A menudo se señala, con razón, que uno de los problemas a los que se enfrenta la provincia tiene mucho que ver con la enorme dispersión geográfica de Zamora, con más de 10.661 kilómetros cuadrados de extensión divididos en 248 municipios, formados por pueblos de menos de cien habitantes en su mayor porcentaje. Obstáculos físicos que, a menudo, tienen correspondencia en la estructura social y en la rutina establecida en los distintos núcleos de población.

La cooperación y la unidad nunca han sido señas del funcionamiento social zamorano y no es sólo este un fenómeno achacable al entorno rural, donde el mayor aislamiento podría justificar una mentalidad propia del secular minifundismo. Fórmulas que intentan superar ese pensamiento en aras de un bien común mayor, como las cooperativas o las mancomunidades, han sido de difícil aplicación incluso en los casos de mayor éxito. Y no hay postura más dañina para una sociedad que busca un futuro mejor que la individualidad a ultranza.

Los 248 municipios en los que está dividida Zamora solo han conseguido formar, en los últimos años 17 mancomunidades. Los problemas y las polémicas abundan en su seno, en detrimento de la cartera de servicios que, en algunos casos se limita a prestaciones como el agua corriente. Y hasta en esto pueden ponerse ejemplos de lo que no debería ocurrir, como es el caso de Benavente-Los Valles, donde el entendimiento nunca fue la tónica generalizada, o el caso de la capital y su alfoz.

Resulta inaudito que una ciudad, Zamora, que sigue perdiendo habitantes incluso a más ritmo que los pueblos, haya aprobado tan solo hace una semana el convenio para prestar, desde la potabilizadora de la capital, servicio a 17 localidades de los alrededores. Y solo eso, el agua, sin mencionar otros muchos servicios que deberían ir incluidos en aras de una mejor gestión, puesto que hablamos, siempre de ayuntamientos, incluidos los grandes, cuyos presupuestos son limitados, entre otros factores, a causa de una despoblación que deja sin contribuyentes que alimenten las arcas municipales.

Pero ni ese tremendo déficit de servicios ha podido estimular la colaboración entre municipios, que han seguido la corriente del desacuerdo como norma de funcionamiento, incluso antes de que las siglas políticas distintas azuzaran las diferencias y nunca las necesidades comunes. Un vecino de alguno de los pueblos que distan de la capital zamorana media docena de kilómetros, convertidos, de facto, en “barrios dormitorio” para quienes prefieren optar por una vivienda unifamiliar, tiene más que difícil la comunicación viaria por transporte público. Las frecuencias y horarios se ajustan poco o nada a lo que podría esperar cualquier vecino de un barrio alejado de Madrid. El transporte mayoritario se realiza por coches privados. Muy poco sostenible pero ejemplificador de lo argumentado.

Los autobuses públicos, ajustados al escaso margen de rentabilidad, son, en realidad, vehículos de líneas nacionales con paradas en dichos núcleos cuando circulan hacia Madrid o en el eje Norte-Sur peninsular. En algunos casos los autocares están destinados prioritariamente al transporte escolar, pero, previo concierto, pueden aprovechar alguno de los viajes. En alguna ocasión, sobre la mesa del Ayuntamiento de Zamora y de otros consistorios, sobre todo si se acercaba época electoral, han existido planes para crear una red de transporte interurbano que nunca se ha llevado a cabo. Veremos si, en el caso del agua, se corre mejor suerte sin dar lugar a polémicas como las del uso de la depuradora por pueblos cercanos como Roales debido a desfases en los pagos. Más difícil aún lo tienen los habitantes de Benavente o Toro para viajar a la capital y viceversa.

Esa manifiesta incapacidad para mirar más allá de nuestros respectivos ombligos nos convierte en una provincia desagregada, individualista, con grandes dificultades para crear un espíritu colectivo

El servicio de transporte a la demanda, implantado por la Junta de Castilla y León, ha venido a paliar la situación de los pueblos en el interior de la provincia. Pero aún así, el hueco que queda por cubrir es enorme, porque en las comarcas de Aliste y Sanabria ven con temor la posible desaparición de un tren regional con incidencias diarias sobre el que no existe control alguno por falta de intervención y cuya viabilidad pende del humor y presupuesto de las administraciones de turno.

Hemos pasado a reclamar la conectividad digital cuando carecemos de un servicio de comunicaciones básicas. Esa manifiesta incapacidad para mirar más allá de nuestros respectivos ombligos nos convierte en una provincia desagregada, individualista, con grandes dificultades para crear un espíritu colectivo que es el verdadero motor de desarrollo de cualquier sociedad. Quizá a esto mismo se deba que ninguna de las plataformas que han encabezado las protestas de causas que van de las macrogranjas a las eólicas, fotovoltaicas y, sobre todo, la pésima situación de la sanidad rural, hayan cristalizado en alternativas políticas como ocurrió primero en Teruel y ahora en Soria. Aquí las manifestaciones de la España Vaciada que arrastraban a centenares de personas hacia la protesta en Madrid, apenas han llegado a llenar un par de autocares.

Todo, a pesar de que este rincón de España se sigue vaciando tanto por la sempiterna falta de oportunidades como por el desmantelamiento de servicios esenciales. Esta semana publicaba LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA la iniciativa de un Ayuntamiento, Faramontanos de Tábara, que ha puesto a disposición de sus poco más de 300 habitantes un autocar con un destino que nada tiene que ver con excursiones en el sentido estricto. Los vecinos no iban a ver el Museo del Prado, ni tan siquiera el centro de los Beatos de la población vecina, era mucho más prosaico y significativo a la vez.

El destino era el banco en el que tienen depositados los ahorros, donde le ingresan el sueldo y la pensión, porque primero las oficinas, y ahora los cajeros automáticos han ido desapareciendo hasta dejar a los habitantes de los pueblos sin acceso a su propio dinero. Sin poder comprar los bienes más básicos, ni acudir a la farmacia, ni tomar un café, si es que tienen la suerte de contar todavía con un bar.

Estamos a las puertas de la campaña electoral y, es de esperar que la España Vaciada, Vacía, Despoblada, desesperada, en fin, vuelva a copar los discursos de los partidos políticos. Esperemos que alguno de ellos sea capaz de reconocer la complejidad y la carestía de ese objetivo que es no dejar morirse a una parte importante del territorio. En las soluciones, además de los políticos, nos tocará a todos aportar, en lugar de limitarnos a mirar hacia nuestro ombligo y elevar las quejas al aire, aguardando algún retorno como quien espera un milagro.