Escribía hace unos días Carmen Ferreras sobre la emoción navideña que le despiertan los niños cantando villancicos por la calle. Debo decir que además de frecuente compañero en la página de este Diario, coincido con ella en esas sensaciones que llegan hondo cuando la Navidad se expresa en su mejor y antigua tradición que actualmente va quedando diluída.. Son días de vacación pero me temo que aumenta el número de gente que ignora qué se celebra y de dónde viene la fiesta.

La Navidad es uno de los mejores regalos que nuestra civilización cristiana le hace al mundo, siendo así que buena parte del mismo también la celebra sin necesidad de compartir la creencia que la sustenta. La fiesta pagana del solsticio de invierno que se hacía en remotos tiempos quedó eclipsada por otra cuyo motivo central es un relato conmovedor desde el punto de vista humano y espiritual. Esto ha sido, a mi modo de ver, la explicación del arraigo popular de la tradición mantenida que Belenes y villancicos, plástica y musicalmente, adornan y alegran.

Por dentro y por fuera la Navidad es ante todo música: algo que el pueblo ha ido poniendo como hilo melódico a un acontecimiento no muy alegre por las condiciones en que el nacimiento de Jesús sucede. Pero la humanidad cristiana vio todo ello como un suceso que merecía celebrarse porque a larga cambiaría el mundo. Escribía Cristóbal de Castillejo, poeta español del Renacimiento:

“Pues hacemos alegría/ cuando nace uno de nos,/ ¡cuánto más naciendo Dios!”.

En el cancionero poético de la Navidad la ofrenda de los pastores va acompañada de cantos e instrumentos para alegrar al Niño, algo que en el relato evangélico no aparece pero en el imaginario piadoso se da por hecho dado que, como escribe el poeta citado, una nueva vida es digna de alegría.

“Al son de la flauta le dan los pastores/ cestillos de flores, panales de miel;/ al ver que a su Hijo le dan a porfía”/ suspira María y bendíceles.”

José de Valdivielso, poeta del siglo XVII, anima a los pastores a sumarse a la fiesta del Portal:

//“Atabales tocan/ en Belén, pastor/,

trompeticas suenan,/ alégrame el son.”

Y otro del mismo siglo, Francisco de Ocaña, recrea el ambiente festivo con esta estrofa:

“Hay tantos de musicorrios,/ que es para maravillar;/ tanto danzar y bailar,/ que parecen desposorios,/ y llena de relumbrorios/ aquella casita está;/ y estas nuevas hay allá.”

No estoy descubriendo nada nuevo sobre el color musical de la Navidad, solo traigo al presente antiguos versos de nuestro siglo de oro porque de oro son también las letras de tantos cantes, villancicos, romanzas y pastoradas.

Con las medidas adoptadas para protegernos de los contagios estamos asistiendo a conciertos al aire libre de corales, academias musicales, conservatorios, orfeones, bandas de música etc. que están haciendo visible y público lo que las calles iluminadas también “cantan” en forma de pentagrama luminoso.

Cantan y tocan los niños y niñas en Navidad; la calle es suya, o eso sería lo propio para que la fiesta fuese lo que dicen poetas y pintoras, como la ilustradora Bea reproduce en la ilustración adjunta. Es la postal inolvidable de la Navidad, la puesta en escena de nuestro gozo: “Alegrìa,alegría,alegría,/ alegría, alegría y placer/ que esta noche nace un Niño/ en el Portal de Belén”. Hasta cinco veces se cantala misma palabra seguida por si no queda claro el motivo de la fiesta.

Tanto la tonada popular como las composiciones de música clásica inciden en el mismo aspecto; valga el ejemplo de Juan Sebastián Bach con su “Oratorio de Navidad” que arranca con las voces del coro cantando así: “¡Regocijáos, cantad de alegría!, alabad estos días!/ Glorificad lo que el Altísimo ha realizado en este día!”.

Nuestro gran Lope de Vega, con su proverbial dominio de la rima, hizo infinidad de versos al Nacimiento entre los que copio algunos: “Bajan los pastores/ y serranas bellas;/ y cantando a coros dicen a las selvas: “Norabuena vengáis al mundo,/ Niño de perlas;/ que sin vuestra vista/ no hay hora buena.”

Una escritora portuguesa del mismo siglo, Violante do Ceo, se expresaba así:

“Vengan todos los pastores/ a ver el Sol entre pajas/ y tocando las sonajas, /alegres por varios modos,/ bailen todos, canten todos.”

Otra mujer, de la misma época, poeta y escritora, compuso muchos versos inspirados en la Navidad; hablamos de Sor Juana Inés de la Cruz :

“Toquen, toquen los serafines/ dulces, alegres clarines,/ y en suaves armonías/ resuenen las chirimías/ de la capilla real.

¡Tras, tras, tras, tras

trampalantrán, trampalantrán,

tras, tras, tras, tras!

En el siglo XX un poema de Eduardo Marquina se hizo popular en la escuela por su ritmo y suave melodía de letras; tanto es así que aún podemos recitarlo de memoria muchos que ya pasamos de los sesenta: “La Virgen María/ penaba y sufría/ Jesús no quería/ dejarse acostar/ - ¿No quieres? No quiero./ Cantaba un jilguero,/ sabía a romero/ y a luna el cantar/ La Virgen Marìa, probó si podía/ del son que venía/ la gracia copiar”.

Y como el silencio es parte consustancial de la música y requisito del sueño vamos a irnos despidiendo para que el Niño duerma con versos de Luis Rosales: “la siempre Virgen María/ sintió en el aire dulzuras/ y angélicas voces puras/ del junco en el agua inerme/ que va cantando al que duerme: / “Gloria a Dios en las alturas”.

Entre los muchos tuits que han circulado estos días por las redes sociales reproduzco uno que me ha llegado repetido: “No perdamos la ilusión de la Navidad porque los que ya no están nos han enseñado a vivirla”.

“Y a cantarla”, podemos añadir.

La voz de la Navidad son cálidas y alegres melodías que a nadie dejan frío.