Es seguro que más de uno ha sentido últimamente lo mismo que Bill Murray en Atrapado en el tiempo al sonar el despertador.

Tras la tercera ola parecía que cualquiera que llegara sería la última. Estamos en la sexta. Podríamos pensar que en la sexta repetición de curso algo habríamos comprendido del temario, pero no parece. Vuelta otra vez con los mismos debates, en la calle y en las casas. En la rutina y en la celebración, si así se le puede llamar.

A lo largo de la vida, uno se va creando su propio credo, una especie de listado de creencias y principios, de líneas rojas infranqueables que nos hacen tal y como somos. En lo privado, uno se construye por imitación o por reacción. Más tarde, la vida y las experiencias van moldeando lo que se presenta a uno mismo y a los demás cada mañana. Sin embargo, no nos habían dicho que cada uno de esos días iba a convertirse en una lucha con el entorno y con el poder desestablecido.

De espíritu crítico por naturaleza, soy sin embargo cumplidora de la norma. En mi caso, por reacción, paradójicamente. Sufro si no puedo cumplir con lo que considero mis obligaciones, así que es fácil imaginar que las últimas normativas, variables al segundo, forman parte de mis deberes. Sé que puede resultar absurdo, pero me tranquiliza. En el contexto pandémico, he cumplido con reglas que más tarde se tornaron inútiles, confinamientos a rajatabla y, desde mi rol de educadora, intento ser coherente para poder exigir a otros lo que de mí se exige. Y así un día tras otro en estos veintiún meses.

Hasta que el tiempo nos dé las soluciones que necesitamos solo pido que aquellos que tienen el deber de organizar este caos sean más racionales

A nadie se le escapa el cansancio que todos padecemos, al que me uno con fruición, pero lo que creo que no esperábamos, o al menos yo no, es que la exigencia para el documentado de a pie iba a ir aumentando de forma exponencial. Claro está que todos somos responsables de nuestro comportamiento y cuidado personal, no hacía falta que me lo recordara ningún político de turno, y, del mismo modo, agradezco sobremanera que mis prójimos respeten las normas básicas que hemos reescrito para poder sobrevivir al omnipresente bicho. En estos últimos meses, veintiuno, he invertido en mascarillas FFP2 lo suficiente como para no querer ni amagar en el cálculo. Quiero evitar otros efectos secundarios nocivos para mi salud. A eso, se suma mi abstinencia social prácticamente total salvo quehaceres laborales y deberes familiares, lo que ya ha absorbido la energía de varias vidas. En resumen, una existencia soporífera cuyo único interés es evitar que la mala suerte haga que mi pertrecha salud se vea afectada.

Bien, llegados a este punto, y qué punto, ahora resulta que hemos pasado al autocuidado, curioso concepto que más bien es el eufemismo del clásico DIY (Do It Yourself : Hazlo tú mismo) más propio de una renovación del salón que de un plan sanitario como respuesta a una pandemia. Básicamente, la reacción a la sexta ola se centra en que yo me compro los tests, yo me los hago y, tras el resultado, decido si me confino o no, si me lo repito días más tarde y, a poder ser, me automedico. Para ello, es aconsejable la adquisición de innumerables gadgets que se unen a la caja de mascarillas y el frasco de hidroalcohólico, como el pulsioxímetro y, a poder ser, ir creando una habitación en casa tipo la habitación del pánico. Por si las moscas. En este proceso, debe evitarse llamar por teléfono al ambulatorio porque, total, no lo van a coger y, si así fuera, tampoco te van a decir mucho más de lo que ya sabes. Nos han informado de que ya no hay que confirmar los positivos y si son negativos, a lo mejor no lo son del todo. Debo estar rejuveneciendo por momentos, porque echo de menos utilizar emojis con caras de incomprensión y ojos saltones.

Cuando los comunes pensamos en que, dado el caso, cómo narices te creas tu propio parte de baja para firmarlo tú mismo y, a poder ser, presentárselo a tu mascota, se comienza a oír voces que afirman que hay que disminuir el período de cuarentena. Algunos optan por cinco días, otros por tres. Parece ser que las empresas, RENFE, los hospitales y todo eso que, lo creamos o no, mantiene nuestras rutinas no pueden soportar los niveles de bajas laborales provocadas por los positivos. No pretendo ser fría ante las dificultades organizativas y estructurales de tantas empresas y gremios, de hecho, en el mío hemos ido bien servidos últimamente, pero … ¿tres días? En el cursillo acelerado a virólogo-enfermero-divulgador al que nos han obligado a asistir para sobrevivir nos hicieron comprender, con dificultad, reglas básicas que ahora no dejan de ser transgredidas por la normativa oficial.

En estos últimos meses, veintiuno, lo sencillo se ha complicado, a veces incluso ha dejado de existir. Nos hemos ido adaptando, o mejor dicho hemos fingido que nos adaptábamos, a lo que hay y, sobre todo, a lo que no hay. Resulta evidente que nos ha tocado vivir una situación extrema, de las muchas que podrían habernos tocado en la lotería del destino histórico cuyas soluciones a lo mejor se consiguen cuando lo estudien nuestros nietos.

Hasta que el tiempo nos dé las soluciones que necesitamos solo pido que aquellos que tienen el deber de organizar este caos sean más racionales, porque, tal y como vamos, hasta un adolescente es capaz de poner en jaque la ilógica de sus estrategias. Se hace cada vez más difícil cumplir con todo lo que llueve al mismo tiempo que esquivamos los obstáculos habituales de nuestras vidas que, aunque nunca resultaron muy normales, ahora parecen sacadas de una película bastante menos optimista que aquella de la marmota.