Acaban de cementar la calle donde vivo y todos los días miro a ver si en los bordes sale alguna planta. Está claro que saldrá, aunque seguramente será humilde y quizá no dure mucho, y es bastante probable que esto no ocurra ni mañana ni pasado, pero no por eso dejo de mirar la calle. Es una esperanza absurda, lo sé, pero creo que es lo más parecido a la esperanza que puede cambiar el mundo: la vida en este planeta nació de algo mucho más humilde que una hierba.

En la noche de reyes, en los pueblos, los niños salían a pedir por las puertas de los vecinos. Los reyes eran compartir un presente, pero también un deseo, también una esperanza. Los reyes llegaban acompañados de un cometa en el cielo, no eran seres de carne y hueso, eran lo que la infancia quería que fuesen: alegría, bondad, ilusión, agradecimiento. Los reyes se daban, sí, pero se daba cualquier cosa, un trozo de pan, o un dulce, en realidad lo más importante. Más que en el regalo, la magia estaba en las manos que se extendían para darlo. Ese era el secreto. Ese sigue siendo el secreto: regalar a manos abiertas estrellas fugaces, para que la esperanza triunfe. ¡Cómo brillaban los ojos de los niños cuando recibían en sus manos los reyes!

Somos seres diminutos, no somos nada, nuestro tiempo es un suspiro, la importancia de nuestra especie no es mayor que la de esa hierba que un día saldrá gracias a una semilla que logró germinar en una de las fisuras del cemento y sin embargo, hemos cambiado los reyes por los zapatos y los zapatos por un catálogo, y el catálogo por un derecho a tener lo que queramos. Así que en realidad somos esos reyes que nos regalamos a nosotros mismos todo lo que deseamos. Lástima que la magia desaparezca cuando es accesible, incluso cuando no llegamos a obtenerla por falta de medios. No es el deseo lo que fulmina la magia, sino la existencia de lo que deseamos, la maldita obsesión por hacerla realidad de un modo material, a través de un objeto.

Hoy los reyes, los más guapos y generosos, solo llegan a las grandes ciudades, y llegan en tren de alta velocidad, para ocupar las grandes y luminosas avenidas con vistosas cabalgatas que en directo se retransmiten.

Aquellos reyes jamás volverán, desaparecieron con aquel ferrobús que aún paraba en todas las estaciones, incluso en las abandonadas. Y no es una metáfora, es que era así: había ilusión porque la ilusión no pasaba de largo, porque se detenía en cada uno de los lugares. Hoy los reyes, los más guapos y generosos, solo llegan a las grandes ciudades, y llegan en tren de alta velocidad, para ocupar las grandes y luminosas avenidas con vistosas cabalgatas que en directo se retransmiten. Ya no tienes que ir a casa de tus vecinos, los puedes esperar en la tele. Yo hace tiempo que dejo los zapatos ahí, justo al lado de ese aparato.

Este año, la esperanza de las manos abiertas, no cualquier otra, se siente algo perdida, no sabe si quedarse donde siempre vive: en las pequeñas cosas, o salir a dar guantazos a diestro y siniestro. Y es que lo de esperar a que el mundo cambie desde los gestos cotidianos no acaba de resultar. Para qué vamos a engañarnos: todas esas hierbas humildes que saldrán donde no deben, serán arrancadas por los servicios de limpieza que los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos.

Por eso, quizá, y es solo una idea que no tiene por qué cumplirse, bueno sería comenzar a demostrar nuestro enfado con todas esas acciones que desprecian justo aquello que más necesitamos: el respeto hacia la vida que nace en cualquier resquicio.

Salgo a la calle y me doy una vuelta por el pueblo. Como muchos otros, es ya un pueblo como dios manda, vestido de cemento de la cabeza a los pies. Tampoco es una tragedia, es lo que como vecinos podemos pedirle a los reyes dentro de ese catálogo de cosas posibles. Y me viene a la cabeza el ti Angelito, que en sus últimos años de vida esparcía semillas de flores justo ahí, en esas fisuras y rincones que cada mañana contemplo.

Angelito, después de probar con todo tipo de semillas, descubrió que solo unas pocas especies lograban tener éxito. Y desde entonces, esas son las que año tras año brotan en los lugares más inverosímiles: las que mejor se adaptaron. Y esas son las que seguirán brotando.

Así que el legado del ti Angelito, al fin y al cabo, fue más importante de lo que en un principio podría parecer, pues lo que dejó sembrado fue la esperanza en su variedad más resistente. Una esperanza con flores de distintos colores que no sé qué nombre tiene en realidad porque no sé a qué especie pertenece. Pero esperanza. Humilde. Pero esperanza.