Como cada año nuevo, el chaval siempre hacía lo mismo: escribir en un cuaderno de anillas lo que se proponía emprender o enmendar durante los siguientes 365 días. Así hasta que se hizo mayor. Fue una costumbre que aprendió en la escuela del pueblo y, a partir de los once años, en el colegio de los curas, donde estuvo interno hasta los diecisiete, cuando la capacidad de pensar por uno mismo le abrió las puertas a una vida que había permanecido opaca durante seis largas primaveras. El chaval del que hablo tiene en la actualidad más de 75 años. Como era previsible, las canas y, sobre todo, las arrugas pueblan la geografía de su cuerpo. Lo curioso es que, durante los últimos tiempos, le ha dado por recuperar algunas de las actividades que hacía en los tiempos del cara al sol en la escuela o de la misa y el rosario diarios en el colegio de curas. Y entre todas ellas, hay dos que sobresalen sobre el resto: la manía de escribir lo que espera de cada año nuevo y un diario, donde expone lo que siente o piensa en cada momento.

Hace unos días lo visité en su casa de campo, donde vive como un marajá, y, mientras tomábamos el café de costumbre con unas sabrosísimas pastas de té, me enseñó lo que había escrito. Entre la retahíla de cosas que se proponía alcanzar en 2022 había dos que me llamaron la atención: no hacer nada y disfrutar de la vida a tope. Al leerlas, no pude por menos de espetarle que si los dos deseos eran fruto de un calentón de fin de año o el resultado de un profundo proceso de reflexión. La respuesta era la esperada: a sus casi 80 años ya tenía el suficiente coraje como para escribir lo que realmente pensaba o quería hacer en la vida. A esas edades, me dijo, uno ya no está para bromas ni para malgastar el tiempo en simplezas o majaderías, que llega un momento en que hay que mostrarse como a uno realmente le hubiera gustado ser o vivir, sin miedo al qué dirán. Y que lo importante -insistía con vehemencia- era sentirse a gusto con uno mismo, tratando de alcanzar el equilibrio entre los hechos, las palabras y los buenos deseos.

Las respuestas de Serafín, que así se llama el protagonista de esta historia, me hicieron pensar mientras caminaba hacia mi casa. Y llegué a una conclusión, que ahora comparto: los dos buenos deseos que él aspira alcanzar en 2022 poco o nada tienen que ver con la mayoría de las aspiraciones del resto de los mortales. En mi pequeño círculo de amistades he preguntado durante estos días y las respuestas son muy similares: salud, dinero y amor. Como ven, lo clásico. Sin embargo, el amigo Serafín va mucho más allá. Porque, aunque suene a risa, “no hacer nada” y “disfrutar de la vida a tope” solo pueden conseguirlo aquellas personas que realmente hayan logrado descifrar los misterios de la vida, que son cuantiosos y, en muchas ocasiones, opacos y tenebrosos. Y es que, al fin y al cabo, la vida es una larga (aunque a veces sea muy corta) travesía en la que empleamos escasas energías para descifrar sus verdaderos significados. Y ya va siendo hora de separar el grano de la paja y lo importante de lo accesorio. Vamos, creo yo.