Una sociedad demuestra su cacareado nivel educativo en la vida cotidiana cuando se relaciona con los demás en los numerosos ámbitos en que todo ser humano se desenvuelve y, a veces, pocas, se desarrolla, como son, entre otros, el laboral, el ciudadano, el familiar, el participativo, etc. Y pone de manifiesto sus respetos hacía los demás sabiendo escuchar, sabiendo dialogar, sabiendo comprender, sabiendo tolerar, teniendo empatía, aportando con fundamento y pruebas, sus puntos de vista, contrastando pareceres, y siempre, siempre, respetando las opiniones ajenas, que no quiere decir que se compartan.

Si verificamos en la sociedad cómo se ejercen estas actitudes veremos que lo son en escasísimo grado. Conclusión, maestros y progenitores han fracasado en el más riguroso cumplimiento de unas de sus innumerables obligaciones libremente asumidas, como es la de educar a sus engendros y discentes. De ello la falta de motivación, de vocación, de preparación, de responsabilidad, en suma, de madurez, es manifiesta. Lo anterior tiene consecuencias nefastas para el desenvolvimiento adecuado de la sociedad y del respeto a las personas, a los bienes, al recto ejercicio profesional, tributario, vial, etc., etc., etc.

Esa falta de la más elemental norma de conducta respetuosa hacia la opinión ajena se pone de manifiesto, a la primera de cambio, si se expone; por supuesto con fundamentos, con hechos, con evidencias, en suma, con pruebas, y no es coincidente con la del otro interlocutor. Es, entonces, cuando los exabruptos, la falta de consideración a los demás, hasta el griterío, etc., salen a relucir. Y, es más, este nefasto proceder suele venir acompañado de la descalificación de la persona que haya podido ser evaluada positivamente por su bien hacer manifestado, además, pública y fehacientemente.

Y es que, con estos sujetos de cabeza cuadrada, viscerales, inmaduros, atrofiados intelectualmente, ideologizados hasta decir basta, no se puede entablar el mínimo diálogo al no admitir, ni remotamente, opiniones discordantes con las suyas. Y es que el ejercicio del diálogo es escuela de convivencia, de enseñanza, de aprendizaje, de escucha, de expresión, de exposición, de reflexión, de vida, etc. Por ello, es una auténtica lástima que haya poquísimas personas con quienes practicarla. Y, además, para “más c…”, el WhatsApp, los emoticonos, etc., y demás “recursos informáticos” contribuyen, todavía más si cabe, a que la comunicación presencial interpersonal, tan imprescindible para el correcto comportamiento humano, vaya desapareciendo, una pena.

Un buen ejemplo del proceder irrespetuoso, indigno de gentes que se suponen “con estudios”, con responsabilidades familiares, con responsabilidades hacia grupos de personas, etc., y que para cumplirlas, con un mínimo de ejemplaridad hacía los descendientes, los dirigidos, los tutelados, etc; se les exige ejemplaridad, prudencia, tesón, equilibrio emocional, exquisitez en sus opiniones, etc., ha surgido con ocasión del viaje de Yolanda Díaz; quizá la mejor ministra de Trabajo y Economía Social, desde los tiempos de Girón de Velasco, Jesús Romeo Gorría, Licinio de la Fuente; al Estado de la Ciudad del Vaticano, para reunirse con S.S. el Papa Francisco. Pues requetebién, que personas tan alejadas ideológicamente, dialoguen, intercambien pareceres, demostrando educación, clase, señorío, savoir faire, fair play, y dando ejemplo a la ciudadanía de cómo proceder en el ejercicio de sus graves responsabilidades para la sociedad.

¡Chapeau¡, señora vicepresidenta segunda del Gobierno de España, y que cunda sus actitudes de acercamiento al distinto, de templanza, de servicio, etc. Servidor sí que se congratula al ver las fotos de la prensa en las que aparece con los agentes sociales, llegando a acuerdos para el mundo del trabajo, es decir, para el bienestar de la sociedad toda, como el Real Decreto-ley 32/2021, de 28 de diciembre, de medidas urgentes para la reforma laboral, la garantía de la estabilidad en el empleo y la transformación del mercado de trabajo, BOE 30.12.2021, lo que favorece la estabilidad en el empleo, la formación y cualificación profesional, el Salario Mínimo Interprofesional, las inversiones, la seguridad jurídica, la paz social, etc…Eso sí que es, también, “emocionante”, si recordamos y tenemos presente la historia de España.

Marcelino de Zamora