, Joe Biden, decidió organizar una cumbre con el fin de alertar contra esta seria amenaza, con la intención de crear una agenda que frenase el deterioro de las instituciones democráticas en el mundo. De ahí surgió la idea de celebrar la Cumbre sobre la Democracia a la que se invitó a 80 países. El encuentro, debido a las actuales circunstancias, ha sido virtual. Pero en esta se ha desvelado una realidad muy cruda y sombría. Por un lado, asistimos a cumbres que aspiran a frenar el Cambio Climático y nos parecen bien, pero, por otro, hay encuentros que, por lo visto, avisan de que los sistemas políticos liberales en el mundo están en franco retroceso o están siendo amenazados. Y de nada nos sirve plantear las mejores intenciones para acomodarnos a los retos del siglo XXI si, en el fondo, las sociedades no pueden decidir, actuar ni comportarse libremente. La falta de libertad no solo es una amenaza contra los derechos humanos, sino también implica la constatación de que los poderes pueden actuar de una forma frívola y arbitraria, respondiendo a intereses económicos egoístas y, por lo tanto, ahondando la brecha entre el ser humano y la propia naturaleza. Todo es todo. También genera inseguridad e incertidumbre porque augura más conflictos políticos y sociales en el seno de los países y entre países.

La cumbre ha cerrado en vacío, para algunos esta señal implica que ha sido un fiasco, pero se podría decir que ha servido para lanzar una vital advertencia internacional. En los años 30, Europa vivió un proceso en el que la mayoría de los países que lo integraban dieron un paso atrás y apostaron por las dictaduras o los totalitarismos. Las consecuencias nefastas son de sobra conocidas. Se produjo uno de los conflictos mundiales más desgarradores de todos los tiempos y no hubo forma de detenerlo. Trasladado a este siglo, habría que incidir que aquella trágica y devastadora experiencia no implica que se nos haya inoculado la vacuna contra futuros conflictos, al contrario, las perspectivas actuales en algunos puntos calientes no son nada halagüeñas.

Dos de los grandes ausentes de la cumbre han sido China y Rusia que se han sentido muy molestos por su exclusión, y en el caso de China, por la invitación de Taiwán a la misma. Ambos han firmado una declaración conjunta condenando esta mentalidad de Guerra Fría por parte de la Administración Biden. Claramente, su no inclusión a la misma era un modo de señalarlos (igual que otros países, pero no tan relevantes como estos a nivel internacional). China, paradójicamente, se siente orgulloso de su sistema de gobierno autoritario, de un solo partido, que considera que es el ideal, porque estima que la democracia o la pluralidad de partidos no solo no funciona, sino que dificulta la toma de decisiones o, lo que es lo mismo es débil y frágil. Rusia, aunque todavía es un país en el que funcionan ciertas instituciones independientes, lleva bajo la tutela de Putin desde el año 2000, en su democracia dirigida. Son ya dos décadas en las que este rige los destinos de los rusos con mano de hierro. No solo eso, su política internacional nada tiene que ver con un país democrático. Inmerso en la guerra siria, en la anexión ilegal de Crimea y amenazando con una respuesta militar contundente de mediar alguna provocación por parte de Ucrania en la zona del Donbás, no parece que sus aportaciones sean de lo más positivas. Lo último que sabemos es que está utilizando la justicia para acabar con las ONGs, único foco de disidencia activa, como Memorial, creada para garantizar la memoria de los represaliados por el estalinismo.

China y Rusia además son dos países que se toman, como es bien sabido, muy a la ligera la defensa y salvaguardia de los derechos humanos. Con estas credenciales, es muy difícil que puedan ser invitados a una cumbre como esta a la que más que ayudar vendría a boicotearla. Aunque no todos los países que participaron en esta puede decirse que son escrupulosamente democráticos, sí debe verse como una declaración de intenciones. Hasta el mismo EEUU aparecía por primera vez en la lista anual de estados en los que se había desvelado un peligroso retroceso democrático desde 2019. Fuera de la cumbre quedaron Hungría, integrada en la Unión Europea, y Bosnia y Herzegovina. Mucho peor ha sido en América Latina, en donde siete países no fueron invitados, entre ellos estaban Bolivia, Cuba, El Salvador, Guatemala, Honduras y, por supuesto, Nicaragua y Venezuela. Queda claro que vivimos tiempos difíciles, la pandemia y la crisis económica general que ha traído consigo ha afectado tanto al Primero como al Tercer mundo y, sobre todo, ha afectado a aquellos países en vías de desarrollo.

Sin embargo, al margen del hecho de que haya sido la Casa Blanca la organizadora de la cumbre, se ha dejado bien al descubierto otro gran desafío internacional: la salvaguardia de la democracia. Como diría Churchill, no es un sistema perfecto, pero sí el menos malo de los conocidos. Porque para bien o para mal los sistemas liberales son los que permiten constituir sociedades más justas, aunque nunca se dé la justicia plena, y más equitativas (con políticas de protección social). La alternativa son regímenes en los que el autoritarismo acaba por ir deteriorando las sociedades porque no admiten ninguna clase de crítica y su despotismo los lleva a creer que siempre tienen la razón. Algunos modelos autocráticos funcionan, en la medida en que han sabido constituir ciertos instrumentos de control internos y potenciar las virtudes sociales. Pero el precio a pagar por los que no comulgan con el mismo es espantoso.

No hay sistema de gobierno ideal, pero no cabe la menor duda de que las democracias son las menos peligrosas para sí mismos y para otros. Ahora habrá que confiar en que el guante arrojado por Biden lo recojan otros para encauzar esta temible deriva.